A Xosé Lluis García Arias le gustaría que la normalización de la lengua asturiana dejase de ser el mito de Penélope, un eterno y frustrante tejer y destejer, pero no es muy optimista al respecto. Sobre el particular tiene mucho que decir: fue fundador y primer presidente tanto de Conceyu Bable como de la Academia de la Llingua Asturiana, al frente de la cual estuvo hasta 2001. De ella, de la Academia, es casi lo único de lo que habla con satisfacción y un rictus de orgullo este hombre que rezuma amargura cuando se le pregunta por prácticamente todo lo demás y sobre todo acerca del trato dispensado a la llingua por todos los gobiernos asturianos, salvo el de Antonio Trevín y el de Sergio Marqués. Arias ha consagrado su vida a la recuperación y dignificación de la lengua de lo que considera su país, aunque no aspire a su independencia. Además, es una eminencia de prestigio internacional a la cual se debe, entre otros muchos trabajos, uno monumental sobre la toponimia asturiana, Pueblos asturianos: el porqué de sus nombres. Está a punto de jubilarse, porque nació en 1945 en Monteciel.lu, que significa “monte pequeño”, en Teberga, que significa “pueblo fortificado”, en Asturies, que no está del todo claro pero es posible que signifique “país de las aguas”. Arias nos recibe gustoso en su despacho de El Milán para una entrevista de unas tres horas que, a diferencia de lo usual, tendrá, al ser transcrita, pocas negritas destacadoras de nombres propios, porque la lengua, a diferencia de los objetos del interés de otros humanistas, es una obra de arte sin copyright; una acumulación silente del genio de millones de personas anónimas.
Hace unos días publicaba El Comercio la noticia de que, en los colegios concertados asturianos, los alumnos que eligen la asignatura de llingua asturiana son minoría con respecto a los que escogen la alternativa de Cultura Asturiana. Sus madres, según explica el reportaje, consideran el asturiano un saber “poco competitivo”. ¿Qué les respondería?
Yo no tengo nada que responderles. El otro día también decían unos dedicados a la cuestión informática que por qué tenía ser el asturiano y la cultura asturiana una asignatura optativa, que por qué no se podía poner al mismo tiempo el aprendizaje de cuestiones relacionadas con los ordenadores. Cuando no se hace política lingüística, cuando no hay ni intención ni voluntad de hacerla, cuando la Administración del Principado pone las complicaciones que pone, pasa eso: que el personal se cansa, abandona el proceso de posible recuperación lingüística y entonces hay que hacer de cada habitante de Asturias un militante, lo cual no es posible.
¿Han explicado bien a la sociedad asturiana quienes debían hacerlo la importancia de la llingua?
No.
Me refiero, sobre todo, a la Academia.
La Academia no tiene medios para llegar a las masas. Sólo puede hacerlo cuando le hacen una entrevista, pero los periódicos sólo llaman a la presidenta de la Academia muy esporádicamente. Estamos, desde los años ochenta, ante un problema de desgaste total, por parte de la Administración, del proceso de recuperación lingüística, y si tuviéramos las mismas armas de defensa no tendríamos la batalla perdida. Pero no los tenemos.
¿Por qué han ido dejando los asturianos de hablar asturiano? Se habla de la represión activa contra el idioma, y nadie puede dudar que ha existido, pero, ¿no se ha magnificado un poco esa represión? ¿Cuánto de proceso natural ha habido en ese abandono?
Los procesos nunca son naturales. En las sociedades humanas siempre hay fuerzas a favor o en contra de cualquier tendencia, también de las tendencias lingüísticas. No hay procesos naturales, sino lucha de contrarios que están presentes en la sociedad. Y en este caso ha habido un ataque global, profundo y con todos los medios que los enemigos del asturiano tienen a su alcance, que los defensores no hemos respondido porque no hemos estado suficientemente organizados.
Bable y Regionalismo
En 1975 publicó una obrita titulada Bable y regionalismo, en la que hace una recopilación de textos y opiniones de asturianos, tanto destacados como anónimos, sobre la llingua.
En 1975 yo acababa de hacer la tesis doctoral, que presenté en 1974. Y tenía un impasse de tiempo que decidí dedicar a una cuestión que me llamaba mucho la atención: investigar si lo que nosotros intentábamos en los años setenta con Conceyu Bable tenía algún poso de tipo histórico, qué precedentes había. A poco que empecé a leer, descubrí que había mucho que decir sobre el particular, si bien había sido soslayado y evitado por muchos historiadores que nunca dijeron nada sobre ello.
La primera parte del libro recoge pasajes escritos por algunos asturianos ilustres sobre el asturiano. Se empieza por Jovellanos, que fue una rara avis en su época en relación con la consideración hacia las lenguas regionales españolas.
No fue una rara avis, aunque hoy podamos verlo así, como una rara avis en el sentido de que fue una novedad, porque era un representante del sector mas culto que había en Asturias, entre el cual apostar por el idioma era una novedad. Jovellanos no sólo apuesta por el idioma, sino que además apuesta por hacer una academia, por hacer un diccionario de la academia y por que la academia, entre otras cosas, lleve adelante la cuestión normativa. Pero eso era lo que acababa de hacer, en el mismo siglo XVIII, la Real Academia Española con el castellano. El siglo XVIII es el siglo de las academias; el siglo en el que hay una serie de preocupaciones intelectuales y literarias que encuentran salida a través de la creación de academias. Los Borbones crean la Real Academia a imitación de la Academia Francesa, y Jovellanos, un ilustrado, concibe la idea de crear una academia asturiana, la Academia de Buenas Letras. Además, no estaba solo: le acompañaban González de Posada y el padre de José Caveda y Nava. Los tres, y otras personas, pero esos tres fundamentalmente, tienen una idea muy clara de lo que se puede hacer con el idioma.
Pero aquellos eran también tiempos de unificaciones en los que lo progresista era rechazar las lenguas regionales como resabios feudales y disgregadores.
Ésa fue la cultura que llevó adelante la Revolución francesa: la idea de acabar con las llamadas lenguas regionales porque son una de las cosas que nos vinculan al Antiguo Régimen, de que si acabamos con el Antiguo Régimen a nivel político también debemos acabar con él al resto de niveles. En este sentido, se cometieron un montón de barbaridades, que aún hoy hay quienes ven como positivo. Los sectores más centralistas y uniformistas tanto de España como de Francia siguen viendo aquello como un éxito.
Hay una línea de pensamiento que se inicia con Caveda, y tendrá larga vida, según la cual el asturiano no es más que el castellano medieval, que se habría conservado en Asturias a causa de su aislamiento.
Sí: Caveda y otros dicen y dirán que el asturiano es el castellano puro, que es de donde se parte, y que si el castellano está como está en el siglo XIX es porque hubo una serie de circunstancias que lo fueron maleando.
Para ellos, el asturiano es la madre del castellano del mismo modo que Asturias es la madre de España.
Exacto. Es una idea que no sólo es de Caveda, sino que es muy frecuente en Asturias. Y fuera de Asturias, ¿eh? Hay muchos lugares que también tienen esa idea: hay una especie de competición a ver quién es más, a ver cuál es el idioma mejor constituido y menos adulterado. En el caso de Asturias, hay una idea política en el fondo del asunto, que es que si Asturias es la madre de Castilla que es la madre de España, como éstos interpretan aunque sea más que discutible, entonces el idioma también. Es una idea de una simpleza que llama la atención, pero que era útil en aquel momento, igual que sigue siendo útil para quienes hoy la siguen utilizando.
Llama la atención la larga vida de ésta y otras ideas decimonónicas.
Sí, pero tenga en cuenta que hoy hay gente que pretende ser culta pero no lee nada, y cuando leen leen determinados libros viejos porque creen que contienen no sé qué esencias. Cuando leen un libro del siglo XIX no se dan cuenta de que han pasado casi dos siglos, y ocurre lo que ocurre. En estos años hemos tenido que escuchar muchas veces las mayores sandeces, las cosas más crasas e ignorantes, por decirlo con las palabras más suaves que encuentro, de políticos que aludían precisamente a esas creencias del siglo XIX.
¿Se refiere a Cascos?
Cascos habló poco en este sentido. Otros hablaron más. A Cascos se le pueden decir otras cosas, pero probablemente sea de los pocos que ha leído algo de Jovellanos. Y cuando surgió el debate sobre la oficialidad tuvo una posición favorable, aunque a tenor de su comportamiento posterior quepa pensar que aquél no era un apoyo muy sincero.
Otra línea de pensamiento que nace en el siglo XIX, en autores como Menéndez Pelayo o Aramburu y Zuloaga es la de que el asturiano, aunque lengua independiente del castellano, es una lengua rural y la pretensión de extender su uso a otros ámbitos distintos al de la vida campestre es absurda. Aramburu hablaba de “lo impropio que el bable resulta al pretender usarle para celebrar o cantar asuntos nobles, elevados o poco asequibles al vulgo”.
Sí. Mientras el asturiano se utiliza con un criterio meramente emotivo, nadie se atreve a decir que no, que está mal. Nadie es tan corto de miras, nadie se atreve en buen juicio, a rechazar completamente las palabras que escuchó de crío, que oyó a su madre, a su padre, a sus abuelos, que utilizó jugando con sus amigos. Pero en cuanto ven que la cosa va en serio, en cuanto se dice que el idioma está ahí y hay que hacer con él lo que se hace con los idiomas modernos, utilizarlo con todas las consecuencias y en todas las circunstancias de la vida, muchos se echan para atrás. Eso ocurrió entonces y ocurre ahora, y el caso de Aramburu y Zuloaga, que era un escritor en asturiano, es muy paradigmático.
Entonces había, y sigue habiendo hoy, mucha gente que considera al asturiano algo así como la lengua del cariño: dicen que el asturiano es mejor que el castellano para Los idiomas son para todo, no solamente para andar cantando cantares eso, pero sólo para eso.
Sí, la lengua del cariño y de las hostias. Ése es el problema de los que quieren asignar un idioma sólo a un determinado nivel de la realidad. Y no: los idiomas son para todo, no solamente para andar cantando cantares. Son para eso, y para hablar de cuestiones de cariño, y para hablar de cuestiones muy duras que de cariño no tienen nada.
Muchos años más tarde, Adolfo Suárez se burlará de la pretensión de hablar de química nuclear en catalán o euskera.
Sí, exacto. De todas formas, Adolfo Suárez tuvo algunos méritos políticos, pero que yo sepa no era una persona muy culta.
El proyecto de creación de una Academia resurge con Laverde Ruiz. Fermín Canella lo apoya preocupado porque “cada día que pasa pierde el bable su pureza”. El interés resurge en los años veinte del siglo XX. Sin embargo, no es hasta 1981, dos siglos después de Jovellanos, cuando la Academia se pone finalmente en marcha. ¿Por qué esa enorme tardanza?
Bueno, en los años veinte del siglo pasado funcionó en Xixón una academia relacionada con un movimiento regionalista reunido en torno al periódico El Regionalista Astur. Llegó a funcionar, aunque es cierto que duró muy poco tiempo, y que además las personas que participaron en ella no tenían mucha información ni eran las más indicadas para un proyecto de estas características. ¿Por qué tardó tanto la Academia en fundarse? Bueno, hay que considerar que el problema de la lengua no se puede separar, para analizarlo, del problema de la sociedad en la que esa lengua vive. Y el problema de la sociedad en la que vive el asturiano es que Asturias es una sociedad con una serie de deficiencias estructurales notables.
¿Qué deficiencias?
Primeramente, que en el siglo XIX, cuando llega la industrialización, no hubo unas clases dirigentes asturianas. Cuando se puede empezar a asturianizar un poco, esas clases dirigentes no tienen el idioma entre sus perspectivas fundamentales. Les falta la información necesaria, que nuestra clase intelectual tampoco les dio. En muchas ocasiones, los intelectuales, un caso podría ser Clarín, no están a la altura de las circunstancias para hacer una reivindicación lingüística con todas las consecuencias. Respecto a las clases populares, en aquellos años en los que se empieza a formar una conciencia obrera muy potente, aunque eran las depositarias del idioma y de la cultura tradicional, debían hacer sus reivindicaciones en situaciones de gran dificultad para sobrevivir, y la cuestión cultural y lingüística les quedaba muy lejos, porque no les daba de comer. Es comprensible que no supieran dar una alternativa. Debían darla las clases dirigentes, pero éstas sólo empiezan a moverse después de la primera guerra mundial, cuando sobre Asturias, que durante el conflicto había tenido una situación económica envidiable por la gran demanda del carbón asturiano para los países en guerra, viene la gran crisis, porque el carbón deja de venderse. Entonces los empresarios acuden al Gobierno de Madrid pidiendo ayuda para el carbón, proteccionismo económico, y como el Gobierno de Madrid es bastante remiso, empiezan a amenazar, igual que la burguesía catalana, con un movimiento regionalista. Pero al poco tiempo llegan a un acuerdo con Primo de Rivera, y se acabó el problema.
Menciona a Clarín. Clarín muestra cierto interés por el asturiano, pero es un representante precoz de una postura que tendrá mucha fuerza durante la Transición: la que considera el asturiano como una realidad múltiple y se opone vehementemente a su estandarización. No hay un bable, sino varios bables.
Clarín es un caso similar al que comentábamos antes de Aramburu y Zuloaga. A Clarín el interés por el asturiano le parece muy bien mientras sea en un nivel teórico, pero cuando se quiere dar el paso siguiente, el de constatar que se está ante un valor cultural importante y decidir tratarlo como tal valor cultural importante, se echa para atrás, porque sus intereses no tienen nada que ver con la cuestión lingüística. Clarín, que era inteligente y fue autor de páginas muy memorables de la literatura en castellano, sin embargo era incoherente en un montón de cosas. Clarín, por ejemplo, dice en un artículo en Apolo en Pafos, con un criterio totalmente clarividente, que el asturiano no debe estar en el diccionario de la Real Academia, porque el asturiano no es el castellano de Asturias, sino otro idioma. Pero al mismo tiempo niega al asturiano el derecho a ser utilizado en una literatura que sobrepase lo meramente rural, y participa de esa cantinela de que en cada valle se habla un asturiano diferente. ¿Y el castellano no? ¿Pero qué sabe usted de castellano? ¿Por qué no va a Andalucía y escucha? ¿O eso no es castellano?
Clarín también es representante de algo muy característico de cierto chovinismo asturiano, que es un orgullo por que los de fuera, como el sueco Munthe en época de Clarín, se interesen por el asturiano paralelo al desinterés por el idioma de puertas para adentro.
Sí. Pero Clarín es uno de los culpables de que Munthe, que aprovechó un viaje a Asturias para estudiar el asturiano occidental, se llevara a Suecia todos los prejuicios que sobre el asturiano tenían las tertulias ovetenses.
En lo que respecta al antiasturianismo, también hay uno de izquierdas que una famosa cita de Santiago Carrillo resume muy bien: aquello de que “hay que olvidarse, aquí en Asturias, de reivindicaciones burguesas, como la autonomía, o lo que es peor, arcaicas, como el bable”.
A mí me resulta muy interesante que se cite ahora a Carrillo. Carrillo fue un asturiano que nació aquí pero enseguida marchó o se lo llevaron para Madrid, y allá quedó. Y no quiero hacer leña del árbol caído, pero Carrillo no entendió nada de Asturias. Podríamos hablar del posicionamiento de Carrillo y del PCE de la Transición con respecto a Asturias y al asturiano, pero no quiero extenderme en el tema, porque me llevaría demasiado tiempo matizar mi opinión y es un tema delicado sobre el que una mala expresión podría herir a muchas personas. Pero es un tema digno de atención. Y no sólo Carrillo, sino otros como Víctor Manuel, por mencionar un epígono del carrillismo.
En la encuesta de Bable y regionalismo, Víctor Manuel no muestra un gran interés por el particular, pero tampoco se declara contrario a la recuperación lingüística.
Durante la Transición, Víctor Manuel hizo unas declaraciones, creo que en Extremadura, hablando de la bandera de Asturias como una bandera maricona, no sé si por el color. Y en un Día de la Cultura en Xixón se armó un gran barullo contra él. Estaban sus amigos muy nerviosos.
El caso de Carrillo nos conecta con un hecho tal vez significativo, que es el de que los más grandes críticos del asturiano de las últimas décadas han solido ser de fuera: Alarcos, que era salmantino, Gustavo Bueno, que es riojano, el propio Carrillo, cuya familia era castellana, o Sosa Wagner, que es melillense.
En Asturias, históricamente, el forastero ha sido bastante prudente en sus manifestaciones externas. Lo cual es normal, porque cuando uno llega nuevo un país procura ser prudente y detectar qué es lo que se piensa, cuáles son los puntos de referencia y qué cosas no se pueden tocar. Creo que esa prudencia ha sido la norma. Sin embargo, a medida que fue avanzando la desasturianización, efectivamente fueron llegando estos forasteros a los que Asturias trató muy bien, pero que no tuvieron ni tienen la delicadeza de respetar lo que encuentran aquí. Y es verdad que la actitud hacia el asturiano de muchos de nuestros paisanos ilustres es también poco presentable, pero a un paisano tuyo no te queda más remedio, si tienes que convivir con él, que aguantarlo. Que venga uno a tocarte las narices desde fuera es otra cosa. Te molesta más.
La condición de forastero, ¿quita voz y voto a la hora de hablar del asturiano aunque se lleven cincuenta años en Asturias, como es el caso, por ejemplo, de Gustavo Bueno?
Cuando hablas de uno de fuera con cierta vehemencia porque te está tocando las narices, la gente simple puede llegar a la conclusión de que eres un xenófobo o algo por el estilo, pero no se trata de eso. Se trata de que no toquen las narices, de: “Yo te respeto mucho y me parece muy bien que vengas y te establezcas aquí si te apetece, pero no vengas a dictarme lo que tengo que hacer en mi país”.
¿Tienen más voz y voto si aplauden la normalización lingüística que si la rechazan, o su opinión es irrelevante digan lo que digan?
Que aplaudan el asturiano puede interpretarse como un intento de imbricarse en la vida asturiana. Pero es que aquí hay gente que vino, y asturianos también, que no saben por dónde se va a Grao. Ahora, como pusieron autopista, a lo mejor ya fueron alguna vez, pero en estas décadas anteriores no sabían por dónde se iba a Grao.
Hay mucho enclaustramiento en Oviedo y en la realidad de Oviedo, muchas veces poco representativa del conjunto de Asturias, ¿no?
Sí, Oviedo-Madrid, Madrid-Oviedo, ésa es la gran obsesión de estos intelectuales. Naturalmente estoy simplificando las cosas. Habría que matizar mucho más, pero en general es así.
El caso de Alarcos es llamativo, porque inicialmente aplaude la normalización lingüística pero después vira hacia posiciones muy contrarias a ella.
El caso de Alarcos hay que interpretarlo en su contexto personal y familiar y en el universitario. A partir de ahí se entenderían muchas cosas de las que nadie quiso tirar. Como yo soy parte implicada, no quiero entrar en ello, porque no me creerían. Me dirían que estoy sangrando por la herida. Y no, no lo estoy, porque aquello felizmente ya pasó y para mí pasó bien. Las heridas que pudiera tener las tengo restañadas; otra cosa es olvidar lo que se me hizo. Eso lo tengo bien presente. En fin, el que quiera indagar en ese tema, que lo busque bien, y que no vaya desorientado. El problema que se planteó derivó hacia la cuestión lingüística para afianzar otro tipo de cuestiones.
De todas formas, el caso de Alarcos no es aislado: evoluciones de ese tipo ya las había en el siglo XIX.
Sí, pero Alarcos, a diferencia del resto de casos, era lingüista, y un lingüista puede decir determinadas cosas, pero no puede decir otras. No se pueden decir unas cosas, no ya sobre el asturiano, sino sobre cómo funcionan las lenguas, y cuando se llega al asturiano decir lo contrario.
El asturiano ha sido muchas veces un arma arrojadiza al servicio de intereses extralingüísticos.
Sí, pero es que la gente, cuando está en la guerra, tira toda la munición que encuentra a mano, y a veces, a causa de eso, se convierte en casus belli algo que no debería ser objeto más que de una discusión tranquila.
Parece sorprendente que no lo sea, que algo tan objetivamente positivo en principio como la recuperación de una lengua en peligro de extinción cause semejantes ardores.
La cuestión lingüística y cultural toca las fibras más simples de las personas, y no hay que olvidar que mucha gente sufrió mucho a causa de ella en la infancia, cuando la población de Asturias era más de un cincuenta por ciento rural. Hay muchísimas personas que han sufrido de niñas el estigma lingüístico, y que cuando se han hecho adultas han convertido el estigma lingüístico en un autoodio de las cosas propias. Odias las cosas propias porque te recuerdan al pueblo en el que sufriste, y no quieres que vuelvan y que tus hijos pasen por algo parecido.
En un artículo suyo en la obra colectiva Los asturianos. Raíces culturales y sociales de una identidad, explica que el franquismo no reprimió el asturiano, porque no le hizo falta.
No, el asturiano venía ya reprimido de serie.
Durante el franquismo hubo cierta permisividad hacia el asturiano: incluso se permitió publicar algunos libros, ya en los años cuarenta.
Sí, publicar caxigalines, libros sin ninguna trascendencia. Cuando tenían alguna trascendencia, eran censurados. Fue el caso, por ejemplo, de la obra de una persona de Xixón, el responsable de Sol en los pomares, que era un socialista que había participado en el Consejo Soberano de Asturias y León y estaba exiliado en México. El libro se publicó allí, y se quiso que el Instituto de Estudios Asturianos lo publicara también aquí, pero tenía un poema dedicado a la Guardia Civil y fue censurado.
Pero no por estar escrito en asturiano.
No, es cierto, y es cierto que en plenos años cuarenta Constantino Cabal publica L’alborá de los malvises, un poemario de cierta calidad, y escribe y recita, sin objeción alguna, un poema —eso sí, en castellano— en el que invita a los “poetas de la Asturias renaciente” a abrir “los cofres de la fala propia”. Pero también es cierto que a un autor tan excelente como el Padre Galo no se le publicaban sus poemas, y que el Instituto de Estudios Asturianos exigía que en sus concursos sólo se presentasen obras escritas en castellano. Por cierto, hoy hay quien pone a Cabal, un franquista de tomo y lomo, de nacionalista asturiano, y no, no, no, ¿eh? Si somos un poco serios, no juguemos con las palabras.
Lo que está claro es que con frecuencia se culpa al franquismo, en relación con el asturiano, de cosas que vienen de más atrás.
Evidentemente. Achacar al franquismo todos los males es o un mal análisis o una simplificación interesada. El franquismo bebe de muchas fuentes. En muchos aspectos, por ejemplo, enlaza con la generación del 98. De la generación del 98, que llora la España perdida en Cuba y ensalza la esencia castellana, el franquismo toma un montón de ideas. Lo cual no quiere decir que los miembros de la generación del 98 fueran personas recriminables en muchos aspectos. No lo eran.
El asturiano, hoy
En aquella encuesta en Bable y regionalismo hacía a los encuestados la pregunta “¿Qué es el bable para usted?”. ¿Qué es el bable para usted?
El idioma de mi país, que está en malas circunstancias. El idioma y el país. Y el día que el idioma de mi país desaparezca habrá desaparecido una parte importante de la identidad de mi país. Es verdad que hay gente que se ríe de las identidades. Bueno, ésos que se ríen de las identidades, que van por el mundo de apátridas, realmente suelen ser los más nacionalistas. Solo que de otra nación.
Decía Clarín que “el bable vive, aunque agonizando”, y en la parte final de Bable y regionalismo se recogen opiniones de varios asturianos famosos y anónimos, entre las cuales una frase que se repite con machaconería es “El bable fue, pero ya no es”. ¿Sigue siendo válida la frase de Clarín en la actualidad? ¿Tiene algo de válida la que el bable fue, pero ya no es?
Son frases con una terminología muy impresionista; se busca llevar el agua al propio molino adornando lo que se dice con las palabras más eufónicas que uno encuentra. Pero hay una cosa que no puede negar nadie, y es que, si se quiere, el asturiano se puede salvar. Es salvable. Cada vez menos, porque se nos está muriendo la generación más vieja, que hablaba asturiano desde la cuna, pero es salvable. Hay una base, muy rudimentaria, pero una base, de reivindicación, de presencia social y de normativización a partir de la cual, si se quiere, se puede salvar el asturiano. Lo que pasa es que no se está queriendo y que a medida que pasa el tiempo la situación es más y más difícil.
Defender y promocionar el asturiano, ¿no es, entonces, luchar contra el tiempo, alargar una muerte anunciada? Parafraseando la pregunta que usted mismo se hacía en Bable y regionalismo, ¿hay futuro para el bable?
Mire, si el gallego tiene futuro, por poner el ejemplo de un idioma del que nadie duda que tiene vitalidad, el asturiano tiene futuro. Que el gallego lo hablen dos millones de personas y el asturiano lo hablen trescientas mil no hace su situación esencialmente diferente. Lo esencial es que la comunidad depositaria de ese idioma quiera seguir manteniéndolo. El problema es que, en Asturias, esa comunidad cada vez está más desarmada en todos los niveles, cada vez es más vilipendiada por quienes tienen la obligación de defenderla. Y eso hace cada vez más difíciles las cosas desde una perspectiva sociolingüística.
En Bable y regionalismo, usted proponía un programa de actuación de seis puntos. Veámoslos uno por uno para ver si se han cumplido. El primer punto pide que el asturiano esté presente en los medios de comunicación.
No se ha cumplido. Hubo alguna iniciativa buena y cierta presencia en algún medio, pero yo no creo que ese planteamiento sea suficiente para resolver nada. Al contrario, prolonga la agonía, porque sirve de coartada para que se diga que se está haciendo algo, lo cual es falso. Lo que se está haciendo, y esto seguramente va a molestar a quienes están actuando de buena fe, no soluciona la situación. La situación se soluciona haciendo de la lengua un instrumento de comunicación en todos los niveles, y no solo en el humorístico. ¿Que la gente se ríe? Bueno, pues también habrá que reírse del asturiano, pero la gente no está riéndose y diciendo tochaes todos los días. La gente habla de todas las cosas y no lanza voces ni se va de juerga a todas horas. Hay que tener programas serios en asturiano, programas informativos, programas en los que la lengua sea un instrumento de cultura y no el centro de atención.
Es cierto que a veces da la impresión de que todo lo que se ha hecho por el asturiano, sea mucho o poco, se ha hecho a trompicones, a impulsos espontáneos, en vez de como resultado de un plan estratégico amplio.
En Asturias hay una norma de conducta no escrita, que es la chambonada. Cuando surgen buenas ideas, y surgen, porque en Asturias hay gente muy inteligente, rápidamente llega el aprovechado de turno y las devalúa.
¿Ha faltado estrategia?
No falta estrategia, falta poder.
Pero el poder también se consigue, si se sabe conseguir.
El poder también se consigue, sí, y que no se haya conseguido es un fracaso de todo el movimiento llamado asturiano. No se ha llegado nunca no ya a ser una alternativa de poder, sino a ser algo que pesara en serio en la sociedad asturiana. Por otro lado, de algunos que colaboraron con el poder nunca hemos llegado a ver los frutos de ese colaboracionismo.
¿Qué ha hecho mal el asturianismo?
¿Qué es el asturianismo? Mire, yo siempre he dicho que lo único que permite realmente hablar de asturianismo en los últimos cuarenta años es Conceyu Bable, que planteó en los años setenta una actuación que tenía dos ideas fundamentales: bable nes escueles y estatuto de autonomía. Bable nes escueles: defendamos el idioma, mantengámoslo; y estatuto de autonomía: seamos un país que pueda decidir por sí mismo en una serie de cosas que sean compatibles con una política de Estado. Ésas eran las dos ideas madre, y según se fueron desarrollando las cosas hubo gente que se dedicó más a la política y gente que se dedicó más a la lengua. Yo pertenezco a este segundo grupo: tiré por la vía, digamos, académica, y creo que logramos todo un trabajo de modernización el idioma que nos permitió decir: “Asturianos, si queréis mantener el idioma, podéis: aquí tenéis las herramientas”. En el nivel político, yo no he visto que haya ocurrido esto, que la vía política haya tenido el éxito que ha tenido la académica.
¿Por qué la vertiente política no tuvo éxito?
No lo sé. Bueno, sí lo sé.
Un factor evidente es la atomización endémica del asturianismo, no sé si debida a personalismos exacerbados.
Sí, sí, todo lo que usted quiera. Se puede hablar mucho de eso y se puede hacer una tesis doctoral sobre el tema, pero no seré yo quien la haga.
La única presencia institucional del asturianismo fue el escaño que logró el PAS en las dos legislaturas de los años noventa. ¿Cómo valora la trayectoria de ese partido?
Yo no quiero entrar en la guerra del PAS, porque también se me diría que soy parte implicada, aunque no lo sea, porque yo nunca estuve en el PAS, aunque creo que sí estuvo bien que un partido asturiano en la Xunta. Probablemente a mí me hubiera gustado otro partido, pero el caso es que hubo un partido asturiano. En fin, habría que hablar con los que estuvieron en ese partido asturiano y que ellos digan qué pasó y por qué el PAS no tuvo futuro.
Pese a tener sólo un escaño, el PAS tuvo cierta fuerza merced a su pacto con Sergio Marqués. Por ejemplo, gracias a ellos se promulgó la Ley de Uso.
Sí, pero al mismo tiempo no votaron a favor de la oficialidad.
Aquél fue un episodio extraño. ¿Por qué votaron en contra?
Yo tengo datos al respecto, pero creo que entrar en este tema favorecería muy poco las relaciones que tengo con gente que, por otro lado, seguramente merezca mucha consideración. Creo que no es momento de que entre en esa guerra.
Volviendo al programa de Bable y regionalismo, el segundo punto pedía también a los medios de comunicación que promovieran activamente campañas de difusión para animar a los asturianos a utilizar el bable.
¿Quién ha hecho campañas de difusión? ¿Quién con poder económico las ha hecho? Si quien tiene que hacer la defensa del idioma no quiere hacerla, ¿quién la va a hacer?Pues nadie. Solamente empezó una vez el Gobierno asturiano a hacer no sé qué cosas, pero aquella iniciativa quedó paralizada inmediatamente. Si quien tiene que hacer la defensa del idioma, que es quien representa al pueblo asturiano, no quiere hacerla, ¿quién la va a hacer entonces? Podría hacerla una asociación potente de empresarios, pero, ¿qué empresarios han tenido en Asturias una actuación a favor de un asturianismo político y de una defensa del idioma? Hay ejemplos aislados, pero que no van a ninguna parte.
El tercer punto hace referencia a la educación. Aquellos eran los años del Bable nes escueles. ¿Cuáles son su balance de estos cuarenta años de presencia del asturiano en la educación y su diagnóstico de la situación actual?
Una cosa está clara: la escolarización empezó en el curso 1984/1985, hace treinta años, y hoy todavía no está escolarizado en asturiano el 100% de los estudiantes. Baste decir eso.
De todas maneras, en la educación sí ha habido avances sustanciosos: este punto del programa no es, aparentemente, el erial que son otros.
Ya, bueno, como no había ningún niño escolarizado, que hoy alguno asista a clase de asturiano una hora o dos a la semana ya nos parece un avance, pero eso no es un avance, es una tomadura de pelo. Aquí no cabe discutir cómo se encaja la asignatura, sino aprender de los países que tienen un idioma propio y cómo lo compaginan con el castellano; ir a Galicia, mirar cuántas horas de gallego tienen allí y hacer exactamente lo mismo. Y no digo Cataluña ni el País Vasco porque en cuanto uno saca el tema de Cataluña y el País Vasco la gente simplifica y lo mezcla todo. Nos queda más cerca el caso de Galicia, donde hay una presencia total de la lengua en la escuela. No sé por qué eso no se puede poner en marcha. Oiga, yo no le tengo que solucionar a usted, Administración, cómo hacer eso: hágalo usted con la fuerza que tiene para organizar su propia enseñanza. Si no lo hace, es porque no quiere.
¿Qué consecuencias prácticas tendría la oficialidad a la que usted aspira? ¿Se debería multar, por ejemplo, a quienes no rotulasen sus comercios en asturiano?
No, yo no creo que lo coercitivo sea bueno. Creo que se puede llegar a la gente sin ningún problema sin acudir a esas medidas, y creo que el modelo catalán asustaría a nuestra gente.
También en Quebec se multa a quienes no rotulan en francés.
Pero Quebec nos queda muy lejos. Nos queda más cerca Valencia, que es un territorio donde casi la mitad del territorio es castellanoparlante y sin embargo la oficialidad del valenciano no plantea problemas.
El cuarto pide “que todos los organismos culturales asturianos fomenten y difundan el aprecio a nuestra lengua”.
Yo tengo que ser bastante pesimista en este sentido, porque estamos ante una sociedad bastante inarticulada y no solamente ante eso, sino ante personas que en épocas anteriores utilizaron el asturiano en sus poesías, relatos y comentarios de prensa pero en este momento escriben en castellano. Como son tan liberales, escriben en castellano. “No, yo escribo en lo que me apetece”. Ya.
El quinto punto pedía lo mismo a los editores.
No existen editores en asturiano, o existen muy pocos. Se publican cosas, pero creo que salvo excepciones los editores de aquí han editado cosas interesantes en asturiano mientras ha habido subvenciones.
El sexto punto exigía la creación de un organismo “que atienda las cuestiones relacionadas con la promoción de nuestra lengua, en todas sus manifestaciones (literatura, toponimia, etcétera)”. ¿Cuál es su balance de la labor de la Academia de la Llingua desde su creación?
La Academia, en la medida de sus posibilidades, actualizó el idioma y puso en las manos de los asturianos las herramientas necesarias para que el idioma salga adelante. También en la medida de sus posibilidades económicas promueve estudios, publicaciones literarias, etcétera. Lo que no se puede pedir a la Academia es lo que no puede dar. La Academia no tiene poder económico ninguno: sólo tiene subvenciones económicas, y pocas. En consecuencia, lo que hace son milagros, a veces con gran sacrificio personal de algunos de sus miembros. Hay que tener en cuenta que la Academia no paga absolutamente nada por publicar. Ésa ha sido otra de las cantinelas eternas de todos estos años: hubo quienes pensaron que nos estábamos haciendo ricos. Y no, no, no: hay un artículo de los estatutos de la Academia que dice que sus miembros no podrán cobrar por sus funciones como académicos.
Sabemos todo lo que ha hecho la Academia de la Llingua: la gramática, el diccionario, etcétera, pero, ¿qué falta por hacer? ¿Qué herramienta importante está pendiente?
Todo lo relacionado con las nuevas tecnologías y la adaptación de la terminología relacionada con ellas. La Academia lo está abordando en la medida de sus posibilidades.
¿Qué puntos debería tener para usted un programa escrito hoy?
Prácticamente los mismos. Si aquellos seis puntos se pusieran en práctica, adelantaríamos mucho. ¡Es que no se ha hecho nada! Vamos, no es que no se haya hecho nada, pero la Administración no ha dado un paso en serio. Ni uno solo.
Aparte de los numerosos motivos para el pesimismo, ¿ve usted alguno para el optimismo?
Vería alguno si viera fuerzas sociales organizadas a favor del asturiano, pero no lo veo. Siento decirlo, pero no lo veo. No veo que vayamos a dejar de padecer el eterno problema de Penélope, tejiendo y destejiendo, tejiendo y destejiendo. En los últimos años hemos observado que hay especialistas en la destrucción de todas las plataformas unitarias que se ponen en marcha.
¿Viviremos para ver la oficialidad de la llingua?
[Suspira] Hombre, yo espero que se produzcan cambios en los próximos tiempos. Tal vez sí. Lo grave del caso es que el problema de la oficialización y reconocimiento pleno de la llingua asturiana no es de fuera.
¿No es Madrid el problema, sino Oviedo?
No, también es Madrid, y sobre todo lo que engendra Madrid. Sí tiene que ver. Madrid es funesto, y no lo sería si supiera asumir una posición de elemento coordinador en vez de una de impositor de modelos, que es lo que está siendo. Quieren hacer de cada territorio que no es Madrid un barrio madrileño, y así se explica el bombardeo continuo que recibimos de noticias madrileñas. Cualquier telediario empieza y acaba con Madrid. Nos obligan a saberlo todo de Madrid y a asumir cauces y modelos madrileños llevados a todas partes. Madrid sí es un problema: basta ver lo furibundos que son algunos comentaristas de la televisión española madrileña, cuya visión de la España futura y presente es para echarse a temblar. Quizás los que tienen enfrente tampoco sean modélicos, pero ésa es otra cosa. De lo que aquí se está hablando es de la negación. Por eso, cuidado con Madrid: Madrid también niega y es un problema, aunque es cierto que no ha sido el problema fundamental para Asturias en los tiempos recientes. El problema fundamental para Asturias en los tiempos recientes han sido los partidos mayoritarios, los que han gobernado y especialmente el que ha gobernado Asturias más tiempo.
En su artículo en Los asturianos mencionaba a Trevín como el único presidente que no tuvo hacia el asturiano una actitud distante u hostil. Sorprende este elogio de un Gobierno del que nadie suele hacer ninguno. ¿Qué hizo Trevín por la llingua?
Trevín no era una persona contraria a la lengua. Hizo cosas, y dejó hacer cosas, y si lo que se le proponía se podía hacer, lo hacía. Lo que pasa es que tampoco era un militante a favor de la llingua, y que algunas de las personas que colaboraron con él no estuvieron a la altura de las circunstancias. Se podría haber hecho mucho más; lo que pasa es que fueron dos años, y dos años son muy poco tiempo. Yo creo que Trevín encontró problemas dentro del propio partido. En la época en que Trevín daba la batalla en su partido faltó muy poco para que en un congreso del PSOE se votase a favor de la oficialidad. Las juventudes del partido estaban muy a favor, y sabemos muy bien quiénes fueron los responsables de que todo se volviera atrás: personas funestas, funestas, funestas, que hicieron perder la credibilidad desde el punto de vista asturiano a ese partido, que, o mucho cambian las cosas con una generación que arrumbe con todo lo que hay, o no se va a recuperar en ese sentido.
¿Quiénes fueron esas personas funestas?
No se lo puedo decir, porque si se lo digo me voy a meter en un lío. No tengo nada grabado de la época y me van a decir que invento. Volviendo a Trevín, él quería actuar políticamente, y no veía que la defensa del asturiano estuviese en contradicción con los postulados del partido socialista. Tenía una posición razonable, que también tenían otros en el mismo partido. Lo que pasa es que una cosa es eso y otra estar dispuesto a mantener la guerra internamente cuando no sabes el resultado que te va a dar y sí con qué contrarios cuentas: aquéllos que se movilizaron como fieras contra la oficialidad en aquel congreso.
¿Cuál ha sido el peor presidente del Principado en lo referente al asturiano?
[Risas] A ver, repasemos qué presidentes hubo.
El primero fue Rafael Fernández.
Rafael Fernández no se enteró de nada. Su discurso del Día de Asturias parecía el de un ministro de Obras Públicas, y cuando nos cuenta que va a ver al Rey nos cuenta que no va como presidente de Asturias, sino como un viejo republicano. Rafael Fernández no se enteraba de la fiesta. Aterrizó aquí, pero no sabía de qué iba la cuestión autonómica. ¿Silva? Silva probablemente haya sido el único que tuvo algo de conciencia de lo que significa ser presidente de Asturias, junto con Sergio Marqués al final de su mandato. Marqués tuvo una actitud digna como presidente de Asturias: no aceptó que los poderes no asturianos se quisieran imponer al Gobierno de Asturias y por eso mereció mi respeto para siempre, aunque podría señalarle errores y hacerle críticas desde otro punto de vista. Y Silva también entendió lo que significa ser presidente de Asturias, y le gustaba ser presidente de Asturias; lo que pasa es que llegó a una situación de desamparo total por parte de fuerzas del propio partido. Con respecto a la llingua, creo que no entendió el alcance del asunto, o que si lo entendió se tentó la ropa y tuvo miedo. Creo que le pareció que no podía controlar el proceso; que iba más allá de lo que él podía controlar, y que además tampoco tuvo una colaboración positiva en la Consejería de Cultura. ¿Quién más?
Vigil.
Vigil, hombre, por favor… De Vigil prefiero no hablar.
¿Cómo valora la gestión de Marqués con respecto a la llingua?
Marqués fue prisionero de su situación. La idea que yo tengo de él es que cuando llegó a la presidencia no era especialmente sensible a la cuestión, pero que por las razones que sea, por coyuntura política o por lo que sea, acabó echando mano del idioma en un determinado momento. Lo que pasa es que la situación ya estaba demasiado deteriorada como para poder hacer nada. Por cierto que fue entonces cuando Cascos hizo la proclama aquélla de que el PP estaría a favor de la oficialidad siempre y cuando se tomase la decisión por unanimidad de las fuerzas políticas de la Xunta.
¿Cree que fue una proclama sincera? Parece una hábil maniobra electoralista para ganar apoyos en el asturianismo sin comprometerse, toda vez que Cascos sabía que esa unanimidad no se iba a dar.
Bueno, si el PSOE hubiera sido otro a lo mejor la oficialidad hubiera salido adelante. El que quedó mal en aquel momento fue el PSOE. En aquel momento y para siempre, porque como decía antes va a tener que sudar mucho para recuperar algo de credibilidad. ¿Quién vino después? Uhm… Areces. Areces es otra mancha en los servicios que los gobiernos socialistas han prestado a Asturias.
¿También en lo que respecta al asturiano?
Por descontado. Areces seguramente hablaba gallego en la intimidad (risas).
¿Qué le parece Fernández?
No tengo buena opinión de él. Esto sólo lo digo a juzgar por sus intervenciones públicas; no entro en otras cuestiones que no conozco. A Fernández yo no lo conozco de nada; sólo de oídas. Pero no. Las intervenciones públicas que hace no son las del presidente de un pueblo, sino las de una persona que no tiene iniciativa, que no sabe atajar los males que realmente está padeciendo Asturias y que encima no hace más que proclamas sobre su disposición a colaborar con el Gobierno central. ¡Pues evidentemente que toda comunidad debe colaborar con el Estado central, claro que sí, claro que debe colaborar! Pero eso no quiere decir que no le digas las cosas que le tienes que decir, y eso yo no veo que Fernández lo haga. Sus discursos son discursos de muy poca consistencia, cualquier cosa menos lo que yo creo que deben ser los discursos de un presidente autonómico. En fin, el problema de Asturias es que no se hace política, y por descontado no se hace política lingüística.
En conclusión: ¿cuál fue el peor presidente en lo que respecta al asturiano? ¿Vigil, o Areces?
Los dos, aunque creo que peor Areces, porque a Vigil lo delataba mucho su manera de actuar y se le iba la fuerza por la boca, pero Areces hablaba menos y actuaba más. Fue funestísimo. Y, de todas formas, yo a Vigil ni lo considero. Aunque cuando recuerdo aquella Consejería de Cultura…
¿Cuáles han sido los mejores años para el asturiano y su normalización lingüístico?
La mejor época para el asturiano, teniendo en cuenta las graves dificultades que ha habido siempre, concluye entre la reforma del estatuto de autonomía en 1998 y la llegada de Izquierda Unida al poder junto con el PSOE en 2003. En las discusiones previas a la reforma del estatuto se puso en marcha el Pautu pol Autogobiernu y la Oficialidá, y se hizo una movilización muy buena en la que estuvieron presentes todos los sectores sociales. La oficialidad no se consiguió finalmente, pero no pasaba nada: llegaría. El problema fue que personas con muy poca capacidad de análisis no entendieron nada y se dedicaron a echar culpas a quienes más se habían movilizado a favor del idioma, y cundió la desunión. Por si fuera poco, cuando en 2003 Izquierda Unida accede al poder cuando el PSOE gana por mayoría relativa y necesita su ayuda para gobernar, Izquierda Unida se olvida de todo lo que había dicho durante su campaña: que si ellos llegaban al poder, habría oficialidad. A partir de ahí comienza el declive.
En su artículo en Los asturianos hablaba de un “cansancio desmovilizador” en los últimos años en lo referente a la lengua.
Sí, exacto.
¿Dónde se ubica usted políticamente?
¿Yo, políticamente? No lo sé. En algunas cosas puedo parecer de una manera y en otras puedo parecer de otra, pero es si hay algo de lo que yo escapo corriendo es del encasillamiento mecanicista. Uno puede ser muy progre en unas cosas y ver las cosas con mucho más prudencia en otras. Yo soy muy favorable a la autonomía asturiana, pero no a una a cualquier precio y de cualquier manera; y soy muy favorable a las reformas sociales, pero no al robo so capa de la defensa de las clases populares.
En un mundo ideal, y no en uno posible, ¿qué sería Asturias y cuál sería su relación con España? ¿De independencia, federal, confederal, autonómica…?
No estamos en la Edad Media, ni siquiera en el siglo XIX. Creo que se puede compaginar una buena autonomía con una colaboración leal con el Estado. Se puede hacer, pero se puede hacer si quienes nos representan están a la altura y saben hacerlo. Si no saben o no quieren, la autonomía no vale.
En una de esas encuestas sobre sentimientos nacionales que se suelen hacer, ¿usted que respondería sentirse: sólo asturiano, más asturiano que español, tan asturiano como español, más español que asturiano o sólo español?
Mi conciencia primaria es asturiana. A partir de ahí, hablamos. Yo no me siento antiespañol, ¿eh? Ni mucho menos. Eso es necesario decirlo, porque la gente, si no, simplifica, y yo creo que la identidad asturiana y la española son compatibles mientras no te las quieran hacer incompatibles. El problema es que algunos están luchando para hacerlas incompatibles.
¿Cómo recibió el estatuto de autonomía en 1981?
Pese a todos sus inconvenientes, como algo positivo en el sentido de que la alternativa era la unión no se sabe con quién. Hubo muchos proyectos en ese sentido, algunos disparatados, otros más razonables, pero para mí en aquel momento lo importante era asegurar la identidad asturiana. Si en aquel momento en que la cuestión lingüística y cultural estaba en mantillas entramos en una comunidad con otros territorios en los que la cuestión lingüística o no existe o no interesa lo más mínimo, no hubiera habido quien levantara aquello. Sí que es cierto que el proyecto que hubo de unión con León, visto desde hoy, hubiera sido interesante, porque hubiera supuesto prácticamente doblar el territorio, tener unas dimensiones notables y por lo tanto una mayor presencia en las Cortes españolas, presentarse ante las otras comunidades autónomas con la misma fuerza práctica. Eso hubiera cambiado algunas relaciones y hubiera hecho diferente el traspaso de competencias, del que solo tenemos motivos para ponernos colorados. En fin, en cualquier caso lograr el estatuto de autonomía era lograr, de alguna manera, cauces mínimos de participación en el Estado como una entidad más. El problema es que, desde el primer instante del reparto de los elementos del Estado entre las comunidades autónomas, Asturias llevó una parte impresentable. Yo sé cómo se hicieron en Galicia las transferencias en cuestiones lingüísticas y culturales, y aquello no se parece en nada a lo que se hizo aquí. Aquí se renunció a todo. Aquí se renunció a todo en aras no se sabe de qué.
Estándares y heterodoxias
Conceyu Bable comenzó la estandarización de la lengua que después culminaría la Academia. ¿Cómo se acometió esa estandarización? ¿Hubo debates muy arduos?
Fue difícil en el sentido de que aquélla, la de los últimos años de Franco y primeros de la Transición, era la época del asamblearismo. Se pensaba que nada era democrático si no lo aprobaba el cien por cien de los votantes. Y claro, de determinadas cuestiones todo el mundo tiene una idea más o menos conformada por sus intereses y puede votarlas, pero sobre si una palabra debe escribirse con be o con uve hay mucha gente que no tiene ni idea sin que por ello deje de creerse con el derecho a hablar y a proponer las soluciones más disparatadas. Tuvimos que pelear con gente que tenía niveles culturales bastante bajos. Todo el mundo se creía con el derecho a hablar y muchas veces lo que empezaba siendo una mera discusión ortográfica acababa derivando en virulencias personales muy problemáticas.
Tengo entendido que hubo gran discusión en torno a cómo escribir la che vaqueira.
Se decidió lo que se decidió para que quien escribiera la che vaqueira la identificase automáticamente con la elle, porque siempre que tenemos che vaqueira en las zonas de Asturias en las que se utiliza, en el resto del país tenemos elle. Fíjese qué cosa más fácil. Pues bien, para llegar a la conclusión de que había que hacerlo así, ¡mi madre! Se propusieron soluciones de todo tipo, y mucha gente proponía escribir ts sin darse cuenta o ignorando que la ts no se podía poner porque en algunas zonas de Asturias ts tiene un valor distinto al de la che vaqueira. Y hubo otros desacuerdos: sobre si se ponía el apóstrofo aquí o allá, o entre los que querían complicar más la ortografía porque si no dicen que estás escribiendo castellano y quienes querían simplificarla al máximo porque es mejor para la enseñanza. Pero bueno, para eso estábamos un poco estudiados: para hacer las cosas más o menos bien. Cuando discuten personas que entienden aquello que se está discutiendo todo es relativamente fácil.
Mucha gente no entendió, y sigue sin entender, la necesidad de un estándar.
No entendió que una academia, y un país que tiene un idioma propio, no debe acabar con las variantes que existen, pero tampoco permitir que en una comunidad amplia, de más de un millón de habitantes, cada uno escriba como le da la gana. Y no solo como le da la gana, sino cosas contradictorias: las fabas y les fabes en el mismo texto, o palabras con che vaqueira y palabras con elle, por ejemplo. Si dejáramos la escritura de la lengua a la opinión personal de cada cual, algunos sólo querrían escribir como hablan en su pueblo. En Asturias, indudablemente, también tenemos pueblerinos. De todas formas, creo que la mayor parte de la gente sí entendió la necesidad del estándar y que de lo que se trata es de que cada cual escriba como le parezca y con las palabras que le parezca pero dentro de los márgenes comunes de un idioma unificado.
A priori había dos modelos de estandarización: el vasco —una mezcla artificial de aportaciones de todos los dialectos— y el francés —tomar un dialecto y hacer de él el estándar—. El francés tiene la ventaja de que el estándar resultante es una lengua natural y la desventaja de que es poco democrático; el vasco, exactamente al revés. Ustedes optaron por un término medio: el dialecto central enriquecido con aportaciones del oriental y el occidental.
Sí, un término medio que yo creo que fue lo más razonable, porque las características fundamentales del central llegan al 80% de la población, y porque el modelo más cultivado históricamente era el central. Nuestra ventaja, por otro lado, es que las construcciones gramaticales son muy comunes. Las diferencias son fundamentalmente léxicas, pero eso no es un problema. Sí, yo digo orpinar y tú dices orbayar, ¿y qué? Se aceptan las dos, y de esa manera, con las aportaciones de un sitio y de otro, se enriquece el idioma. De lo que se trata es de tener un modelo abierto en el que unos puedan escribir con che vaqueira y otros con elle, pero no escribir una palabra de una forma y otra de otra en el mismo texto. Ésa era nuestra posición, y había toda una tradición histórica que la refrendaba.
Se han criticado mucho ciertos neologismos creados para forzar el distanciamiento del castellano, como infracadarma o muerganización.
Bueno, las academias tienen una parte de conexión inmediata con la tradición oral, pero también hay necesidades nuevas ante las cuales, a veces, hay que forzar la expresividad. En esos casos, la Academia debe aplicar criterios lingüísticos y sociológicos: lingüísticos, no proponer una barbaridad; sociolingüísticos, asegurarse de que la propuesta no vaya a ser rechazada por la gente normal. Se trata de buscar un equilibrio, un ten con ten, y eso fue lo que se intentó. Había, efectivamente, gente a la que le gustaba utilizar palabras raras, de ahí que algunos empezaran a decir que se estaba inventando. Y había gente que decía: déjate de infracadarma, yo prefiero infraestructura. Y había otros que decían: pues yo prefiero socadarma. ¿Quién tenía razón? Todos tenían razón. ¿Quién se impondrá en el futuro? No lo sabemos: que empiece la lucha en los usos lingüísticos y que, con el tiempo, sean los que escriban quienes determinen la predilección por una opción u otra. Sucede en todas las lenguas: ¿qué diríamos si viéramos las propuestas que hizo la Real Academia Española el otro día, algunas de las cuales llaman verdaderamente la atención? Bueno, pues algunas tendrán éxito y otras se quedarán ahí como tantas otras del diccionario de la RAE que están de adorno.
Se dice que, ante la necesidad de un término nuevo, el catalán tiende a tomar préstamos del francés para diferenciarse del castellano, mientras que el valenciano tiende a tomar préstamos del castellano para diferenciarse del catalán. Sucedió con gasolina, que se dice gasolina en valenciano pero benzina en catalán. ¿Ocurrió u ocurre algo parecido en asturiano?
Sí, ocurría que había gente que deseaba inclinar el asturiano hacia el occidente gallegoportugués y otros que, por el contrario, tiraban más hacia lo castellano. Y hay escritores que tienen la obsesión de que no los entienden y buscan la castellanización o siempre la palabra más próxima a la castellana, y otros que buscan lo contrario, y otros que dan una cal y otra de arena. En el primer caso, el de quienes intentan acercar el asturiano al castellano, muchas veces da la sensación de que estás leyendo castellano dialectal, castellano mal hablado, y eso no es bueno para el idioma. El ideal es presentar un texto del que nadie pueda dudar que es asturiano. Para mí, la mejor es la tercera opción, dar una de cal y otra de arena, aunque seguramente habrá quien lo discuta.
Imagino que la frontera con lo castellano es con frecuencia difícil de marcar. ¿Cómo se traza?
Bueno, primeramente hay que tener información sobre lo que es el estándar, lo más general. En asturiano, por ejemplo, lo general es elle en principio de palabra y no ele. Ése es un punto de referencia, aunque luego no siempre se cumpla, para marcar el límite de lo que pertenece a uno y lo que pertenece a otro. Hay muchas otras pautas de ese tipo, y también hay muchos elementos comunes, porque al fin y al cabo el castellano, el asturiano y el gallego son latín. Latín evolucionado.
El Porqué de los nombres
Uno de sus libros más conocidos es Pueblos asturianos: el porqué de sus nombres, en el que explica la etimología de cada nombre de cada pueblo de Asturias. ¿Cómo se gestó?
Se gestó porque yo hice mi tesis doctoral sobre el habla y la toponimia de Teberga, de donde yo soy, lo cual me permitió ponerme en contacto con la bibliografía lingüística y toponímica asturiana más elemental. Presenté aquella tesis en 1974 e inmediatamente se publicó como libro, pero sólo con la parte referente al habla: la toponimia planteaba problemas porque era mucho texto y no había dinero para publicarlo. Lo fui publicando en forma de artículos sueltos, pero a la vez fui recopilando material para hacer un trabajo global sobre Asturias. Me parecía que sería interesante un trabajo de conjunto, y, cuando lo terminé, una editora de Salinas que había entonces, Ayalga Ediciones, me propuso su publicación. Aquel libro tenía los errores propios de un novicio, pero tuvo bastante éxito. Años después corregí cosas que me había ido dado cuenta de que estaban mal y publiqué una segunda edición, y más tarde una tercera con una serie notable de enmiendas a la primera. En realidad es un trabajo de toda una vida. La toponimia asturiana es muy rica, porque tenemos una geografía muy variada. Había, por así decirlo, muchos sitios que denominar.
Hay alguna etimología muy curiosa. Mi preferida es la de Cudillero, de la cual usted explica que de la voz latina COS, COTIS (piedra) se habría tomado el acusativo COTEM para formar un hipotético diminutivo *COTICULAM (piedrecilla) cuyo colectivo masculino, *COTICULARIUM, sería el origen del topónimo: “lugar abundante en guijarros”.
Exacto, un sitio donde hay piedras pequeñas.
Me llama la atención por lo complicadísimo que parece establecer como etimología una palabra que no existe deducida de una que sí existe pero no salta a la vista cuando uno lee “Cudillero” o “Cuideiru”.
Bueno, es que de las ciencias humanas hay algunos que dicen que no son ciencias, y seguramente tengan razón, pero si entre las ciencias humanas hay una que lo es sin ninguna duda es la lingüística. En todo lo que respecta a la historia del idioma se pueden deducir con bastantes posibilidades de acierto muchas cosas.
¿Está asegurada la mayoría de etimologías, o son más las hipótesis sin confirmar?
Muchas están aseguradas. Todas no. Fíjese que, en la redacción del libro, yo utilizo con frecuencia los parece que, podría ser, etcétera. En estas cosas hay que andar con bastante prudencia.
¿Cuál es su etimología preferida?
No tengo etimología preferida (risas). Sí hay alguna curiosa. Por ejemplo, en el norte de León hay un pueblo que se llama Oral.lu, y yo defiendo que su etimología es ORACULUM, es decir, un oráculo, un sitio para rezar. También estoy muy orgulloso de haber establecido la de Metruna, un lugar de Teberga en la zona del Camín de la Mesa. Viene de Mitra, un dios persa cuyo culto seguramente trajeran legionarios romanos que habían estado en Oriente y después habían sido destinados a Asturias, y en uno de sus descansos o guardias tenían un lugar de culto. Hay cosas preciosas. Lloviu, el pueblo del concejo de Ribadesella en el que termina el descenso del Sella, viene del latín FLUVIUM, río. El río, el río Sella. Además, en este caso se puede marcar muy claramente el origen en época romana, porque sólo en esa época se utilizó esa palabra, que después desapareció por completo.
Es curioso el contraste entre lo rebuscadas que suelen ser las etimologías populares y lo simples que suelen ser las reales. Muchas veces la gente imagina etimologías verdaderamente rocambolescas a topónimos que significan simplemente el río, la peña, el bosque.
Sí, la gente no se complicaba la cabeza. Llamaba a las cosas con el nombre más elemental. Luego, a medida que evolucionan la gente y la lengua, llega un momento en que lo que era evidente para una generación deja de serlo para la siguiente pero queda ahí, petrificado.
Los tazoneros aseguran que Tazones viene de los tazones de leche que ofrecieron a Carlos V a su llegada, pero según usted viene del plural de STATIONEM, “puerto”.
STATIONES, sí. Está documentado en la Edad Media. Y oiga, de Carlos V no hay que olvidar que cayó por allí de casualidad. Cuando uno lee la crónica del viaje de Carlos V desde Tazones hacia el oriente, ve que el que cuenta el viaje dice que desde el primer momento los lugareños los seguían a distancia, controlando quiénes eran y a qué se dedicaban, pensando que podía ser un invasor.
Esas etimologías populares aparecen un poco por todas partes. En Somiedo se dice que el nombre viene de la exclamación de un rey que, al atravesar el Puerto de la Mesa y dirigir la vista a los precipicios de su izquierda, retuvo a su caballo gritando “¡So!” mientras señalaba con el índice hacia abajo agregando “¡Miedo!”. ¿Por qué esa necesidad de explicarse el nombre de los sitios?
Porque la gente ve en los nombres de los sitios algo misterioso. Muchos de esos nombres son opacos, incomprensibles desde la propia lengua, y el hablante quiere saber qué hay La gente ve en los nombres de los sitios algo misterioso, y quiere saber qué hay detrásdetrás, cuál es el misterio. De ahí que se inventen montones de cosas y que luego llegue el listo de turno y siga inventando. Para eso está el trabajo del lingüista, que muchas veces tiene que luchar contra la inercia de viejas creencias. “Éste debe de ser tonto”, te dicen muchas veces.
Una de las cosas más recurrentes en la toponimia asturiana es la terminación en -ón, -ona, -oña o -ueña de muchos nombres de ríos y lugares siempre próximos a un río: Nalón, Purón, Valdeón, Trasona, Piloña, Güeña, Pigüeña…
Sí, yo creo que se trata de una palabra prerromana, probablemente céltica: ONNO, ONNA, con el significado de río o corriente de agua. Tresona es lo que está “detrás del río”; Piloña lo que está “al pie del río”. La raíz también está presente en Onís, y quizás en Enol.
¿Hay muchos topónimos prerromanos?
La gran mayoría son latinos, pero sí hay una capa anterior formada por topónimos de origen céltico y por otros que son parientes de lo céltico sin que se pueda precisar si son célticos o no, que es lo que llamamos indoeuropeo.
¿Qué ejemplos hay de topónimos celtas?
Pues por ejemplo todos los que derivan de güelga o buelga, que significa “camino entre la nieve, la vegetación o la maleza”: La Güelga, Les Güelgues, La Bolgachina… Yo acabo, precisamente, de publicar un artículo sobre esto en la revista Asturies: Memoria encesa d’un país. Se titula Reflexón sol celtismu llingüísticu asturianu, y en él no caigo en la tentación fácil de ser un celtista, pero sí llamo la atención sobre elementos indudablemente célticos que hay en la lengua y en la toponimia y sobre que no hay por qué renunciar a esa tradición. Hace algún tiempo también escribí un artículo en Lletres Asturianes, la revista de la Academia, en el que daba cuenta de cien palabras de origen céltico que se dan en el asturiano actual, y también de algunos topónimos. Palabras como senra, que significa lo mismo que ería; un pez que se llama samarín; otro, la cría de la trucha, al que se llama esguín, esguingu o esguirriu… El asturiano, en este sentido, presenta una riqueza lingüística muy notable, que se debe a ser un territorio habitado en gran parte por población continuadora de la población indígena. En muchos pueblos asturianos mantienen el apego y el arraigo de las palabras tradicionales. Por eso el día que se pierda el asturiano estaremos perdiendo cultura, patrimonio.
En el prólogo del libro cuenta una anécdota muy divertida relacionada con un lugar llamado El Viesnán.
Sí (risas). Era el nombre de un barrio de cierto pueblo de Asturias según unos paisanos de allá, pero a mí no me casaba con lo que yo sabía, así que insistí hasta que se echaron a reír y me explicaron que lo de El Viesnán era una broma derivada de que los vecinos de ese barrio estaban todo el día riñendo. Eran los años de la guerra civil de Vietnam… El barrio, en realidad, se llamaba La Calecha.
Una dimensión interesante de la toponimia es que muchas veces llega a donde no llegan los documentos escritos o arqueológicos.
Claro, claro. Lo que conocemos a través de los documentos es poco.
En cambio, la toponimia nos permite saber que había un oráculo en Oral.lu. Es una invitación a ponerse a excavar.
Exactamente. O los lugares que en Asturias se Miyadoriu viene de ‘humiliatorium’; Piedraxueves, de ‘petra Jovi’, ‘piedra de Júpiter’llaman Miyadoriu o Michadoriu. Viene de HUMILIATORIUM: un sitio en el que te humillas, en el que te pones de rodillas para rezar. La toponimia nos proporciona toda una geografía del culto antiguo, muchas veces precristiano.
Hay fitotopónimos, zootopónimos, antropónimos, hidrotopónimos, hagiotopónimos… ¿Cuál es el grupo más numeroso?
Los antrotopónimos. Muchísimos pueblos en Asturias llevan el nombre de su antiguo dueño: Avilés era la villa de Abilius, la villa abiliense; Llaviana, la villa de Flavius, es decir, la villa flaviana. Y como éstos hay centenares de ejemplos que nos dan información sobre los modelos de apropiación de la tierra, que es un tema muy interesante.
En historiografía hay un debate, muy enconado a veces, sobre la romanización de Asturias: hay quien la minimiza considerablemente e incluso quien la niega. La toponimia parece una demostración de que fue muy amplia, toda vez que uno se encuentra topónimos de origen latino hasta en los lugares más recónditos de Asturias.
Solamente desde una perspectiva incomprensible se puede negar o dudar de la romanización generalizada de Asturias. Quien duda de ella tiene muy poca información. En Asturias tenemos muestras clarísimas de romanización en todos los concejos, tanto en la costa como en la cordillera. La costa oriental, por ejemplo, estaba totalmente romanizada, pero si te pones en la cordillera, donde hay toda una serie de vías de penetración romana, como el Camín de la Mesa que cité antes, también se constata que esa zona está llena de romanización por todas partes. No hay más que fijarse en los topónimos acabados en -ana, que hay por todas partes y que son inequívocamente romanos. El -ana, como comentábamos antes, se posponía al nombre del dueño de una posesión y aparecía detrás de una villa o casería: Llaviana era la villa de Flavius; Mamorana, la villa de Memorius; Llogrezana, la villa de Lucretius; Oviñana, la villa de Albinus… Que haya gente que niegue la romanización pone de manifiesto que los historiadores todavía no han entendido que la lengua es un elemento importante para entender la cultura y la colonización. La romanización es innegable. Eso sí, compatible con un indigenismo muy manifiesto también, que se demuestra por ejemplo en el nombre de las corrientes de agua. Todas las corrientes de agua importantes de Asturias —el Deva, el Sella, el Nalón, el Aller que antiguamente era el actual Aller y el actual Caudal, el Narcea, el Navia—llevan nombre prerromano, lo que demuestra la existencia de una masa importante de población que mantuvo durante mucho tiempo la lengua prerromana. A veces, esos ríos tienen dos y hasta tres nombres prerromanos: al río Nalón todavía se le llama río Avia en algunos tramos, y ese avia, que es una palabra prerromana y algunos dicen que incluso precéltica que debía de significar “agua”, ha quedado petrificado en Pravia y Trubia. Hay mucho que decir sobre el particular, y en el capítulo sexto de Pueblos asturianos se dan muchos datos en este sentido.
Falta interdisciplinariedad entre la historia y la lingüística.
Sí, y yo estoy cansado de que falte. Es que estás diciendo: oye, mira aquí, dioses prerromanos, por ejemplo todos los topónimos tipo Tarna, que vienen de Tarannis o Taranus, el dios céltico del trueno. Pero al mismo tiempo tienes dioses romanos, anteriores al cristianismo: el Sueve, Piedraxueves, Sobia… Piedraxueves es la PETRA JOVIS, la “piedra de Júpiter”; el Sueve, el MONS IOVII, el “monte de Júpiter”, etcétera. Y tienes Metruna, y tienes Deva, y también ves que hubo un momento de superposición: el río que sale de la cueva de Covadonga se llama Deva, una expresión céltica que significa “divina”, pero luego llegó el cristianismo y transformó aquel lugar de culto a una diosa femenina en Covadonga, la COVA DOMINICA, la cueva de la Señora. O el nombre del río Sella: de Sella sabemos claramente que es el nombre del río desde hace milenios, porque ya lo recoge un escritor en época romana. Pero al lado tenemos Lloviu, que es el intento de los romanos que vienen después de cambiarle el nombre al río con la palabra que ellos utilizaban, que era FLUVIUM. Etcétera. O sea, que es un tema precioso y apasionante y además muy instructivo, y yo no puedo entender que en una Facultad de Letras no se sea más sensible con estas cosas, ni que una sociedad como la asturiana, que tiene aquí un punto de referencia cultural muy importante, no sea capaz de mantener esa toponimia como debe ser.
¿Cómo valora las iniciativas de oficialización de la toponimia asturiana que se van haciendo en varios concejos?
Como una chambonada más, y siento ser crítico, pero lo que no puedo hacer es decir mentiras. ¿Por qué digo que es una chambonada? Pues porque en Asturias se oficializaron como bilingües cosas que no son bilingüismo, sino inventos que hicieron los que castellanizaron. Qué se yo. Llamorgal, que en asturiano significa “lugar abundante en llamuerga”, o sea, en lodo, llegaron unos funcionarios y lo transformaron en La Morgal. ¿Pero qué tontería es esta? Y no solamente eso, sino que muchas veces, en los carteles, no sabes distinguir dónde está lo asturiano y dónde lo castellano, porque unas veces los carteles ponen en la parte de arriba el topónimo castellano y en la de abajo lo asturiano, pero resulta que unos kilómetros más allá es al revés, primero el asturiano y luego el castellanizado. O en algunos sitios entras en un pueblo que tiene dos denominaciones, por ejemplo cuando vas a Llugones, que encuentras un cartel que dice Lugones/Llugones, pero cuando sales te despide uno que sólo dice Lugones. Chambonadas de este tipo se ven continuamente, lo que demuestra que no hubo ningún proyecto serio, y así se hizo mal una cosa que era facilísima de hacer. Naturalmente, salvando algunos errores en los que se podía caer pasándose más allá de lo debido, pero es que aquí también se pretendió a veces que esto fuera una asamblea abierta para que todo el mundo decidiera y votase gente que tenía todo el estigma lingüístico encima sin que primero se le diera una información. Que yo sepa, ni en Galicia, ni en el País Vasco, ni en Cataluña, ni en Valencia, ni en Baleares hicieron esto. ¡Es que aquí siempre estamos, o están, descubriendo el Mediterráneo! Ya podíamos ser un poco más creativos en otras cuestiones y dejar las chorradas que se hicieron con este tema fuera de circulación.
En el libro dedica párrafos largos a exponer varias teorías sobre el origen de los nombres de Asturias, Gijón y Oviedo. Sus etimologías nunca han quedado del todo claras. ¿Cuáles son las teorías más aceptadas al respecto en este momento?
Hombre, de Asturias no tenemos todos los detalles para poder confirmarlo, pero creo que se puede defender sin miedo al error que es un topónimo prerromano traducible, grosso modo, como “país de las aguas” o “país del agua”. De Xixón sabemos lo que no es: sabemos que no es la Gigia que cita Ptolomeo, que era una población de la actual provincia de León cerca del río Cea. Eso tendrían que haberlo leído algunos que parece ser que no lo leyeron. Ya lo dijo Diego Santos aquí hace muchos años, pero parece pasaron olímpicamente de él. O sea, que no es Gigia. También sabemos que no es SAXUM, “peñasco”, como propuso Unamuno y defienden algunos. ¡Pero es que lo dice la documentación medieval! En la documentación medieval no es lo mismo escribir una jota que una equis, y la equis de SAXUM no puede derivar a una ge. En cuanto a Uviéu, es muy discutible también y tampoco podemos confirmarlo, pero es posible que pueda hacer referencia a un lugar elevado o a algo relacionado con el agua.
¿Por qué son precisamente estos topónimos, el del país y los de las dos ciudades más importantes, los menos claros?
Porque la toponimia está al margen de que una población llegue a ser importante o no. Cuando dieron a una población un nombre que probablemente fuese Ovetum o algo por el estilo, no era una ciudad grande ni mucho menos, sino un monte, que después, por razones históricas, se acabaría convirtiendo en ciudad y en capital del reino. Por otra parte, cuando el nombre es de un territorio amplio o una ciudad muy conocida, suele estar bien documentado, y eso nos permite decir que Xixón no es SAXUM. La abundancia de documentación permite falsar ciertas propuestas, lo cual es imposible para otros lugares con menos documentos que los mencionen.
Hubo cierta época en que hicieron furor el celtismo y el iberovasquismo: como usted dice en el prólogo de esa obra, “cualquier similitud que se encontraba con estas lenguas era válida para explicar el significado de tal o cual lugar”. Asturias venía de AITZ-URA, “agua que brota entre rocas” y Gijón de EGUI-GON, “sitio estrecho recogido, alto y bueno”. ¿También la investigación toponímica está sujeta a modas?
Sí, siempre, aquí y en toda tierra de garbanzos, porque hay gente que todavía no ha entendido que en la interpretación toponímica, si no se manejan los datos de tipo histórico comparativo, no se puede hacer nada. Es decir, la filología está para algo. Todo lo que sea intuición te podrá servir para tirar por un camino u otro, pero sólo con la intuición, sólo con decir a mí me parece que, no vas a ningún lado. Las opiniones tienen que estar fundamentadas en algo, y si se lleva a cabo el método filológico con prudencia pero con claridad se pueden conseguir cosas.
¿Sucede también la toponimia lo que decíamos antes con respecto a la normalización de la lengua: preferir la más rara entre dos opciones?
Sí, sí, sí. Hay gente que tiene grandes traumas porque busca cosas misteriosas como para una especie de salvación por la lingüística. Pero las cosas significan lo que significan, y por más que tú quieres que signifiquen esto y no aquello, la realidad es la que es.
¿Cómo se investiga el origen de un topónimo?
Primero, recogiendo bien el topónimo. Recogerlo bien significa saber cómo lo pronuncian los naturales de allí, pero los naturales de allí que mantengan la lengua y que pronuncien el topónimo tal como tradicionalmente se vino pronunciando porque accediera a él a través de la tradición familiar. Y que sean de allí, no de cinco kilómetros más allá. Porque, además, siendo del sitio vas a tener sin darte cuenta un montón de información que a veces es extraordinaria. Qué se yo, ponme el ejemplo de un concejo, el tuyo.
Villaviciosa.
Villaviciosa. Pues en Villaviciosa, el criterio fundamental no es lo que diga el Ayuntamiento ni lo que diga el cartel, ni tampoco lo que diga el señorito de La Villa. Eso no nos vale, porque muchas veces está deformado. Si hacemos bien la investigación, cuando, saliendo de Villaviciosa por la carretera vieja hacia Xixón, encontramos un sitio que se llama Buetes, tenemos que tomar que se llama Buetes, no Huetes, porque si tomamos que se llama Buetes nos daremos cuenta de que ese Buetes casa perfectamente con la documentación medieval de todo ese territorio en torno a Valdediós, en la cual aparecen Boides, Boiges y otras diversas maneras de escribir el término. Otro ejemplo de Villaviciosa: entre Villaviciosa y Colunga hay un reguerín que sirve de límite y se llama El Vayu Manayu. Bueno, pues ese topónimo conserva el nombre medieval del concejo de Villaviciosa, Maliayo. En fin, se trata de cotejar el nombre actual con los datos que proporciona la documentación y lo que uno sabe del proceso de evolución lingüística.
Hablando de Villaviciosa, en el prólogo del libro también comenta que hubo quien quiso cambiarle el nombre al pueblo y ponerle Villavirtuosa.
Sí, hubo quien lo propuso en un periódico local, diciendo que qué dirían los turistas cuando llegaran y tradujeran a sus respectivas lenguas la vergüenza de ser una villa viciosa (risas).
Verificar un topónimo parece complicadísimo por la cantidad ingente de documentación escrita y oral que hay que manejar. Cada etimología es casi una tesis doctoral.
Tanto como eso, no, pero sí que es complicado, porque, además, no sólo hay que manejar documentación, sino que hay que manejarla críticamente. No todo lo que está documentado tiene el mismo valor, porque el escribano de la Edad Media podía ser un avispado o podía ser un zote. Había de todo, pero para eso vivimos unos cuantos siglos después y conocemos la historia de la escritura, y gracias a eso podemos decir muchas cosas. Y otra cosa que hay que conocer muy bien es el léxico del idioma. Pero bueno, todo es oficio. Una vez que sabes por dónde van los tiros, vas adquiriendo agilidad y olfato.
También ha publicado una obra sobre arabismos en asturiano. Háblenos de esos arabismos: ¿hay muchos?
No hay muchos en el asturiano actual. Hay más en la documentación medieval. Pero en el asturiano actual hay algunos, y algunos muy característicos.
¿Por ejemplo?
Pues mira, una palabra tan habitual como zuna, que significa “manía” y comparte etimología con la palabra árabe sunní. Los sunníes son, traduciendo un poco por encima, los de les zunes, los sectarios.
Se jubila el año que viene. ¿Cómo será su vida a partir de entonces? ¿Tiene algún proyecto en mente?
Convertir el Diccionario general de la lengua asturiana, que publicó La Nueva España hace unos años, en un diccionario etimológico. Llevo ya mucho escrito, pero hay que escribir más. A eso será, fundamentalmente, a lo que yo me dedique cuando me retire. Creo.
Tradujo al asturiano El principito. ¿Tiene más traducciones en mente?
De momento no tengo pensado, no. Aquella traducción la hice para demostrarme a mí mismo que podía traducirse El principito al asturiano, del mismo modo que muchas de las cosas que se hicieron en un primer momento buscaban simplemente demostrarnos a nosotros mismos que podían hacerse, como una especie de reto personal.
Hay quien opina que no deberían traducirse obras ya traducidas al castellano, sino sólo las que no lo estén.
Ésa es mi opinión. Dentro de poco va a salir publicada una traducción del Quijote, pero yo no quiero traducciones de una lengua que ya conozco; prefiero que me traduzcan lenguas a las que no puedo acceder. ¿Hay que traducir la Biblia? Bueno, pues probablemente sí, porque es un libro muy referencial y existen esas cosas que parece ser que ninguna lengua que se precie olvida. Y si la gente quiere tener una traducción de la Biblia o del Quijote, aunque yo no le daría prioridad, pues que se haga, que muchas veces hacemos trabajos que no tienen salida porque nadie quiere aportar ni una peseta, y esas traducciones están bien como ejercicio escolar y como cosa simbólica. Pero no deberían ser el objetivo fundamental.
(d’Asturias24, 07-11-2014)
Deixar ua Respuosta