E. GANCEDO
«Del castillo al Castellón/ y a la fuente Ana María/ y del vestido de un Señor/ a las Tierras del Hurón/ hay una piel de buey pinto/ que vale el Reino de León». Tesoros ocultos enterrados en los montes, pueblos castigados por su impiedad y borrados del mapa, duendes y fantasmas, épicas heroínas, coruxas agoreras y animales domésticos que cambian de color o que incluso aprenden a hablar pueblan las páginas de Leyendas, creencias y predicciones en Los Argüellos y comarcas limítrofes, libro en el que Isaac González ha reunido 198 mitos montañeses, muchos de ellos nunca antes dados a la imprenta.
González, natural de Redilluera y gran conocedor de la cultura, la historia y la naturaleza de las comarcas leonesas, lleva cerca de treinta años recopilando pacientemente cuantas creencias de los valles centrales de nuestra montaña llegaban a sus oídos. «A veces en lo que tuviera mano, una servilleta, un trozo cualquiera de papel…», cuenta quien es presidente del Instituto de Estudios Argollanos Dama de Arintero y fundador de la histórica revista Los Argüellos leoneses. «En realidad, la idea de publicar este libro no la tuve nunca —explica—, fue al darme cuenta de que con el cambio social y la enorme despoblación que iba teniendo lugar en el medio rural, sobre todo a partir de los años ochenta, todas estas creencias llevaban camino de desaparecer completamente». Percibía Isaac González que el prestigio era para lo urbano y que las gentes tendían a ocultar sus cosas propias, «incluso a avergonzarse de ellas» y alababan o se mimetizaban con lo que venía de fuera. «Había vecinos que hasta le daban al veraneante un jamón o una cecina de chivo, sólo por el hecho de ser de fuera», ejemplifica.
En la bolera o la cocina
Y así, ante el peligro cierto de que la tradición oral de los valles argollanos desapareciera sin dejar rastro, comenzó González a anotar de forma exhaustiva, a ordenar y organizar cuanta información consiguiera. Llegaba a un pueblo y trababa conversación con los paisanos bajo una sombra, o en el juego de bolos, o en el bar, y a las paisanas las entrevistaba más frecuentemente en las cocinas. «No he incluido ninguna leyenda que no haya comprobado al menos tres veces», dice como prueba de la exhaustividad y el rigor de su método.
También se informaba meticulosamente de las características de cada informante y hasta acudía al sitio donde habría surgido la creencia para, de alguna manera, «sumergirse» en el ambiente que la inspiró. A la hora de elegir sus favoritas, menciona La Pastorina del Monte, personaje que supuestamente ofrecía a los pastores restos de merienda para los más pequeños de la casa, y que contaba con cueva propia en Valdelugueros, una cavidad a la que accedían los rapaces boquiabiertos. También menciona la, esta sí, conocida leyenda de la Dama de Arintero, pero revela que ha encontrado hasta ocho escudos nobiliarios relacionados con ella en lugares de toda España, entre otros datos. Para ella reclama González que sea declarada la Dama «la primera heroína española», «aunque les pese a los de Aragón por su Agustina».
Las diabluras del Duende de Villaverde, completamente diferente al muy famoso de Tolibia; o las abundantes historias de tesoros enterrados en diversos lugares de estas montañas son otras de las historias favoritas para este investigador que heredó el gusto por la tradición oral de su abuela, Valentina Orejas Sánchez, «jefa de mondongueras en la ilustre Fonda Orejas de La Vecilla cuando apenas había carreteras por la zona y pernoctaban allí hasta pescadores de Francia» y que contaba historias tan singulares como la de unos gochos «que cambiaban de color una vez comprados en la feria de Boñar, de blanco a negro». Eso sin olvidar el cerdo y el perro que aprendieron el lenguaje humano para hablar entre ellos ante el abandono al que les sometía su dueña, o las ataduras de crin que tendían en derredor los antiguos arrieros para defenderse del escorpión por las noches. «Ya no existe persona viva que recuerde muchas de estas leyendas», lamenta González.
La obra, publicada por Edilesa y que será presentada previsiblemente en el mes de septiembre —aunque ya está disponible en librerías—, es además muy escrupulosa en cuanto a los nombres de lugar —siempre los auténticos, El Castiecho, Collá Mil, Collá Ubierzo…— y en la fiel plasmación del habla de la zona. Esta copla está incluida en la leyenda sobre un célebre pueblo desaparecido: «Villarrasil, Villarrasil/ una casa y un molín/ el molín lo llevó el río/ Villarrasil quedó perdío».
A modo de ejemplo: La leyenda de Villarrasil
De las andanzas de un oso travieso se cuenta que pudieron colaborar con el fin de este pueblecito, cuando un bragado cazador comentó: «Sea quien sea el bisojo/ le meteré un tiro en cada ojo». Pero el pacto entre un raposo y el oso minó la determinación del cazador, al compartir entre ambos el agua que el cazador pretendía hurtar al oso, escuchándoles con enorme sorpresa la siguiente conversación:
—«Soy un abechuchín del monte, ¿me dejas beber en tu fonte?»
—«Bebe, abechuchín, bebe, no te mueras de sede».
Y de este modo, el último residente Laurentino Castillo, ‘Matalobines’, desesperanzado, decidió aficarse en el cercano Nocedo de Curueño.
(del Diario de León, 12-07-2013)
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