LORENZO CORDERO
La sociedad asturiana está perfectamente blindada para defenderse de cualquier intento de provocar una invasión del bable en el espacio orgánico ocupado por el Gobierno del Principado de Asturias. Incluso, contra el riesgo que supondría para la seguridad del burocratismo , que tan bien lo hace funcionar en castellano. No está solo el Gobierno del Principado en esta gran batalla para la defensa de la lengua de todos los españoles, sino que a su lado se alinean otras instituciones fundamentales, como es el caso de la Universidad de Oviedo. Al bable acaban de amordazarlo en la Facultad de Filología.
No cabe duda alguna acerca de la profunda vocación vanguardista que Asturias siempre tuvo frente al bable, y en defensa del castellano. Se puede decir que esta región se anticipó en el tiempo a ese heroico grupo de intelectuales orgánicos del españolismo sin fronteras, que acaba de irrumpir ruidosamente en la vida cotidiana del país agitando un Manifiesto por la Lengua Común — es decir, por la defensa de la Lengua del Imperio …–, amenazada, según dicen, por ciertas lenguas periféricas que ponen en peligro no solo el derecho a expresarse libremente en castellano, sino también a utilizarlo como la herramienta ideal– que lo es, incuestionablemente– para la educación y la culturización de las jóvenes generaciones de españoles.
(Como viene siendo habitual en estos casos, desde que ocurrió la terrible tragedia del 11-M en Madrid, la ya famosísima Legión Mediática les proporciona a los autores del citado manifiesto un formidable apoyo logístico, incluso doctrinal; probablemente, con la santa finalidad de convertir esa épica iniciativa españolista en una especie de Frente Nacional de Liberación del Castellano (FNLC). Gracias a esas dos banderas de la citada Legión –una, de papel; la otra, radiofónica– España ha resistido, hasta ahora, todos los ataques contra su sacrosanta unidad…).
SILENCIAR una lengua, quizá sea el primer paso para su posterior exterminio. A muchos de los defensores de la lengua común se les ve el plumero desde lejos. Sin embargo, no siempre ocurre así. Conviene saber que el silencio acaba siendo siempre el lenguaje de la resistencia; pero, sobre todo, es el motor que hace fluir la fraternidad que genera la comunión de ideas. Los españoles –aunque, unos más que otros– tenemos una larga experiencia en este sentido, que yace depositada en la memoria colectiva. Desconozco si ésto lo habrán tenido en cuenta los antibablistas –los políticos y los científicos…-; como los que decidieron expulsar al bable de las aulas universitarias, evitando, al menos de momento, que pueda ser ahora mismo objeto de un aprendizaje específico, reglado y universal.
Para el poder político asturiano, el bable es una simple reliquia histórica que merece ser tenido en cuenta sólo si se usa modosamente. Con prudencia y respeto para la divina lengua común. En el caso contrario podría ocurrir que quienes lo usen, como si fuera la lengua principal, caigan en la tentación de ocultar detrás de sus palabras propósitos independentistas… El peligro que encierra el bable está, por lo visto, en que su uso facilita la expansión del radicalismo asturianista. No sé cómo habrán llegado algunos a esta delirante y obstinada conclusión. Ni conozco los estudios previos en que apoyan tan osada afirmación. Pero lo repiten constantemente, hasta el punto de procurar que en ese limbo del alma asturiana , al que llaman asturianía , se hable únicamente el castellano; porque, según los entendidos, es como mejor se entienden.
Sólo así se puede comprender — entre otras inhibiciones– el silencio interesado del Gobierno del Principado ante la exclusión del bable en los planes académicos para los estudios de Filología en la Universidad ovetense. Para los responsables de la vida regional, basta con que el asunto fuera sometido a una votación democrática –como no podía ser menos– y haya ganado el grupo excluyente. No sé de donde sacan, en este país, tanta agua de la democracia para lavarse las manos.
AL GOBIERNOasturiano lo que le preocupa de verdad es que las grandes e históricas empresas asturianas no pierdan su asturianía cuando llega el momento de cambiar de dueño. Hay dos ejemplos incuestionables: la ejemplar enajenación del Banco Herrero y de Hidrocantábrico. El primero, vendido a los catalanes. La segunda, a los portugueses. Ese alambicado concepto, llamado asturianía ( es ideológico, folclórico o, simplemente, costumbrista…?) fue utilizado por primera vez durante la segunda mitad de la década de los años 50 del siglo pasado. Lo puso de moda el periodista Juan de Neguri (José Antonio Cepeda) con sus famosas Crónicas de Asturias . Transcurridos treinta y cuatro años, el Gobierno de la Preautonomía asturiana, presidido por don Rafael Fernández, dictó una Ley de Reconocimiento de la Asturianía (2-mayo-1984), entre cuyas finalidades había dos principales: a), defender la identidad regional; b), colaborar en la defensa de los intereses asturianos.
Transcurridos otros venticuatro años, desde aquella ley, quienes saben de estas cosas –oligarquías políticas, grupos de presión académicos, etc… — acuerdan que el bable ni sirve para defender la identidad asturiana, ni contribuye a la defensa de intereses asturianos. Al bable, lo único que se le permite es que discurra subterráneamente por la sociedad regional. Y aun así, sólo en casos muy concretos. Con lo cual, el destino del bable es el de ser la lengua de las catacumbas. Me deja perplejo tanto cinismo.
(de La Voz de Asturias, 02-07-2008)
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