JAVIER CUERVO
El escritor Vicente García Oliva -último premio de ensayo «Máximo Fuertes Acevedo»- llegó al asturiano por un curso que organizó Conceyu Bable en Gijón en enero de 1975 y empezó a escribir por militancia cinco años después, cuando le llamaron para formar parte de la Academia de la Llingua.
El periódico anunciaba un curso de bable en el antiguo Instituto Jovellanos. A Vicente García Oliva no era algo que le tocara muy de cerca pero le gustaba la forma popular de hablar y, en las tardes libres, cuando se juntaba con su gijonuda pandilla de amigos y hacían coro en los chigres, asturianizaban al máximo las canciones.
El curso era de tres horas diarias durante tres jornadas. Algo nuevo para tres tardes.
Vicente García Oliva tenía 30 años, estaba casado, era profesor mercantil y se ganaba la vida de ocho y media a tres como oficial administrativo en el Banco de Gijón, calle Moros número 1, tercera planta, dándole a la calculadora de manivela, copiando en el libro mayor e intercalando folios en blanco y papel carbón para triplicados. El ambiente era muy familiar, para bien y para mal, con algún parecido a la oficina siniestra que dibujaba Pablo en la revista de humor «La Codorniz». El sueldo era aceptable y, salvo cuando tocaba hacer liquidaciones, dejaba las tardes libres.
Las tardes importaban porque García Oliva era inquieto. Cuando acabó sus estudios en la Escuela de Comercio en Gijón se fue a Bilbao a estudiar empresariales que, con las convalidaciones, quedaba en tres años.
En la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Sarriko, que dependía de la Universidad de Valladolid, se encontró un mundo muy distinto al franquista que había dejado en casa. En el curso de 1964-65 oyó perorar al estudiante Joaquín Leguina, se opuso a la expulsión de la Universidad de los catedráticos José Luis López Aranguren, Agustín García Calvo y Enrique Tierno Galván, se encerró por cualquier motivo y le persiguieron los «grises».
En el segundo curso se afilió a la USO (Unión Sindical Obrera) que funcionaba como un partido y que también tenía organización en Gijón. Después de un curso más, de coincidir con Luis Martínez Noval, Alberto Cardín, Jesús Ferrero y, siempre, con José Manuel Agüera, se fue a la «mili».
Cuando regresó del servicio a la patria echó moza y, con la esperanza de que acabaría las cinco asignaturas que le quedaban, entró a trabajar en el Banco de Gijón y se casó con María Teresa González. Siguió siendo dueño de las tardes para correr, para caminar, para leer a Julio Cortázar y a Mario Vargas Llosa, para recoger panfletos en Luanco, en casa de José Ramón García López, o para recaudar dinero para el fondo de solidaridad obrera destinado a familias de represaliados.
La primera tarde del curso de bable de enero de 1975, María Teresa González y Vicente García Oliva se encontraron en un salón de actos lleno de gente de todo tipo. Estaban «Helios», que escribía en «Voluntad»; Luis Argüelles, director del Pueblo de Asturias, Aquilino Fernández Abúlez…
Organizaba el curso Conceyu Bable, un grupo que llevaba unos meses escribiendo de cultura y lengua asturiana en «Asturias Semanal», la revista dirigida por Graciano García. Los profesores eran Xosé Lluis García Arias, Xuan Xosé Sánchez Vicente, Ana Cano, Victoria Conde y Lluis Xabel Álvarez «Texuca».
A García Oliva le aburrieron las clases lingüísticas de García Arias pero le encantaron las sociológicas de Lluis Xabel y del cursillo sacó la puesta en valor de una música, un baile, una lengua, una cultura, que estaban ahí sin que nadie mirara para ellas y que eran mucho más que aquellas cosas un poco ridículas que hablaban de «les manzanes», de «les muyeres asturianes» y de que unas y otras eran «muy guapes».
Sin ganas de meterse en más líos y con una reacción, en principio, más sentimental que política, salió de aquel curso para entrar en la sección de Conceyu Bable de Gijón, que organizó Xuan Xosé Sánchez Vicente, junto a su mujer, Elena Fernández Poch, con una quincena de los sesenta que habían asistido al curso. Urbano Rodríguez y su mujer Ana; Monchu Díaz y Amalia Trancho; Agustín Pascual y Loly; Dubardu Puente, Carlos Rubiera, Manfer de la Llera, María Teresa y Vicente…
En aquellos meses en los que la principal noticia era la salud de Franco, se reunían en «Casa Piñera», un chigre de San Bernardo, donde el cine Albéniz, que tenía una reservado atrás cuyo panel biombo no podía contener sus voces.
Aquel agosto ya pusieron puestín en Los Maizales, en el Día de la Cultura, y enseguida, dos veces por semana, en Radio Gijón, empezaron a emitir «Asturies, na so cultura y na so llingua» donde aprendían y enseñaban casi al tiempo. No se pusieron limitaciones. La Sociedad Cultura «Gesto» programó, por error, un acto de Conceyu Bable y otro marxista a la misma hora. Lejos de cederse el paso, los bablistas pidieron, asambleariamente, que el público votase que prefería oír. Ganaron los marxistas.
No fue algo que los desanimara.
Pasaron a formar parte de la agitada vida cultural gijonesa de la transición con tanta intensidad que, con frecuencia, eran recibidos al comentario de «joder, ya están aquí los del bable».
(de La Nueva España, 05-12-2010)
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