PABLO BATALLA CUETO
En la historia contemporánea del asturianismo hay un nombre que descuella considerablemente sobre los de otras figuras del movimiento y es el de Xuan Xosé Sánchez Vicente. En esta pequeña pero afanosa empresa cultural y política, Sánchez Vicente lo ha sido todo: desde compilador de diccionarios hasta impulsor del emblemático Conceyu Bable y el único diputado netamente asturianista que ha conseguido franquear las puertas de la Junta General del Principado en estos cuarenta años de democracia. Lo consiguió entre 1991 y 1999 y como presidente de un partido hoy agonizante aunque no moribundo —mantiene un concejal en Bimenes—: el Partíu Asturianista (PAS). Sobre la introducción, el nudo y el desenlace de aquella aventura política a cuyos impulsores se recuerda como «los del bable» aunque la mayor parte sus preocupaciones y propuestas fueran de naturaleza económica versa la mayor parte de esta conversación mantenida entre una montaña de libros y al calor de dos vasos de vino en el despacho que Sánchez Vicente tiene en su propia casa; pero en sus tres horas de duración hay también tiempo para una vivisección metafísica de Asturias, recordar el breve paso del entrevistado por el PSOE de la Transición o reflexionar sobre interclasismo, literatura, regionalismo cántabro o las figuras de Pedro de Silva y Sergio Marqués.
¿Es Asturias una nación? ¿Qué hace de Asturias una nación?
Bueno, depende de lo que discutamos. El término nación es un término antiguo y en torno al cual hay muchas interpretaciones distintas. Yo creo que es aplicable en este caso, que se puede entender perfectamente a Asturias como una nación, si entendemos por nación una identidad histórica y una cultura diferente o muy personal.
¿Por qué no hay y no ha habido históricamente una expresión política del sentimiento de particularidad identitaria que, según todas las encuestas de los últimos cuarenta años, es mayoritario entre los asturianos?
Bueno, hubo un cierto éxito político que fue el del PAS, pero sí, fue muy pequeño y muy limitadín. Aparte de eso no hubo más. Es un misterio en el que yo he indagado muchísimas veces. Hay muchas explicaciones posibles y yo creo que en parte hay que atribuirlo a que, pese a que entre la Primera República y la Segunda sí hubo una fuerza notable del Partido Republicano Federal, a partir del 34, de la guerra civil y del franquismo todo lo que no sea la expresión izquierda nucleada en torno al PCE y al PSOE o la expresión derecha desaparece del mapa conceptual y por lo tanto los asturianos, piensen lo que piensen políticamente, no pueden proyectarse más que a través de esas dos expresiones. Y una vez que uno se proyecta en una de esas expresiones a los catorce, quince, dieciséis, dieciocho años, ya está, queda adherido a ella toda la vida. Yo creo que esa es una razón fundamental. Luego, seguramente la identidad cultural en parte sea débil. El asturiano no es una lengua que choque tanto con el castellano, y su rechazo, por lo tanto, no supone un problema personal de comunicación como ocurre con el euskera o el catalán, por ejemplo. Y hay más cosas. En Asturias no existe la opinión pública asturiana. Para nada. No existe. Yo siempre pongo el mismo ejemplo: salimos todos a la calle por el Prestige, pero por el Castillo de Salas no salió nadie. Eso se comprueba en las encuestas: «¿Usted por dónde se informa de la actualidad política?». Pues se informa por los medios estatales y la política es lo que se hace en Madrid. Podemos ir al caso más reciente: quienes votaron a Podemos o a Ciudadanos, ¿a quién votaron? Pues votaron a Pablo Iglesias o a Albert Rivera. A los integrantes de las listas asturianas no los conocía nadie; nadie sabía quiénes eran. Ésa es la proyección social que hay. No sé, yo a veces digo en coña que debemos de tener una especie de gen africano raro que permanece aquí y que a lo mejor es eso lo que explica que, efectivamente, cuando los asturianos van a ver a Fernando Alonso lleven una caja de sidra y una bandera de Asturias pero cuando se les pide que miren políticamente por Asturias no lo hacen.
Un profesor mío del Instituto Jovellanos decía que el único asturianismo que había en Asturias era el asturianismo de chigre.
Sí, no sé si de chigre pero al menos de folixa. Yo ilustro esto muchas veces con una canción popular, propia de las moñas, que empieza: «Dicen que los asturianos/ no estamos en el mapa», o sea, reconoce implícitamente que algo sentimos, pero luego sigue: «pero bebiendo sidra/ conoznos hasta el papa» (risas). Hay una identidad fuerte, eso está claro. Y nos lo dicen muchas veces; el otro día lo decía un socialista importante, no recuerdo si Pedro Sánchez o Felipe González. Pero eso, ¿en qué se traduce? No hablo ya de voto político, sino de defensa de los intereses propios. ¿En qué se traduce ese asturianismu folixeru? En nada. Cuando vienen los príncipes aquí y salimos en el telediario, dicen: «Los reciben unos gaiteiros y después van a ir a tomar una sidriña». ¿Por qué pasa eso? Porque los gallegos tienen algún peso en el conjunto de España, mientras que a nosotros no son capaces de identificarnos. En el diccionario de la RAE, aparte de hacerse una definición de asturiano que es de risa —«Variedad actual del asturleonés que se habla en Asturias», o sea, un circunloquio para no decir que el asturiano es una lengua—, no está recogida la palabra asturianismo, y el asturianismo no es un invento nuestro, sino algo que existe cultural y políticamente por lo menos desde los años diez. Esa palabra no consiguió entrar en el diccionario. ¿Por qué? Porque no nos ven. ¿Por qué no nos ven? Pues porque, por ejemplo, cuando vienen los príncipes, y el príncipe lee traducido al castellano un poema precioso que Berta Piñán escribió en asturiano —«Una casa, llevantar una casa que seya como un árbol…»—, Berta, que es muy amiga mía y a quien quiero mucho, se pone toda contenta. Yo le decía: «Pero Bertina, por Dios, eso es una estafa. Tradujeron el poema ex profeso para que el príncipe no lo leyera en asturiano». Nos hacen el favor de leer una cosa de un autor en asturiano pero por supuesto la leen en castellano. ¿Esto qué es? Yo los puse a parir, pero fui el único. Parece que tenemos miedo a hacernos notar. Es una cosa muy antigua: yo siempre cito el ejemplo de la Segunda República, cuando tanto intelectuales como Pérez de Ayala como políticos como Teodomiro Menéndez mantienen un discurso público de que primero hay que solucionar la cuestión catalana y otras y sólo al final, si acaso, los asturianos miraremos por lo nuestro. Yo llamo a eso complejo de Atlas: los asturianos creemos que si no tenemos encima el mundo para sostenerlo el mundo caerá y esfarrapará. La Transición, como decía antes, reforzó mucho estos elementos: hizo que los únicos discursos sociales fueran el de la izquierda centralista o universalista, como queramos llamarla, y el de la derecha.
«Sepa España que en nuestra mano estaba suscitar conflictos no menos apremiantes y enfadosos que los de otras regiones», decía exactamente Pérez de Ayala.
Sí, exactamente.
En su libro El hilo de Ariadna. Propuestas para una política asturianista, que publicó en 1991, manejaba una expresión parecida al ésa del complejo de Atlas, también muy afortunada: la de la «Covadonga de sensatez» que parece que a los asturianos nos gusta ser en España. En estos mismos días, Javier Fernández arremete contra el proceso soberanista catalán con una dureza y una insistencia que no le conocemos en otros asuntos que atañen directamente a Asturias.
Claro, claro. Lo mismo. Otra cosa que cuento en ese libro es que aquí se tardó un montón en adoptar el término dirección general en la Administración. No se quería decir dirección general porque sonaba a algo de verdad. Esas cosas, ¿no? Y sí, a Javier Fernández le preocupa mucho Cataluña. Pero ojo, Javier Fernández es responsable del tema catalán, ¿eh? En septiembre de 2003 firmó la Declaración de Santillana a favor del federalismo asimétrico, que no es otra cosa que dar a los catalanes quitando a los demás. Nuestros socialistas lo firmaron encantados, y cuando por fin ganaron en Cataluña corrieron a dar voces a la Generalitat. El propio Fernández salió personalmente al balcón de la Generalitat a decir que aquello era estupendo para la clase obrera y para el mundo.
Al fin y al cabo es otra cara de la misma moneda: privilegiar los intereses estatales del partido sobre los asturianos. En aquel momento el interés estatal del PSOE era presentarse como amigo del catalanismo y hoy es el contrario.
Claro. Ellos —el PSOE, el PP, todos— son de una iglesia que tiene su papa en Madrid y eso es lo fundamental, lo que toca.
Esa idea de Asturias como reserva espiritual de España es antigua, en todo caso. Lo mismo en Covadonga, que en 1808, que en 1934, Asturias se levanta no para sí sino para salvar una España en peligro. Si no fue así, al menos así se conceptuó rápidamente. Seguramente Pelayo no se sublevó con el propósito de salvar a España de los moros, pero ya su nieto, Alfonso I, adopta el discurso neogoticista. Y en el 34, desde luego, el discurso es ése, el del poema de Pedro Garfias sobre el «árbol de Asturias, ya sin ramaje, desnudo, seco, clavado, con su raíz entrañable que corre por toda España crispándonos de coraje». El rol de Asturias entusiásticamente asumido por los asturianos es ser una especie de reserva espiritual que se activa cuando a España se le acaba la gasolina.
En el 34 hay esa idea, sí. Hay una confusión de cosas, pero la fundamental es: «Vamos a salvar a los demás españoles». Y dos años después, cuando estalla la guerra, los milicianos salen de Oviedo entusiasmados, en tren, a defender Madrid. Les dice Aranda que vayan y van encantados. Una cosa absolutamente sorprendente, pero que fue así. La idea es ésa: «lo importante es lo de los demás, lo nuestro no. Lo nuestro no tiene importancia; nosotros somos una caxigalina». Era así en el 34 y sigue siendo así.
Tiene dicho de la revolución del 34 que fue un disparate político.
Al margen de lo que el 34 significase políticamente —con lo que yo, evidentemente, estoy en desacuerdo, porque no hay más que ver las proclamas y la creación de moneda para que no quepa duda de que aquello fue una revolución comunista, y yo, como supongo que la mayoría de la población, estoy a mucha distancia de eso—, desde el punto de vista estratégico fue un disparate, sí. Fue mandar al suicidio a muchos ciudadanos. La idea era un levantamiento en toda España, y al final lo que pasó fue que se dejó morir aquí a unos pocos probes con las armas del Turquesa. No sé cómo presumen; es para pegarles una patada en los huevos. Desde ese punto de vista, yo no sé cómo alguien puede votar al PSOE en Asturias. En general, creo que la mitología del 34 nos hace bastante daño.
¿Es el 34 el covadonguismo de la izquierda?
Es un poco el covadonguismo de la izquierda, sí.
En El hilo de Ariadna dedica varias páginas a cargar contra «una izquierda “universalista” que es capaz de apoyar cualquier reivindicación del resto de España o las del país más alejado del mundo pero que parece desestimar la tierra desde la que habla e ignora o desprecia muchos de sus problemas reales». Parece claro que el universalismo es algo bueno, y yo entiendo que critica a la izquierda no por profesarlo, sino por entenderlo mal. ¿Cuál es el buen universalismo?
Yo no sé si es positivo el universalismo. Tengo muchas dudas de que lo sea. Hay cosas que son evidentemente positivas del universalismo, pero no creo que sea positivo pensar en el interés del mundo antes que en el tuyo. Hay que no estar contra nadie, claro, y agabitar a los demás en lo que puedas, pero no creo que tenga mucho sentido pensar que si arreglamos lo del mundo lo nuestro quedará automáticamente arreglado. No, no: tú tienes que pensar en lo tuyo antes que en arreglar lo de todos. Si en los próximos años se crean en España dos millones de empleos y tú no creas ninguno, ¿qué negocio es ése? ¡Tendrás que emigrar! Ante todo tienes que mirar por lo tuyo. Por ti y por tu casa. Una vez tienes lo tuyo arreglado, sí, miras por la antoxana y, si quieres, vas a andechar col vecín. Lo que no tiene sentido es decir: «Voi a andechar col vecín, que tá mui necesitáu» y tener lo tuyo sin atropar.
¿Tiene sentido, en el mundo ultraglobalizado de hoy, cultivar una identidad tan cuantitativamente pequeña como la asturiana? ¿Es siquiera posible?
Es posible si se quiere. Yo veo que en Cataluña y en Euskadi, cuanta más globalización, más localismo. Hay que compensar las dos cosas y la gente las compensa reforzando el localismo. Hace un tiempo escribí un artículo en el que hablo sobre la visión del señorito y la visión del pueblo a cuento de unas palabras de Mario Monti sobre que es bueno que todo el mundo emigre y circule por el mundo. Yo creo que convertir a la humanidad en pueblos nómadas moviéndose para ocupar espacios económicos, como en la prehistoria, es un desastre total: personal, familiar y humano en general. Ese permanente correr, ese permanente desplazarse en grandes migraciones indoeuropeas o mundiales para ganar cuatro perres, no es una buena vida salvo para el que la quiere. Hay gente a la que le gusta ver mundo y no tener raíces en ningún sitio, claro que la hay, pero yo creo que la mayoría de la gente no es así. Se ve mucho en esos programas de asturianos por el mundo: todo el mundo quiere volver y, por lo menos, vuelve para las fiestas. Y además saca la bandera y esas cosas. Hay un raigañu, hay daqué que es insuficiente para quedarse en Asturias cuando no tienes trabajo ni dinero, pero que existe. Y de ahí viene también mi nacionalismo: de querer garantizar que el individuo que quiera vivir en su lugar de origen pueda.
De todas formas, Cataluña tiene siete millones de habitantes, el País Vasco tres, Galicia dos… Asturias sólo tiene un millón. No digo que deba ser justamente ése, pero, ¿no hay un umbral de pequeñez más allá del cual no tiene sentido el nacionalismo? ¿Tiene sentido ser nacionalista de una nación tan pequeña en el mundo de hoy?
Yo creo que lo tiene. ¿Cuál es la diferencia entre dos millones de vascos y un millón de asturianos? ¿Justifica la diferencia de uno a dos que el que es uno sea cero y el que es dos sea cien? La única diferencia entre los vascos y nosotros es que los vascos quieren ser. Yo creo que el problema no es numérico, sino de voluntad.
En El hilo de Ariadna también tiene munición para la derecha, que convierte «en una pura farsa sus ocasionales disfraces con el vellocino autonómico, que sólo utilizan como medio de hostigamiento contra el PSOE». La relación de la derecha con el asturianismo es bastante peculiar; hay una como sucesión de olas asturianistas y antiasturianistas bastante desconcertante. No es tan sencillo como decir que la derecha es antiasturianista.
Yo diría más bien que, si te acercas a ellos a nivel individual, reaccionan de una manera, pero que colectivamente reaccionan de otra. Cada vez más, de hecho. En los años veinte había un regionalismo de derechas más o menos fuerte, pero hoy la posición del PP contra el asturiano y lo asturiano es terrible; no hay más que pensar en cuánto están atacando el tema de la asignatura de cultura asturiana. También en este caso hay un problema de adherencia a Madrid y a una idea de que lo importante es España y de que España es Castilla y el castellano. Pero Pidal, que era ultramontano, cuando va a Madrid porque se alía con Cánovas después de la restauración de Alfonso XII, le lleva a Cánovas un diccionario de asturiano. A nivel individual hubo siempre y hay muchos derechistas asturianos que sí tienen un aprecio, un afecto, por lo de aquí.
En el libro también reflexiona sobre el famoso grandonismo asturiano, que usted resume en una frase: «Se es, no hace falta demostrarlo, puesto que ya se demostró, o, de otra manera dicho, la miseria patente es sólo un engaño, puesto que la verdad cierta es la grandeza latente».
Ésa es otra parte de lo que nos pasa, sí. Es una cosa como consoladora. «Fuimos la hostia», y tal: Pelayo, el 34, no sé qué y no sé qué más. Pero eso, ¿en qué queda? ¿Para qué vale?
Usted presenta implícitamente ese grandonismo como una superestructura conscientemente creada y fomentada para mantener a los asturianos quietos. ¿Lo cree así?
No diría tanto, pero sí que el grandonismo, creado o no, viene bien para eso.
Otra parte curiosa, sin embargo breve y en la que profundiza poco, es aquélla en la que alude a la idea fatalista y paralizante de «fin de la historia» que parece latir en la cultura asturiana desde hace siglos.
Sí. Ahora hay, en ese sentido, un cambio en parte del asturianismo cultural, pero en la cultura asturiana siempre ha existido esa idea. Yo estoy reuniendo documentos para escribir algo sobre eso, y he encontrado ese elemento ya en la época de Carlos V. Desde entonces, todas las generaciones han pensado: «Esto se acabó, dejamos de ser, ya no somos», y han escrito sobre «la muerte del bable» y ese tipo de cosas. Es una cosa muy general y que no afecta sólo a la llingua, sino un poco a todo. Sin embargo, aquí estuvieron muertas la gaita, la sidra, la tonada y el monólogu y se recuperaron. Con la recuperación de la gaita tuvimos que ver nosotros: conseguimos llevar la gaita al conservatorio. Con la sidra no; con la sidra cada cual contribuyó todo lo que pudo (risas). Con la tonada, mira, yo recuerdo una anécdota que tiene que ver con mi toma de conciencia asturianista. Estaba yo tomando algo en un chigre allá por los años sesenta y había allí un jukebox, una de aquellas máquinas de discos que había entonces. Extrañamente, entre los discos que había para poner había uno de tonada, y alguien lo puso. De repente, un cliente se pone como loco y empieza a gritar: «¡¿Quién puso esa mierda? ¡¡Quitái esa mierda!!». ¡Gritaba en asturiano, pero se sentía totalmente ofendido por que alguien pusiera un disco de tonada! Ésa fue una de mis tomas de conciencia. «¿Cómo puede ser esto? Si ponen un disco en inglés, aunque no entienda nada, no le importa, pero por una cosa en asturiano se siente totalmente ofendido», reflexionaba yo.
También aborda la cuestión de la pluralidad asturiana; esa vieja idea ya desarrollada por Ortega y Gasset setenta años antes de los Amigos de los Bables según la cual no hay una Asturia sino muchas Asturias sólo vertebrables por su común pertenencia a la casa común española.
Eso lo combato yo siempre, sí. Hay muchos tópicos muy absurdos relacionados con esa idea y que se repiten mucho, como ése de que hace cien o doscientos años un paisanu de L’Infiestu que iba a la Pola a vender una vaca al mercáu hablaba con la gente en castellano porque no se podía entender en asturiano con la gente de la Pola. ¿Qué disparate es ése? ¡Pero qué castellano iban a hablar, si no lo sabían! Yo tengo publicado un libro que ganó un concurso de ensayo y se tituló Asturias. Unidad y pluralidad en el que voy demostrando la unidad de Asturias con mapas. ¿Dónde se encuentra el mito de no sé qué? ¿Dónde se encuentran xanes? En toda Asturias. Otra cosa es que sólo haya un investigador en Teverga que haya notado eso, pero es que a lo mejor el de Belmonte nunca preguntó por ello.
Lo que usted apunta en El hilo de Ariadna es que se malinterpretó a Ortega y Gasset.
Sí. Él hacía una reflexión un poco metafísica sobre que Asturias acaba en –as y por lo tanto hay muchas Asturias en vez de una, pero Juan Cueto Alas, con quien yo tuve buena relación, se aprovechó de ese pasaje y lo manipuló para impulsar esa idea que luego se traduciría en todo aquello de los Amigos de los Bables.
En un famoso artículo de 1996 en la desaparecida La Voz de Asturias, describía a a Asturias como una colonia. ¿Lo era? ¿Lo es? ¿De quién? ¿De qué?
Bueno, yo ahora no diría eso por algunas razones. El término colonia aplicado a Asturias viene de los años sesenta, que fue la época de la autoliberación de los pueblos: Argelia, etcétera. Era un discurso en el que había una parte de imitación y una parte de análisis económico: el de que de Asturias se sacaban los recursos pero que esos recursos se enviaban a Euskadi, a Cataluña y a otras partes para fabricar allí los bienes de producción. Bueno, tiene algún sentido, pero yo ahora no mantendría ese término, más que nada porque veo que la gente de la izquierda nacionalista asturiana lo mantiene con la idea de que si nos separásemos del resto de España nos iría muy bien económicamente. Y no, yo creo que eso es una locura absoluta. Nuestra estructura económica es muy, muy, muy débil como para pensar que nos pudiera ir bien desamarrándonos de España. ¿Quién nos va a pagar la sanidad, las pensiones…? Es más, yo creo que últimamente, si no fuera por el dinero que nos llega del resto del Estado, nuestra situación económica sería catastrófica. Uno sólo puede pensar en esos términos duros, no ya los de independencia sino incluso los de una autonomía muy amplia, cuando tiene una industria potente, un comercio potente, empresas de tamaño grande, etcétera. Las empresas de tamaño grande en Asturias eran todas estatales y ahora o siguen siendo estatales o están en manos de capital extranjero. Con esas bases, la independencia es un disparate que nos llevaría a la miseria y que por lo tanto yo nunca me atrevería a proponer a los asturianos.
Ésa del origen foráneo de nuestra burguesía es una singularidad curiosa, que tal vez explique el fracaso histórico del asturianismo.
Es así, sí. Los Masip, los Herrero, los Masaveu… Todos de fuera. Éste fue siempre un país muy pobre. Yo siempre pongo como metáfora, y escribí con ella un poema que tengo por ahí publicado, que somos la única catedral que sólo tuvo para una torre. Tenemos pocas piedras. Eso se ve bien yendo a Gijón o a Oviedo: en realidad no hay prácticamente casas y casonas de los siglos XV y XVI. No hay nada prácticamente. Tú vas a Castilla y hasta en el pueblo más pobre te encuentras señales de riqueza en esos siglos. Ves que allí llegó el dinero de América, o el del comercio posterior. Aquí no, aquí siempre fuimos muy pobres, y eso explica que aquí nunca hubiera potencia capitalista para montar empresas. Jovellanos indaga sobre el carbón e incluso forma navegantes y mineros en su instituto para aprovechar las riquezas de Asturias, pero las inversiones vienen todas de fuera. Estatal, alguna, como la Fábrica de Armas de Trubia, y de capital foráneo las más, incluido el Ferrocarril de Langreo, que pagan la reina Isabel II y el rey. Sí que hubo un momento de espoxigue industrial grande con la repatriación de capitales de Cuba: se crearon bancos, sociedades eléctricas, etcétera. Pero ese espoxigue se agotó en los años treinta, y yo estoy seguro de que la revolución del 34 y la guerra civil hicieron mucho daño en ese sentido. A partir de esas fechas, los capitalistas asturianos pasan a tener miedo a hacer inversiones arriesgadas y abellúguense todos en la gran banca. Pero eso no sólo pasa en el gran capital, ¿eh? Podemos ir al pequeño comercio: es sorprendente, pero la mayoría de tiendines es gente de fuera la que las lleva. De primera o de segunda generación, pero gente de fuera. ¿No somos capaces de abrir una tienda nosotros o qué? Bueno, pues no somos capaces de abrirla.
¿A qué Asturias aspira? ¿A qué relación de Asturias con España?
Hombre, yo aspiro a una relación de mayor autonomía, pero eso requiere previamente una toma de conciencia por parte de los asturianos. En política, como en todo, soñar o querer las cosas que no son no tiene ningún sentido. Mientras los asturianos sigan teniendo esa incapacidad de defender lo propio y de valorarlo… Ése es otro de nuestros defectos terribles. Aquí, a cualquiera que llegue de fuera enseguida se lo pondera, pero a los de aquí… Yo no sé a qué se debe eso. Lo que sí sé es que hasta que los asturianos no adquieran la conciencia de que ser asturianos es una decisión política no se podrá aspirar a nada. Decisión política que no hace falta que pase por partidos específicamente nacionalistas, ¿eh? Puede tomarse en partidos centralistas.
Asturianizar o asturianistizar esos partidos, digamos.
Sí, que empiecen a pensar que ser asturiano no es sólo ser de Gijón o de Oviedo o de Noreña, sino que hay intereses comunes que hay que defender. Eso no se ve nunca. Nunca se supo de ningún diputado asturiano que en Madrid se moviese y que no defendiese antes los intereses de fuera que los de aquí. Alguna excepción muy pequeñita, quizás. Y eso es lo importante. A eso es a lo que aspiro ahora mismo. A que los asturianos adquieran conciencia de sí. A partir de ahí podrá pensarse en otras cosas, pero no hasta que no tengamos ésa, que con seguridad ya no verá nuestra quinta. Para eso, para esa toma de conciencia, es para lo que estamos trabajando ahora mismo.
Conceyu Bable
Pasemos a repasar su vida y trayectoria. Nace en Gijón en 1949. ¿En qué familia?
Por parte de padre, una familia muy, muy, muy humilde, como por otra parte era la mayoría de la gente de la época. Yo contaba hace poco en un artículo en el que hablaba de Joaquín Dicenta, que vino a vivir a Gijón a principios de los sesenta, que en mi casa convivieron durante mucho tiempo los abuelos, los hijos e incluso los matrimonios recién casados hasta que consiguen salir. Hasta los años sesenta era así. Por parte de madre, mi abuelo era un empleado del Ferrocarril de Langreo, por lo que había un poco más en casa.
Hablaba antes del jukebox y el disco de tonada que contribuyeron a su toma de conciencia asturianista. ¿Qué otros factores marcaron para usted esa adquisición de conciencia?
Hay una cosa que seguramente ahora no entiendan las nuevas generaciones: hasta los años setenta, el asturiano fue la lengua común de la calle. Más culto o menos culto, más o menos mezclado con el castellano, pero era así. Lo hablaba incluso la derecha: el médico, el abogado, el notario, etcétera, que sabían que cuando les llegaba una persona que hablaba asturiano tenían que hablar con ella en asturiano. Lo decía el propio Jovellanos: «El asturiano es la lengua que hablamos todos los días con el menestral, con el no sé qué…». Era algo natural, y la conciencia asturiana la adquirí en el momento en que me di cuenta de que ese factor lingüístico llevaba consigo una forma particular de ver las cosas, de estar en sociedad, etcétera, y que eso no era un accidente, no era que hubiera una montaña ahí, sino que era un factor histórico propio de mi sociedad que estaba en peligro y había que querer, usar y defender. Yo siempre recuerdo que la primera persona a la que vi hablar en asturiano en la facultad fui yo. Lo hice en una clase de Alarcos, precisamente, en un diálogo o debate en el que le pregunté una cosa a Alarcos, y la extrañeza y las risas no fueron de Alarcos —era cuarto de carrera, antes, por lo tanto, de que Alarcos se volviera antiasturianista—, sino de los compañeros de clase, porque resultaba sorprendente. Una vez uno entraba en el carril de la cultura o en el carril de la riqueza, todo eso desaparecía. Hoy las cosas son muy diferentes: los rapazos se crían en castellano y es muy complicado que adquieran esa conciencia. Yo, por ejemplo, tengo un nieto al que hablo en asturiano y al que su madre y su abuela hablan en asturiano, pero que, salvo cuando se pone muy mimoso y te dice una terminación en –es, te habla en castellano. Claro, es lo que aprendió en la guardería y en la escuela. El agua en la que nadan los críos de hoy es el castellano. Eso no era así, antes. No fue así hasta los años setenta. Hoy incluso las generaciones mayores hablan en castellano, y yo me doy cuenta de que a veces actúo como un reactivo: muchas veces llego a un sitio, una comida o tal, y de repente gente que nunca habla en asturiano habla en asturiano porque sabe hablar en asturiano. No digo que hablen un asturiano culto, pero dicen ye, dicen cases, dicen oveya, dicen trabayar… Saben asturiano, pero necesitan un reactivo.
Sus primeros años de activismo están vinculados a una organización emblemática: Conceyu Bable. ¿Cómo recuerda aquella experiencia? ¿Cómo surge el proyecto?
Antes de Conceyu Bable ya había alguna cosa, algún conceyu de amigos del bable y tal. Había un daqué y yo ya estaba participando en ello en el año 71, cuando promociono en el Pueblu d’Asturies el primer concurso de cuentos en asturiano, que gana Pin el de Madrid.
¿Se refiere a Pin el de Cigüedres?
Sí, Pin el de Cigüedres. Nosotros le llamábamos Pin el de Madrid de aquélla. Bueno, como te digo yo ya estaba furando donde podía, con Luis Argüelles y otra gente. El caso fue que en 1974, estando yo dando clase en la Universidad Laboral, alguien, no recuerdo quién, me comentó que conocía en Oviedo a algunas personas que también estaban interesadas en la cuestión aquella de darle vida y proyección pública al asturiano. La idea fundamental era ésa: darle respetabilidad al asturiano. Seguramente eso de la respetabilidad sea un término de hoy, no un término de entonces. Para nosotros, aquello seguramente no fuera más que puxar pol asturianu. Pero ésa era la idea. Asturias Semanal nos dio abellugu y empezamos a trabajar. Fueron haciéndose manifiestos políticos, convocándose las primeras manifestaciones, etcétera, y empezó a apuntarse mucha gente. De diversas formas: yo recuerdo, por ejemplo, que Antonio Masip era socio, pero no lo vi nunca por allí participando. Emilio Ballesteros, el de Nava, también fue socio, pero el trato que yo tuve con Ballesteros no fue a través de Conceyu Bable. Había mucha gente así, que simpatizaba, firmaba los manifiestos, sofitaba, etcétera pero no participaba activamente. Despertamos un movimiento de simpatía muy grande. De hecho, se crearon varios conceyos fuera de Asturias: Conceyu Bable de Madrid, Conceyu Bable de Barcelona…
Había mucha simpatía pero sólo trabajaban dos o tres.
Bueno, eso es siempre así. Tú vas ahora a una asociación de padres y trabaja uno, y vas a un equipo de fútbol de Tercera y trabaja uno también. En Conceyu Bable el número de socios no debió de llegar a quinientos. Yo tuve el fichero aquí en casa hasta hace poco que se lo di a Lluis Antón González, que me imagino que, como persona seria que es, no lo habrá tirado. Y éramos eso, cuatrocientas, quinientas personas. Que se dijeran de Conceyu Bable había muchas más, pero eso es como todo. «¡Yo soy socialista!». Bueno, pero, ¿tú pagas, tú tal? «¡No, no pago, pero soy más socialista que tú!». Con Conceyu Bable pasaba lo mismo. «¡Yo era de Conceyu Bable!». ¿Ah sí? ¿Pero tú pasaste la ficha siquiera?
Hoy se recuerda Conceyu Bable como un edén de unidad asturianista perdido y jamás recuperado.
Nunca lo fue. Nunca lo fue. Tuvimos una estremadura pronto, cuando se convocaron las primeras elecciones. Yo pretendí hacer un partido político de Conceyu Bable y expliqué por escrito mis razones: Conceyu Bable era lo que era y había valido para lo que había valido pero una vez empezada la vida social, política y administrativa normal ya no teníamos nada que pintar, ya no éramos el emburriador universal ni la reserva espiritual de Occidente, y teníamos que ir a otro modelo. Pero fracasé. No hubo manera. La idea era muy antipartidos y antipolíticos ya en aquel momento y Arias, Masip y otros se fueron a aquello de Unidad Regionalista diciendo que aquello no era un partido político. «¡No política, no partidos!», decían, y cuando les preguntabas: «Oigan, y esto que ustedes faen, ¿qué ye?» te decían: «No, es que esto no es un partido». «¡Ah!» Yo, fracasado en aquel intento mío, me fui con algunas personas con las que luego fundaría el PAS al PSP.
La división, según explican quienes han historiado aquello, se estableció entre el grupo de Oviedo, liderado por Arias, vinculado a la Universidad y centrado sobre todo en lo lingüístico, y el grupo de Gijón, liderado por usted y que reivindicaba una mayor atención y ligazón a los conflictos sociolaborales del momento.
Bueno, yo esa segunda parte no sé si era así. La idea que yo tengo es que en Gijón trabajábamos mucho y nos esfronábamos por todas partes y en Oviedo querían llevar las riendas del asunto y tratar más de llingua y asuntos culturales que de otras cosas. Yo no diría tanto de asuntos sociales, pero sí políticos. Aquí en Gijón el compromiso hacia la política era mayor y el trabajo yo estimo que también.
«La normalización política es imprescindible para la normalización cultural», clama usted mismo entonces.
Sí, sí. En eso también fracasamos, y te pongo un ejemplo: la Academia se constituyó como un ente estratosférico con respecto de las instituciones administrativas. En estos momentos, me parece que está constituida como una entidad sin ánimo de lucro que no depende pero sí depende de la Administración. Está como en un limbo, ¿no? La Academia debería haberse constituido una entidad de la Adminsitración. No para que la Administración nombrase a los académicos, evidentemente, pero sí para que tuviera una forma jurídica normalizada. Como los sucesivos gobiernos jamás se quisieron hacer cargo en serio del tema del asturiano —tampoco conseguimos algo tan de cajón como que un Gobierno asturiano haga política cultural asturiana—, la Administración delega la formación de profesores de asturiano en la Academia, que es una cosa absolutamente insólita. Con normalización política yo me refería entonces a eso: a que, oiga, no tiene que ser Conceyu Bable o la Academia después, sino la Administración, la que dé los cursillos, forme a los profesores, dé las titulaciones, etcétera.
En Conceyu Bable había un claro alineamiento a la izquierda política que luego no tendrá el PAS.
Eso está claro, sí. Algunos nos vinculamos al PSP, otros a aquello de Unidad Regionalista, que también tenía esa bandera, otros al MC, otros al PT… Sí que había ese alineamiento a la izquierda. Izquierda política e izquierda antipolítica, ojo. Yo creo que ése es otro error del asturianismo. No que la gente tenga personalmente esa apetencia ideológica, sino pretender vincular el asturianismo con ella. A mí siempre me decía Marqués que mientras el asturiano y el asturianismo fuesen una cosa sólo de izquierdas no habría nada que hacer, y es verdad. Yo creo que determinadas apropiaciones del asturiano y del discurso asturianista por la CSI, por grupos del anarquismo, etcétera, no nos hacen ningún favor. No conozco ningún sitio en el que la normalización de la lengua haya pasado sólo por una parte de la sociedad, y mucho menos por una parte radical de la sociedad. En Galicia, el salto del gallego a la televisión y a las escuelas lo dio Fraga. En Cataluña, para qué hablar. En Euskadi el euskera es de Herri Batasuna o Bildu y es del PNV. Aquí el asturiano y el asturianismo han sido una cosa muy vinculada a la izquierda radical, y eso hace que a esa parte de la sociedad que lo rechaza se le den más motivos para sentirse hostigada.
«La defensa y esporpolle del bable ye, antes de na, la defensa de les clases populares que nun falen otra cosa», defienden entonces en un artículo que recuerda al «Llingua obrera, llingua oficial» que se cantará más tarde en las manifestaciones de partidos de la izquierda revolucionaria sensibles a la cuestión lingüística.
Sí. Yo creo que eso es un exceso, pero que no está mal dicho. Puedo ilustrarlo con una anécdota que contaba mi madre, la de una pariente de ella que, muriéndose en la cama, decía: «¡Ay, que el mio fíu nun fale aldeano, enseñáilu a falar castellano!». Estoy hablando de los años veinte, más o menos. Es cierto que la llingua estigmatiza a los pobres, igual que pasa con el castellano en Estados Unidos o con las lenguas amerindias en Sudamérica. Por lo tanto, evidentemente, prestigiar una lengua lo que más defiende es a la gente que la habla, que es fundamentalmente la gente rural y los trabajadores. Lo que pasó con el asturiano fue que, a la vez que los enemigos del asturiano consiguieron imponer todos sus tópicos mentirosos —que si hay mil bables, que si la gente no se entiende de un valle a otro…—, nosotros, los defensores del asturiano, no conseguimos que al gente que se debería sentir defendida por el asturianismo lo hiciera. Eso de «¿Cuántos nomes tien l’angazu?» te lo repite gente que habla asturiano en contra del asturiano. Los asturianistas no conseguimos que la gente dejara de ver el asturiano como una torga social para ellos, y no lo conseguimos por nuestra incapacidad para la proyección social. Hay una cosa que yo decía siempre en la Academia mientras estuve activo en ella sin que nunca me hicieran caso: hay que tomar copas con la gente, hay que salir de esa especie de encastillamiento en el que parece que nos gusta estar.
¿Se puede decir, aplicando un enorme reduccionismo, que el asturiano es la lengua de los asturianos pobres y el catalán la lengua de los catalanes ricos, y que eso contribuye también a explicar el desigual éxito de los nacionalismos asturiano y catalán? En Cataluña sucede a grandes rasgos lo exactamente opuesto a lo que sucede en Asturias: allí la burguesía es autóctona y el proletariado —los inmigrantes andaluces, extremeños, etcétera— foráneo.
El proletariado es inmigrante sólo en Barcelona. En las masías, que es de donde viene fundamentalmente el voto de Junts pel Sí y venía el de Convergència, los labradores —llauradors, me parece que se dice— hablan catalán. En cuanto a la burguesía asturiana, es verdad que en gran parte ha sido de fuera, como hablábamos antes, pero también hay una burguesía media que es autóctona. Marqués hablaba conmigo en asturiano, y hablaba conmigo en asturiano porque lo sabía, porque era de aquí de toda la vida. E igual que a Marqués conozco a mucha gente de esa burguesía media —empresarios, médicos, etcétera— que habla conmigo en asturiano. Yo, como decía antes, actúo un poco de reactivo allí donde caigo. Cuando hablo en asturiano, la gente se acomoda y habla conmigo en asturiano aunque normalmente no lo hable, y habla conmigo en asturiano porque sabe asturiano. Eso también estaba ahí, y tampoco supimos moverlo y conseguir que esos hablantes potenciales de asturiano se sintieran prestigiados por serlo.
A Conceyu Bable lo hizo famoso la reivindicación expresada en el eslogan Bable nes escueles. Aquella campaña tuvo un éxito notable.
En aquel momento de emoción tuvo mucho éxito, sí, igual que la reivindicación de la autonomía regional, que era la otra mitad de la pancarta de aquella primera manifestación en 1976. «Bable nes escueles, autonomía rexonal». Hay que recordar que muchos políticos se meaban de risa cuando se les planteaba la idea de que hubiera autonomía para Asturias. El mismo Carrillo, cuando viene aquí en el 77 antes de las primeras elecciones, se mea de risa en la plaza de toros. «¿Qué dicen estos locos?», y tal. Era una idea inconcebible poner a Asturias al nivel de los demás. Por alguna razón, siempre se entiende que los catalanes y los vascos tienen que ser más que nosotros. Sin embargo, la autonomía acabó triunfando, aunque fuimos los que más tardamos en poner en marcha las reformas estatutarias en la fase de ampliación de competencias. Con el bable nes escueles sucedió lo mismo: fue una campaña exitosa, aunque fuera a través de esa relación irregular de la Academia con la Administración y más tarde de nuestra tan denostada ley de Uso y Promoción, que nos costó estar en el Parlamento.
Más tarde hablaremos de ella y de ello. Ahora dígame, ¿cuál es su balance de estos cuarenta años de presencia del asturiano en la educación y cuál su diagnóstico de la situación actual? ¿Qué valoración hace, en general, de lo logrado en materia de dignificación del asturiano en estos cuarenta años y de la situación de la llingua hoy?
Es muy difícil valorar… Hombre, yo creo que en varios aspectos se mejoró, pero yo creo que no son los aspectos sustanciales. Hay un cierto reconocimiento del asturiano y una buena literatura que ha cambiado por completo la historia de la literatura en asturiano, que hasta el Surdimientu había sido de muy poca entidad. Todo eso está ahí, pero al mismo tiempo sigue habiendo una enemistad, una rocea… No hay más que ver lo del hijo de Alarcos. Muchos grupos sociales todavía ven el asturiano cuando menos con desconocimiento, y en general con desprecio e incluso odio, como si el asturiano fuse un peligro. También se ha avanzado un poco en el reconocimiento y la presencia simbólica del asturiano en algunos sitios: qué se yo, tal día no sé qué político habla en asturiano. Pero la normalidad de las instituciones y de la política no es el asturiano. De todas formas, lo que a mí más me entristece es la realidad social de que antes todo niño que nacía somorguiábase en las aguas del asturiano y en los últimos treinta años ha habido un retroceso enorme en ese sentido. Ahora hay gente que tiene una enorme militancia, lo cual es una novedad histórica muy reciente, más que Conceyu Bable, pero eso socialmente representa poco. Para los grandes grupos humanos, el asturiano es una cosa muy extraña. E insisto, hay cosas buenas: la oportunidad para un grupo de asturianos de aprender el asturiano en las escuelas, cosa que se consiguió gracias a nosotros como Partíu Asturianista; una producción investigadora importante en asturiano, un grupo de personas cultas que utilizan el asturiano de forma normalizada en la Universidad… Pero el balance personal que yo hago es más el de haber dado voces en castañéu que el de haber conseguido cosas. Hay cosas conseguidas, pero la situación dista mucho de ser todo lo prestosa que quisiéramos.
Le pido otro balance. Es académico de la llingua desde la fundación de la ALLA en 1980. ¿Cómo valora la trayectoria y el trabajo de la Academia de la Llingua a treinta y cinco años de su fundación?
Yo creo que la Academia, y lo dije allí mientras estuve activo, hace muy bien el trabajo investigador y de publicaciones. Punto. Creo que la Academia ha tenido muy poca, muy poca, muy poca visión política y social. En eso no acertaron ni una. Volvemos a lo de tomar copas con la gente. No ha habido responsable de la Oficina de Política Lingüística con el que la Academia no haya estado enfrentada. Y yo creo que eso es un error, que fue siempre un error. Incluso a nosotros como PAS se dedicaban en las clases de verano a tirarnos piedras. Esto es así, no lo invento yo: dedicaban las clases de verano a meterse con el Partíu Asturianista. Eso no tiene ningún sentido. Si tú quieres llegar a la gente tienes que convivir con ellos, tomar copas con ellos, no estar todo el día tirando piedras. A lo mejor tomar copas no funciona, pero funciona mejor que si les tiras piedras. Yo creo que hubo muy poca cintura. Y hay más cosas: yo creo que también se equivocaron en las apuestas. El primero que llegaba allí a cantarles cosas, ya enseguida pensaban que estaba con ellos. Y también fue errónea desde el principio la política de instrucción de maestros. No sé si eso ha cambiado en los últimos tiempos, pero supongo que no. Todavía hoy veía una cosa sobre la apostrofación en un digital, no recuerdo cuál. No se puede perder el tiempo con los rapacinos enseñándoles apostrofación. Ya te digo que no sé cómo es ahora, pero durante mucho tiempo la pelea fue que los rapacinos apostrofaran, hicieran bien las contracciones, etcétera, y lo que hay que hacer con los rapazos es somorguialos en el asturiano, que lo sientan, que lo falen, y después ya nos perderemos en cuestiones de ortografía. Por cierto, también vengo diciendo desde el principio que esa ortografía es excesivamente complicada.
¿Por qué?
En primer lugar porque algunos aspectos del estándar choquen con la mayoría del uso social: poner téunica, por ejemplo. Eso puede calar muy fácilmente entre los militantes, pero es muy difícil que llegue a calar en la mayoría de la gente. De todas maneras, eso no es tanto problema. Es un problema mayor la ortografía. A todo el mundo le cuesta mucho. La apostrofación, de hecho, es un buen ejemplo.
Trayectoria política pre-PAS
Su trayectoria política, después de la disgregación de Conceyu Bable, comienza en uno de aquellos partidos-taxi de la izquierda de la Transición, llamado Democracia Socialista Asturiana. ¿Qué le atrajo de aquel proyecto?
Ahí me mete Pedro de Silva. La verdad es que no recuerdo es cómo y cuándo conocí a Pedro de Silva, pero fue él quien me captó. Estaba ferviendo la pota de la política, eran los últimos años de Franco y toda la gente de cierta edad y de cierta sociedad, por así decir —la Universidad, etcétera—, fue para algún sitio. A mí, de la DSA me atrae que pone lo de asturiana. No hay más misterio.
¿Tenía un componente regionalista fuerte aquel partido?
Aquel partido duró muy poco y no se llegó a elaborar un discurso asturianista o nacionalista. Estaba lo de asturiana y eso ya era un atractivo, pero aquel partido dio poco más de sí. Muy pronto nos fusionamos con el PSP.
El Partido Socialista Popular de don Enrique Tierno Galván. Se fusionan en 1976, si no me equivoco.
Exactamente.
¿Allí sí había un componente regionalista más sólido, mejor apuntalado?
Sí, el que aportamos algunos plantando batalla en los congresos. Recuerdo, por ejemplo, que conseguimos que algo así como el diez por ciento de los carteles se escribieran en asturiano. Siempre era una pelea y lo que conseguíamos siempre era una especie de concesión a los no sé si llamar raros (risas). También peleamos mucho para añadir la letra «A» al nombre del partido, de tal forma que fuese el Partido Socialista Popular de Asturias. Allí estaban Paz Fernández Felgueroso, Marcelo Palacios, Arturo Gutiérrez de Terán, Gerardo Fernández Bustillo… El más tolerante era Pedro de Silva. Los demás… bueno. Pero sí, sí hubo un componente asturianista. Yo, por ejemplo, recuerdo haber publicado dos o tres poemas en asturiano en el cartafueyu que hacíamos: una cosa a ciclostil de tres o cuatro hojas con una grapa que creo recordar que se llamaba PSP, pero que nosotros llamábamos La Paloma Puñetera (risas). ¿Te acuerdas cómo era el emblema del PSP?
Una especie de paloma de la paz, ¿no?
Era una paloma, pero en vez de ala tenía un puño. Nosotros la llamábamos la paloma puñetera. En la portada del cartafueyu salía ese emblema, y lo llamábamos así también. Recuerdo que, estando yo en Infiesto, no sé si con Franco vivo o recién muerto, lo repartí en una comida del instituto y hubo un escándalo enorme. No marchó la mitad del claustro de milagro (risas). Alguno no me lo perdonó. Bueno, pues yo publico ahí dos o tres de mis primeros poemas en asturiano, que luego recogería en Camín de señardaes. Recuerdo que uno de ellos era «Como manes de figar», un poema que escribí con un cierto tono de ritornello épico. En el PSP, hago eso y aparte voy intentando construir un cierto discursín ideológico. El público principal lo encuentro en la Comuña Socialista Asturiana —creo que se llamaba así—, las juventudes del partido, que luego acabarían casi en su totalidad en el PAS. Allí estaban, en concreto, Xesús Cañedo y José Antonio Fernández Alonso. También estaba José Luis Carmona, el que fue hasta hace poco dirigente de la Cruz Roja de Gijón. Él acabó en la UNA.
***
Como manes de figar
Como manes de figar,
como manes de figar n’ensame,
col glayíu de la virxinidá estrincá al trapecer,
dende’l vañu la sangre que xira la inxusticia,
aventamos escontra tí les voces del odiu,
los güeyos arrincaos polos tos sables,
les coraes sangrantes de les madres violaes,
la podrén de los nuestros muertos,
de los nuestros muertos,
de los nuestros muertos,
de los nuestros muertos que van balta-te un día aína, ceu,
xigante arrudu armáu de brazos qu’acolloten la esperanza.
Con señardá de mar,
con señardá de llume,
con señardá d’aliendu;
como gavielles encucaes,
como files de bárganos,
como payes, facines,
como hierbes del prau,
mano con mano en fileres
de pueblu enxareyaos,
escontra ti marchamos,
escontra ti aballamos,
encontra ti aventamos
fame, sede, rellugos
de los collazos muertos.
Como manes de figar,
como manes de figar n’ensame,
como facina, como bálagu, como gaviella
aventamos escontra tí vozaes de llibertá.
Escontra tí, arrudu armáu
de cuerpos desalmaos.
Escontra ti, cadarma viva pa la muerte y muerta pa la historia.
Escontra tí,
muertu de muertos,
sofitáu polos muertos.
***
Seguidamente, usted pasa al PSOE cuando lo hace el PSP.
Sí. En las primeras elecciones, en 1977, el PSP sacó, creo recordar, cuarenta y pico mil votos aproximadamente. Nos faltaron muy pocos para conseguir escaño, y en parte no llegamos porque otros se fueron a aquella vía de la Unidad Regionalista, a la que ya aludí antes. «¡Políticos no, política no!», y tal. Ellos no hacían política.
¿Cómo recuerda su entrada en el PSOE?
De aquella se entraba cooptado. Esas cosas de ahora, las primarias y demás, no las había. Se entraba cooptado, fichado. Yo entro y nada más entrar paso a la Ejecutiva, donde llevo la secretaría de cultura. Me fui pronto, porque tuve discrepancias con Pedro de Silva en torno al desencanto que ya se produce en aquellos años. La política es siempre lo mismo, el mismo rollo. No hay nada nuevo bajo el sol. Discrepo con Pedro de Silva sobre todo en lo que respecta a la realidad social.
¿Más por la cuestión social que por la cuestión regionalista?
Sí. En el tema asturianista sí teníamos una cierta sintonía. Él decía que hacia el asturiano se puede ser indiferente o fiel, pero nunca enemigo. Ésa era su visión.
¿Él era indiferente?
No era un hombre practicante, pero tenía cierta simpatía. De hecho, el artículo cuarto del estatuto, que es entero mío, está ahí en parte gracias a él.
A ver si lo digo bien: «El bable gozará de protección. Se promoverá su uso, su difusión en los medios de comunicación y su enseñanza, respetando en todo caso las variantes locales y la voluntariedad en su aprendizaje».
Eso es. Eso lo escribí yo, aunque de lo que escribí originalmente se capó un cacho: «como lengua propia de Asturias». Se capó en Madrid en una reunión de la ponencia constitucional que, curiosamente, es la única de la que no se levantó acta.
¿Y eso?
Es la única reunión de toda la ponencia que no tiene acta. La estuve buscando y no hay acta. Allí había representantes de todos los partidos: estaban El Paisano [Horacio Fernández Inguanzo, dirigente comunista] y todos los demás, y debieron de amagüestar muchas cosas. A mí me llamó Pedro una noche y me dio un ultimátum. Entonces las cosas funcionaban un poco así en las ejecutivas. Me dijo: «O se quita “como lengua propia de Asturias” o no hay artículo cuarto. Tomas tú la decisión». Pues bueno, tomela (risas).
La cosa no era baladí.
No lo era, no. Era importante en el marco de un debate que había y sigue habiendo entre los juristas en torno a la cuestión de las lenguas y las modalidades. Hay dos puntos del artículo tres que… ¿Me permites un momento? [se levanta y busca un ejemplar de la Constitución en su biblioteca]. Aquí está: «3.2: Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos; 3.3: La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». Pues bien, hay un debate entre quienes interpretan, los catalanes sobre todo, que el 3.3 simplemente amplía el 3.2 y quienes interpretan que esos dos artículos se refieren a cosas diferentes. En nuestro estatuto de autonomía, inicialmente se consideraba al asturiano una modalidad lingüística, y en aquel momento yo conseguí cambiar eso con el apoyo de IU y después, un poco a rastras pero también, del PSOE. No era una cosa menor.
Si el estatuto consideraba al asturiano una lengua, automáticamente había que declarar la oficialidad, porque no hacerlo supondría incurrir en una inconstitucionalidad, ¿no es así?
Como mínimo, no te podían decir que no estaba en la Constitución. Pero bueno, al final nos lo caparon. Más tarde, cuando lo de la ley de Uso y Promoción en 1998, volvió a producirse la misma batalla, pero entonces encontramos una fórmula, un requexu, que ideó Xesús Cañedo y que fue la que finalmente se aprobó: «lengua tradicional».
No tardaremos en abordar la tan famosa y tan polémica ley de Uso. Pero sigamos con su paso por el PSOE. ¿Cómo recuerda, en general, su situación dentro de aquel partido en el que no podía estar muy cómodo, toda vez que lo abandonaría en 1983, pero por el que sin embargo llegó a ser concejal en Piloña tras las primeras elecciones municipales, en 1979?
No estaba muy cómodo, no, y me fui pronto. Por dos razones: primero, yo veía que por Asturias en el PSOE no se podía hacer nada. No es que los socialistas fueran peores que los demás: el PSOE era simplemente una parte más del mal general de que aquí no se existe políticamente más que para servir a las proyecciones estatales de los partidos. Y segundo, a mí no me gustan las fantasías. Yo soy un hombre de la Administración, por así decir; de la realidad, y todo eso que decía [Alfonso] Guerra de que tenía una maleta llena de proyectos para Asturias yo sabía que era mentira. En general, uno veía que la gente no sabía qué hacer con nada, y a mí me parecía una inutilidad seguir allí, pero como soy persona que cumple los acuerdos que firma esperé hasta que expiró mi contrato, por así decir, para irme. No dije nada a nadie, no hice la menor indicación externa de esa decisión y cuando se acabó la legislatura en 1983 me largué y me lancé a montar por fin una fuerza asturianista. Por lo demás bien, ¿eh? Yo me sigo llevando bien con ellos: tengo amigos de aquella época y otros que hice después cuando fui diputado. Pero sigo pensando lo mismo: tanto el PSOE como el PP como supongo que los demás son fuerzas que votan lo de Madrid y que son muy inútiles para Asturias y están muy despistadas con respecto a la realidad social y económica del país.
¿Cómo recuerda aquella etapa en Piloña?
Pues bueno, una época muy emocionante, muy novedosa, de muchas ilusiones… Éramos unos pocos nuevos y lo que yo llamaba las juventudes del PSOE: gente mayor que había pasado el 34 y el 36. El PSOE prácticamente lo monté yo entero en la zona oriental de Asturias, y el único diputado que salió fuera del centro para aquel ente preautonómico que se montó fui yo. Pero se hicieron un montón de cosas. Recuerdo que un día fue por allí Fernando Morán, posiblemente cuando dimitió Wenceslao Roces y él competía entonces por el puesto de senador, y me preguntó: «Pero tú, ¿qué haces aquí con esta forma de ver las cosas? ¿Qué haces en Infiesto? ¿Cómo no estás en otro sitio, en Oviedo o en Madrid?». Se hicieron muchas cosas. Ésa es una parte de lo que recuerdo. Otra que recuerdo con mucha zuna es que la mayoría de la gente que tuvimos enfrente entonces eran falangistas a los que años después, cuando volví por allá, me encontré metidos en el PSOE. Yo y otros nos fuimos y ese hueco lo ocupó la gente del régimen. Tampoco tiene mayor importancia: eso pasa siempre; siempre sucede lo mismo cuando se cambia de régimen. La gente se recoloca. Pero te estoy hablando de gente que iba por ahí con pistola. A mí una vez, por la noche, me pusieron una pistola en la cabeza en un chigre. Se pueden contar muchas anécdotas de ese tipo. Otra cosa que supe años después fue que yo estaba en la lista de desahuciados de la vida del 23-F. Bueno, pues mucha de esa gente que entonces tenía treinta, cuarenta años, y que ya estaba asitiada en el régimen anterior, por decirlo de forma educada, acabó en el PSOE. Recuerdo eso. También recuerdo algunas buenas amistades, como Emilio Llamedo, a quien se recordaba estos días porque murió hace poco en Parres, o Emilio Ballesteros. Y recuerdo con orgullo dos cosas importantes mías en el estatuto: una es el artículo cuarto y otra la intervención creo que decisiva que tuve para que hubiera Academia, cosa que tampoco tenían muchas ganas de poner en marcha y que luego colocaron en ese limbo en el que está por la misma razón.
¿Se sentía solo en su asturianismo? En el PSOE, al menos eso se dice, siempre ha habido un sector asturianista no mayoritario, pero importante, que siempre pierde las asambleas en las que se debaten cuestiones asturianistas por pocos votos.
Sí, bueno, eso dicen algunos, y yo hablo con ellos con simpatía y ellos hablan conmigo con simpatía, pero yo nunca los he visto arrastrar ninguna realidad. Por ejemplo, Mariví Monteserín se manifestó hace pocos meses en Madrid diciendo que el asturiano era su lengua materna. No sé en qué contexto lo dijo, en qué debate; me imagino que sería una cosa para meterse con el PP. Cuando tuve noticia de ello yo escribí un artículo comparándolo con la famosa anécdota de la locomotora que, después de no poder con los cojones en Despeñaperros, llega a la estación de Madrid muy ufana haciendo: ¡fu, fu, fu!, y alguien grita entonces: «¡Esos cojones, mejor en Despeñaperros!». Bueno, pues esto de Mariví Monteserín es algo así. Dice usted que el asturiano es su lengua materna, pero oiga, ¿usted no es diputada aquí? ¿No es alcaldesa? ¿Cuándo se la sintió decir alguna palabra en asturiano? Es un poco lo de Pedro de Silva: es verdad que no son enemigos del asturiano, pero no se los ve hacer nada en concreto. De hecho, el que más hizo fue Pedro de Silva, que intentó llevar adelante, aunque luego retiró, una cosa parecida a lo que luego sería la ley de Uso. Él entendía que el asturiano tenía que ser una de las cosas de la identidad asturiana. No la más importante, no de las más importantes, pero una. El asturiano tenía que estar ahí de alguna forma.
Pero no estaba en su top-10 de prioridades.
No lo estaba, no.
Desde el asturianismo, como desde todos los regionalismos y nacionalismos españoles, se habla siempre en tono despectivo de Madrid; se pinta a Madrid como fuente de todos los males. Eso puede ser cierto para los nacionalismos independentistas catalán y vasco, pero en regionalismos no separatistas como el asturiano, ¿no es más bien Oviedo el enemigo? ¿No es la élite asturiana la enemiga, no es Madrid más bien un actor indiferente que dejaría hacer si la élite asturiana quisiera hacer?
[Sánchez Vicente ríe malicioso, se levanta sin decir nada, busca otro libro en su biblioteca, lo coge, se sienta, lo abre, me explica antes de leer un pasaje:] La primera novela asturiana: El viaxe del tíu Pachu el sordu a Uviedo, 1875. Está Pachu en la catedral y ve allí a un san Rafael. «Esto ye muy antiguo —dice— y eso no necesitaba yo que me lo alvirtieran, pues ya sé yo que agora los grandes señores y los santos no se acuerden de Asturias para nada, porque dempués de vese ahí arriba en alto ya no se acuerden de que había Asturies en el mundo». Por allí está un sacristán, que le escucha y le dice que le da lástima, porque es un burro, y que si llegase a ser ministro ya se le olvidaría Asturias. Entonces Pachu lo agarra, quiere pegarle unas hostias y le dice que si se tratase así a los diputados cuando ellos tratan de que los enviemos a Madrid no estaríamos así. Y después reflexiona que «cuando los homes no están avezaos a vivir en palacios, si van a vivir a ellos, como tienen que subir tantes escaleres, hasta el jumu del cigarru los amoria y-yos esvaolez la cabeza y no pueden amirar p’abaxu». ¿Te suena? (risas).
O sea, que el mal sí viene de Madrid, pero no de Madrid, sino de los asturianos que como diputados o ministros rehúsan cabildear a favor de Asturias.
Hay una realimentación. Madrid impone los puntos de vista no de Madrid, sino estatales, pero esos intereses estatales son resultado de una serie de conflictos entre comunidades y dentro de los partidos que ganan unos u otros en función de la presión que ejerzan. Por ejemplo, las inversiones en Galicia se hacen cuando hay ministros o lo que sea gallegos que tiran por que las haya. Lo que pasa con Asturias es que a la gente asturiana que en Madrid ha tenido esas posiciones que te permiten hacer presión les ha pasado lo que a los ministros de 1875: que en cuanto salieron de aquí se les esvaoleció la cabeza.
Lo que hay es una especie de pugna, de combate de boxeo entre las regiones y el poder central, que en el caso de Asturias gana Madrid por incomparecencia del rival.
Exactamente. Los asturianos no se atreven a plantear problemas por si acaso. Yo siempre recuerdo una cosa muy triste relacionada con esto: aquí, hasta el año 1995, y creo que sólo por la fuerza que tenía el PAS entonces, los partidos centralistas se presentaron sin la bandera de Asturias en los carteles, y algunas veces, en las generales, hasta sin el candidato asturiano. Era como: «Usted ya sabe que va a votar a Felipe González, no me dé la lata». Ahora bien, ese desprecio se aplaude en las urnas, y eso hace que haya una realimentación. Por alguna razón, los asturianos también piensan que es mejor que nos den dos migajas a que nosotros pidamos para nosotros.
Partíu Asturianista
El PAS se funda en 1985. ¿Cómo se gesta esa fundación?
Se gestó, como decía antes, a partir de la Comuña Socialista Asturiana, donde había personas como yo que habían estado vinculadas a Conceyu Bable y que estaban ahí fundamentalmente por lo de asturiana, por asturianistas. Lo que hicimos fue ir convocando conceyos abiertos que yo no sé como funcionaban, porque los anunciábamos con una notina de una línea en La Voluntad o en El Comercio. «Vamos a tar en tal chigre de Cimavilla, si tá usté interesáu…». Entonces era en los chigres, claro, porque no teníamos un duro y no había centros municipales como ahora. Yo creo que lo presentábamos como una cosa cultural asturiana, pero luego planteábamos directamente la posibilidad de montar un partido. Así empezamos.
En 1987 no consiguen entrar en la Junta, y hoy se recuerda mucho el concienzudo trabajo de calle que hicieron durante los siguientes cuatro años para lograr lo que no consigue casi ningún partido que fracasa en su primer intento de entrar en un parlamento: entrar en el segundo. ¿Qué hicieron para ganarse el conocimiento y la estima de los asturianos?
Mucha calle. Nuestras campañas siempre fueron así: primero porque éramos así, y segundo porque no teníamos un duro. Yo, por ejemplo, iba por ahí con un megáfono. Hay fotos mías con un megáfono desde un coche o en la calle, en la plaza de la Escandalera, por ejemplo. Hacíamos las campañas en la calle. Me parece normal, por otra parte, pero de aquélla era muy anormal. Riera, el que fue alcalde de Oviedo con la UCD, me decía: «¡Vaya cojones que tienes!». Yo no veía que fuese tan excepcional. Hombre, estás sometido a que te digan cosas, pero en general la gente o pasa o se queda a escucharte un poquito. Tienen un problema esos actos públicos, eso sí: que a la gente también le cuesta mucho ponerse ahí para que la vean. Pero hacíamos más cosas. Los carteles, por ejemplo, los hacíamos nosotros e inventábamos formas de colocarlos: pegándolos sobre cartones y amarrándolos con bridas, por ejemplo. Tuvimos que inventar cosas así para que se nos viera un poco. Realmente tuvimos una actividad terrible. Terrible y acertada.
Una campaña muy emblemática de la cual se sirvieron para ganar apoyo social fue la de la reivindicación de la modificación de las matrículas asturianas de tal manera que se abandonase la O de Oviedo y se adoptase la AS de Asturias. No dejaba de ser, aquélla, una cuestión menor, casi anecdótica, pero les fue muy útil. ¿Dieron tanta batalla con esa cuestión más por lo que tenía de bandera de enganche transversal que la importancia del cambio?
Era una cosa muy transversal, sí. Pero en aquel momento era un tema emocional importante para la gente, ¿eh? Ten en cuenta que hasta el año 95, 97, para muchas instituciones del Estado seguimos siendo provincia de Oviedo. De hecho, otra de las cosas que se me debe a mí es que Asturias se llame Asturias, porque el nombre que recogía la ponencia estatutaria inicial era provincia de Oviedo. Yo cambié tres cosas: el artículo cuarto, una cuestión relativa a la enseñanza y lo de Asturias. Después, ya como diputado del PAS, tuve que hacer unas cuantas mociones para eso que te digo: que para las instituciones del Estado dejásemos de ser Oviedo, cosa que ya estaba fuera de la ley pero en la que seguían incurriendo. Eso la gente lo veía, decía: «¡Esto no es Oviedo, es Asturias!». Molestaba mucho. Como es lógico, por otra parte. Es algo que no tiene ningún sentido explicar. Bueno, había un argumento en contra, ése de: «¡Entonces los barcos que pongan también AS y no GI!». Nos decían eso, y nosotros decíamos: «¡Coño, pues que lo pongan! ¡Nosotros encantados!». Tampoco era una cosa sólo de aquí, ¿eh? En Cataluña andaban con el CAT, y en Galicia también había la misma cuestión. Luego llegó Aznar, quitó los distintivos de provincia y el tema se acabó para todos (risas).
La creación de una televisión autonómica fue, durante años, otro de los grandes caballos de batalla del PAS. ¿Por qué era tan importante una televisión autonómica?
Peleamos mucho por ella, sí. Y se rieron de nosotros todo lo que quisieron. Nos decía que lo único que queríamos era colocar ahí a los parientes. En fin, esas cosas tan asturianas. ¿Por qué era tan importante? Pues por lo mismo que sigue siéndolo ahora. No es sólo una cuestión lingüística o musical o identitaria; es una cuestión de identidad social. Una televisión autonómica sirve para que la gente de Vegadeo se vea en la tele. Sin televisión autonómica no se vería nunca. Es un papel importante de las televisiones autonómicas, ése: la identidad social. Y hay más cosas. Si hubiésemos hecho la televisión autonómica cuando nosotros queríamos hubiésemos conseguido crear aquí una industria audiovisual que pudiese vender en el resto de España: cine, doblaje, interpretación, bandas musicales, orquestas… Aquí en verano nos comen los gallegos. Las orquestas gallegas veraniegas viven muy bien porque en invierno encuentran el apoyo de la televisión gallega. Ésa era nuestra visión: no sólo una cuestión de identidad social o lingüística, sino un instrumento de lanzamiento de un vector económico importante. Ahora hay muchas productoras, pero es una cosa pequeñita en conjunto y que llega tarde a copar mercados exteriores.
¿Qué le parece la TPA diez años después de su puesta en marcha? ¿Hasta qué punto es y hasta qué punto no es la TPA lo que aquel PAS quería?
Pues una cosa desaprovechada, que como no fue puesta en marcha por nosotros ni condicionamos quién la ponía en marcha no vale para nada más que para eso que comentaba de la identidad social; para que a los que les gusta verse en la tele se vean en la tele. En lo que respecta al asturiano, yo creo que la televisión no valdrá para nada mientras no estén en asturiano los deportes, los informativos y los programas para niños. Y no basta con un informativo en asturiano a una hora fuera de lo normal, ni con Los bolechas, ni con eso de echar unes perrines en la radio para que de vez en cuando salga un puntu haciendo algo en asturiano: tiene que ser una cosa sistemática, sobre todo lo de los niños, que son la clave del futuro. Mientras no lo sea, para la identidad cultural e idiomática la televisión no valdrá de nada. De hecho, todo lo que sea hacer un requexu del bable no se si perjudica más de lo que ayuda. Y desde luego lo que no ayuda nada es volver a reducir el uso del asturiano al monólogu, a la chancia y a les groseríes. Todo eso no hace más que reafirmar el rechazo de los que ya rechazan el asturiano y darles el pretexto definitivo para no querer saber nada.
En 1991, como resultado del trabajo realizado en esos cuatro años, entran en la Junta con un diputado y consiguen concejales en varios municipios. Fue un logro histórico. ¿Cómo recuerda aquel 26 de mayo de 1991?
Recuerdo haber sufrido mucho. Fuimos los últimos en salir, y salimos un poco por los pelos. Después de todo el trabajo, no haber salido hubiera sido terrible. La gente lo había entregado todo, día y noche. Cuando salimos, hubo grandes gritos delante de la televisión. Fue un alivio personal y colectivo; todos respiramos un poco. También recuerdo el enorme cansancio de después, cuando descansamos después de toda esa campaña. Pero mereció la pena.
A aquellas elecciones no se presentan solos, sino en coalición con la Unidá Nacionalista Asturiana de José Suárez, Felechosa. Un año después de las elecciones se establecen negociaciones para una fusión que fracasan en medio de una fuerte discusión entre usted y Felechosa. ¿Qué sucedió? ¿Un choque de personalismos derivado de que usted pasaba a ser diputado pero él, número 2, se quedaba fuera de la Junta?
Lo tengo aquí guardado. «Culebrón UNA», se llama. Le pedí a Xesús Cañedo que lo buscase —no recientemente; hace cuatro o cinco años— y lo tengo aquí guardado. Fue una cosa muy simple. No podíamos fusionarnos —y no había ninguna dificultad para fusionarse— sin que quedase claro cuál era el equilibrio entre las dos fuerzas, porque si no teníamos el problema planteado en cada nueva convocatoria electoral, con riesgo de ruptura. En aquel momento nosotros, el PAS, teníamos no sólo el diputado sino la mayor parte de los concejales, y habíamos puesto la mayor parte de las listas y yo creo que hasta la mayor parte de les perres, aunque eso no era un problema. El problema era las listas. Digamos que el equilibrio entre los dos partidos seguramente fuera un 80-20 y que aun así nosotros propusimos que fuera un 60-40. Nosotros hicimos todo el esfuerzo posible para lograr la fusión, pero ése era un punto indispensable: si no era 60-40, que fuera 51-49, pero no que fuera prácticamente todo nuestro pero la fusión fuera 50-50. No quisieron y rompimos. Ésa fue la cosa. Según me contó después gente de la UNA que al final pasó al PAS, a ellos les contaron una milonga distinta. Les contaron las cosas torcidas y no lo que había pasado en realidad. Yo lo sentí mucho, pero al final hubo que romper. Ojo, rompieron ellos. Aunque ellos cuenten que rompimos nosotros, rompieron ellos.
«La gente suele asociarnos con propuestas de naturaleza cultural, pero el 99 por ciento de nuestras iniciativas en la Junta fueron de índole social y económica», aseguraba hace unos años en una entrevista. ¿Qué ejemplos puede poner de algunas de esas iniciativas olvidadas lanzadas en la Junta en los ocho años que tuvieron presencia en ella?
Pues muchos. Asturias nos debe muchas cosas que no se recordarán o que interesará no recordar. Cosas concretas. Por ejemplo, la primera rebaja del IAE en Asturias la hicimos nosotros. Cuando gobernaba Marqués y necesitaba votos, conseguimos eso y otras muchas cosas. Nosotros contribuimos a crear veinte mil empleos en esa época. Contribuimos, ¿eh? Y todas las carreteras que durante ocho años puso en marcha el Gobierno de Areces estaban ya planteadas en los presupuestos con Marqués. Por cierto, hablando de Areces, mira, una cosa muy sintomática, muy significativa: nosotros subvencionábamos el empleo. A cada empresa que crease un empleo, fuese del tamaño que fuese, le dábamos una subvención. Si un paisanín que tenía una tienda creaba un empleo, le dábamos una subvención y le cubríamos la seguridad social o lo que fuese. Lo que se pudiese. En cuanto llegó el PSOE se acabó con eso: a empresas de menos de cincuenta empleados, ni una subvención. Es muy significativo, muy indicativo del tipo distinto de visión social que se tiene. Detrás de esa normativa hay un discurso ideológico: al PSOE le interesaban las empresas de cincuenta paisanos porque en las empresas de cincuenta paisanos es donde están los sindicatos. Hay un beneficio claro. Si le das la subvención a un paisanín que es tendero y emplea a otro, igual no te vota.
¿Qué más medidas no culturales impulsaron?
Hicimos todas las sendas costeras e interiores que hay ahora fueron iniciativa nuestra; una cosa europea sin concreción para la que nosotros pusimos perres. Hicimos muchas cosas que no tienen que ver con el asturiano. A nosotros nos perdió un poco lo del asturiano en dos sentidos: en primer lugar, para la gente que estaba en contra nuestra éramos los del asturiano, y así estamos todavía conceptuados por la calle. «¡Tú eres el del asturiano!», me siguen diciendo por ahí. Da igual lo que hagas: en cuanto te cuelgan esa etiqueta, ya no hay nada que hacer. Eres el del asturiano. De hecho, tengo un buen ejemplo de esto: nosotros hicimos durante doce o trece años algo que no ha hecho ningún partido: dar un premio a la mejor empresa asturiana del año. Premiábamos a empresas con proyección: a El Gaitero, pero también a Zitron, la de los ventiladores, que ahora vende en toda Europa; a Alegría, que vende rieles de ferrocarril en todo el mundo, etcétera. Hacíamos un acto e invitábamos a copas tanto a los empresarios como a los trabajadores. Era una cosa que nos daba cierta publicidad y que tuvo buena acogida, pero luego veías a los empresarios y te decían: «¿Qué, cómo va lo del bable?». Era así. Una vez te estampan el sello ya no tienes nada que hacer, y si encima se te pone en contra una parte del asturianismo por la ley de Uso y por aquella fantasía de que podíamos haber negociado la cooficialidad, pues ya olvídate.
¿No podían?
¡Qué íbamos a poder! Aquello era una fantasía absoluta, una cosa de analfabetos. ¡Cooficialidad! ¿Qué cooficialidad vas a negociar si, para empezar, el PP no quiere? Una de las razones de la ruptura de Marqués con el PP —una, no la única, pero una— fue precisamente la ley de Uso y Promoción. Había una resistencia terrible. Yo sé que llamaban a Isidro [Fernández Rozada] y a Cherines todas las noches, a veces a horas intempestivas, a las dos de la mañana y así, los habituales y alguna habituala, por así decir, para decirles: «Oye, esto no puede ser». En el PP, en general, había una enorme resistencia. De hecho, cuando vimos el primer borrador de la consejería de Cultura de lo que luego acabó siendo la ley de Uso, ya al final de la legislatura, nos quedamos horrorizados. Era una cosa espantible: los bables tal y los bables cual. Era el discurso de los Amigos de los Bables hecho ley, y tuvimos que ir a denunciarlo Cañedo y yo directamente ante Marqués, porque si no, o la ley no salía o salía aquel engendro. En la consejería de Cultura la gente era muy contraria al tema del asturiano. No tanto la consejera, pero sí sus ilustradores. Aquello fue una pelea grande y yo llegué a pensar que la ley no salía, entre otras cosas porque el PSOE actuaba de filibustero en términos parlamentarios con diversas triquiñuelas para que la ley no saliese: poner pegas, decir que no podían ir a las reuniones, ese tipo de cosas. Al final conseguimos sacar la ley, pero nos costó sangre, sudor y lágrimas. ¡Estaba la cosa como para plantear la cooficialidad, sí! Sostener semejante cosa sólo puede ser fruto de la fantasía, de la ignorancia o de la maledicencia, pero para cierto asturianismo nosotros éramos unos traidores que promovían aquella mierda para que no hubiese cooficialidad. La cosa llegó a su extremo más absurdo cuando, debido a que la ley de Uso y Promoción bordea la cooficialidad y por lo tanto la legalidad —está en la llende—, algunos de nuestros enemigos asturianistas empezaron a decir que la ley era una mierda porque era inconstitucional.
Hubo un recurso al Tribunal Constitucional, de hecho.
Sí, hubo un recurso de un juez, y nuestros enemigos asturianistas también lo usaron contra nosotros, lo cual ya es una locura absoluta. Todo eso nos restó votos, y en 1999 quedamos a ochocientos votos de entrar en el Parlamento. Para ochocientos no hace falta mucho, ¿no?
¿Cómo entendían ustedes la ley de Uso? ¿Como un paso hacia una futura cooficialidad, o como el resultado de asumir que la cooficialidad era imposible y había que conformarse con lo máximo que se pudiera conseguir?
Nosotros sabíamos que no podía haber cooficialidad. De hecho, hicimos otro movimiento que también nos vino muy mal, entre otras cosas por un titular de periódico desafortunado. Intentamos introducir en el estatuto la famosa cooficialidad diferida. A última hora, visto que no había forma de meter la cooficialidad en la reforma estatutaria, nosotros hicimos lo que habíamos hecho otras veces: inventar una fórmula creativa. Inventamos lo que se llamó cooficialidad diferida, que consistía en poner en el estatuto que para declarar la cooficialidad no habría que ir a Madrid a pedirla, sino que se declararía en el propio parlamento asturiano cuando hubiera una mayoría de dos tercios. Nos autotransferíamos la potestad de Madrid de declarar la cooficialidad. De ese modo, se sorteaba el gran escollo de la oposición de Madrid, con esa interpretación constitucional del artículo sobre lenguas y modalidades, y se garantizaba que la cooficialidad llegase en cuanto hubiera una coyuntura favorable. Titular: «El PAS renuncia a la cooficialidad». Ahí se jodió la cosa. La cooficialidad diferida se entendió como otra renuncia y por más que explicamos por ahí que no era eso, por más que votamos en contra del estatuto porque no recogía la cooficialidad, ya no hubo manera. Todo eso nos perjudicó mucho, y contribuyó a sacarnos de la Junta.
Vistas las cosas en perspectiva, ¿se arrepienten de la ley de Uso en tanto les sacó del parlamento y les impidió, por tanto, poner en marcha otras cosas?
Sí, sí. Sin duda. A nosotros nos sacaron del parlamento dos cosas. Bueno, tres. En primer lugar, la coyuntura: Cascos, Marqués, Areces. Aquello fue un tsunami que barrió muchas cosas. En segundo lugar, aquella oposición permanente de la Academia y de ciertos ambientes asturianistas, incluyendo a IU, que hasta 1995 no creía en la cooficialidad y se oponía a ella cuando la planteábamos pero de repente pasó a defenderla. Y en tercer lugar, otra cosa que nos hizo mucho daño fue crear veinte mil empleos. Me refiero a pactar unos presupuestos con el Partido Popular. Nosotros entendemos, como lo entiende todo el mundo, que tiene que haber presupuestos, que es bueno que haya presupuestos para crear empleo. Como así lo creíamos así lo hicimos, y eso nos perjudicó. Si hubiese habido más parados, nos hubieran votado más, porque no habríamos pactado con el Partido Popular, que parece ser que es un pecado mortal. Todo eso nos sacó de la Junta. ¿Qué nos sacó de la Junta, en resumen? Creer en algo. Si no creyéramos en nada, si simplemente nos hubiéramos preocupado de tener éxito en política, nos hubiese ido como Dios. Si no hubiéramos hecho nada, si no hubiéramos creado empleo, si no hubiera ley de Uso, la gente estaría encantada y a lo mejor seguiríamos en el Parlamento. En fin, una triste lección de la política y de la historia.
Se cuenta que en el PSOE se llegó a estar a punto de aprobar, en una asamblea interna, que el partido se posicionara a favor de la oficialidad, pero que entonces intervino Fernández Villa y sirviéndose de las triquiñuelas que le eran propias y paralizó la cosa. ¿Qué sabe de ello?
No lo sé. Es posible, aunque yo no sé si se llegó a tanto. Me extraña mucho. Yo de Villa recuerdo que un día vino a reñirme, ya estando yo en la Junta, por presentar una moción en asturiano, la primera. Igual que conmigo se empezaron a poner en bilingüe los boletines del parlamento, yo hice la primera moción en asturiano, y entonces Villa vino y me dijo: «Pero hombre, Xuan, el asturiano está bien para otras cosas, para los monólogos y tal, pero hablar asturiano en un sitio tan serio…». Ésa era la mentalidad dominante en el PSOE. Por eso me extraña mucho eso que dices.
«Yo cambio la oficialidad por radio y televisión en asturiano», decía hace tres años en una entrevista. ¿Lo mantiene?
Sigo diciéndolo, sí.
En esa entrevista también arremetía contra el «asturianismo milagrero obsesionado con la oficialidad». ¿Cuál es su posición actual con respecto a la cuestión de la oficialidad?
A ver, yo de la cooficialidad sigo siendo partidario, como lo fui siempre, pero tiene que metérsenos en la cabeza que podemos declarar la cooficialidad y quedarnos sin ningún hablante. Yo eso ya lo decía hace treinta años. Es más, si hubiese hablantes abundantes, socialmente la cooficialidad estaría hecha, porque sería inevitable. Si esto fuese Mallorca y hablásemos todos mallorquín, catalán, no habría nada que discutir, porque el asturiano ya estaría en el estatuto de autonomía. La cooficialidad caería por su propio peso. ¿Cuál es el amparo de los contrarios a la cooficialidad? Por un lado, no crear aquí otro problema de tipo nacionalista; por otro, la realidad social. La realidad social es la que es, con ese desaniciu del asturiano entre los mozos. Ése es nuestro problema real, y a mí me da igual que haya cooficialidad para los difuntos o para que podamos concursar a los premios nacionales de literatura en lenguas cooficiales con novelas que tengan treinta lectores. Yo ya sé que decir esto es ir, una vez más, a contracorriente, pero es así: la cooficialidad es un mantra, una especie de rezo. Está muy bien, y habría que tenerla, pero no es lo prioritario. Lo prioritario es hablantes en la calle. Pero es que además ahora no hay forma de conseguir la cooficialidad. Tenemos que asumir eso también. La aritmética parlamentaria es la que es y es la misma que la social. Oiga, si usted quiere conseguir algo, ¡no se mate en lo que no pueda conseguir! ¿Qué el PSOE necesita negociar con usted unos presupuestos? Pues negocie con el PSOE: asturiano en la televisión, asturiano en la radio. ¡Negocie eso, que eso puede negociarse, no se ofusque con la oficialidad, que no la va conseguir! Y ponga a sus diputados a hablar en asturiano. Que los diputados que son defensores de esto hablen en asturiano, hombre.
Hay una cosa muy española detrás de todo esto: esa confianza ilimitada en el poder transformador de la ley; esa creencia inconsciente de que promulgando una ley se cambia automáticamente la realidad.
Se cree en la magia, sí. Es un poco como la religión: rezo una oración y me caso; voy a la fuente, bebo de su agua y me caso dentro del año (risas).
En 1995 mantienen el diputado y logran la alcaldía de Nava. Aquel fue el punto culminante en el cuarto de siglo de historia del partido.
Sí, sí, sí. Aprovechamos bien lo poco que había y que teníamos. Es lo que hay: estamos sometidos a la voluntad de los ciudadanos y sobre todo a su conocimiento de nosotros y de lo que hacemos. Cuando no tienes medios… Decía Azorín que cuando no tienes medios, todo lo que puedes hacer por la revolución equivale a mear las paredes del Banco de España. Cuando no tienes medios vuelves lo que se decía antiguamente que se volvían las mujeres de cuarenta en las reuniones: invisible. Nosotros teníamos muchos problemas en ese sentido, pero supimos hacer las cosas bien y tuvimos ese premio.
Con lo que hicieron en los concejos, ¿pasó lo mismo que con su actuación en la Junta? ¿Se recuerda la cooficialidad de Bimenes pero no las medidas económicas que pusieron en marcha allí donde gobernaron o tuvieron presencia?
Sí, sí, pasa lo mismo. En los concejos se hicieron muchas cosas bien, pero lo que se recuerda es eso. Nava la transformamos de forma radical.
Otra reivindicación histórica del PAS es una reforma del estatuto de autonomía. ¿Por qué debería pasar a su juicio esa reforma?
Tenemos un montón de publicaciones al respecto, de listas de competencias. Hay una fundamental, que es, dicho en términos antiguos, convertirnos en una comunidad del 151, es decir, desvincular las elecciones autonómicas de la convocatoria de las municipales, poder convocar cuando queramos y no estar obligado a cerrar cuando acaba la legislatura hayan pasado cuatro años o uno. Es una reivindicación muy antigua, ésa, y se consiguió a medias con la reforma que se hizo me parece que cuando Marqués. Aparte de eso y de la cooficialidad, en las listas de competencias que hacíamos hace años había una parte muy importante de tipo económico, como la intervención en la empresa pública, pero eso ya tiene poco sentido hoy desaparecida ENSIDESA, reducida HUNOSA lo que es hoy y no habiendo ya astilleros públicos. No sé cómo se podría enfocar ahora mismo esa parte. Después, yo hoy creo que hay competencias que nunca deberíamos tener, aunque las planteamos en algún momento. Prisiones, por ejemplo, o policía, policía autonómica, que fue una cosa que reivindicamos pero sobre lo que yo ahora tengo dudas. Por una razón: hay cosas que deben tener una dimensión mayor que un ámbito de un millón de habitantes. Si tú no tienes prisiones entre las cuales mover los funcionarios, haces que sea mucho más fácil que a esos funcionarios los presionen o los acogoten las mafias. Si limitas el ámbito de actuación de la policía a un territorio muy pequeño, las tentaciones de corrupción y demás son mayores. Tengo dudas al respecto o más bien la casi seguridad de que eso no nos interesa, por más que Izquierda Unida siempre quisiera el tema ése de Prisiones.
Ese viejo principio de la Iglesia de que los obispos siempre sean de fuera de la diócesis en la que ejerzan.
Sí, sí, sí. Ésa es la idea, y por eso hay algunas competencias que, aunque estuvieron en el pasado en nuestros programas, yo creo que en bien de la sociedad asturiana no tiene sentido plantearlas hoy. ¿Qué sentido tiene poner en peligro determinadas cosas sólo por poder vanagloriarte de que tienes una competencia? Ojo, también hay otras cosas que, aunque sea muy difícil constitucionalmente encajar, yo creo que hay que plantearlas. Las aguas, por ejemplo. Las aguas deberían ser competencia nuestra. La Confederación Hidrográfica es un desastre: sólo sabe prohibir, prohibir y prohibir. Por ejemplo, si cae un árbol al pie del río en una finca tuya no te dejan cortarlo para limpiar la finca: tienes que pedir permiso.
En aquellos años solían insistir en que no querían que Asturias fuera «ni más, ni menos que nadie». Se oponían tanto al centralismo como al maximalismo de vascos y catalanes.
La idea, lo que nosotros queremos, es una reforma constitucional que haga que todos los ciudadanos y todas las comunidades sean iguales. La última reforma estatutaria catalana fue un escándalo absoluto, con cosas como esa idea de que no se podía bajar del puesto de riqueza que les correspondía en el momento de firmar el estatuto con respecto a las demás comunidades, o tener competencias de titularidad estatal que los demás no podían tener, o poder organizar incluso los recursos del Estado desde Cataluña. Una cosa enloquecedora. Frente a eso, nosotros no podemos disolver sin condiciones el parlamento. El programa del PAS, ¿qué dice? Habla de autonomías y de que todos tienen que ser iguales como ciudadanos. Eso es lo que queremos, y una vez conseguido podemos opinar si más techo competencial o menos, pero lo que no puede ser es que Cataluña tenga más que nosotros. Esto viene acompañado de un argumento político: dado que somos los pobres y los últimos, no nos interesa nada esa postura tan asturiana y tan de la izquierda de correr a defender a los catalanes y a los vascos para que espoxiguen ellos. Ahora se plantea, ¡se plantea desde Asturias!, que hay que hacer una reforma para que los catalanes tengan más dinero. Vamos a ver, usted perdona: si los catalanes tienen más dinero, ¡tú vas a tener menos! Pero a usted, ¿qué le va en esto para correr con una pancarta a apoyarlo? Yo me quedo pasmado con estas cosas. Lo que hay que tenemos que hacer los asturianos es defender nuestros intereses para ser como los demás.
Decadencia del PAS
¿Por qué tiene tanto éxito un partido aparentemente gemelo del PAS, el Partido Regionalista de Cantabria de Miguel Ángel Revilla, y ustedes tuvieron, comparativamente, tan poco aquí?
Pues no lo sé. Es más, voy a decirte una cosa: una parte del PRC son bastante aldeanos (risas). Nosotros tuvimos tratos con ellos para unas europeas. En las de 1989 nos presentamos con Euskadiko Ezkerra, en 2004 fuimos en la Coalición Europea de Rojas-Marcos y hubo un año, no recuerdo cuál, en que tuvimos una cosa con partidos regionalistas pequeños entre los cuales estaba el de Revilla. Bueno, ¿quieres creer que mandaron a unos representantes que parecía que acababan de dejar las vacas en la puerta? A nosotros nos miraban mal por el tema del asturiano y nos lo echaban en cara de una manera muy grosera. Era como: «Pero oiga, a usted, ¿qué le importa todo esto? ¿Y por qué semejante falta de educación?». En el mundo político, como en los demás, pasan estas cosas. ¿Por qué tiene tanto éxito el PRC? Pues entre otras cosas porque tú vas a Santander y, si allí llaman maganos a los calamares, ponen maganos en la carta, y punto. No ponen traducción al castellano. Si tú vas a un restaurante asturiano, en la carta te ponen andariques y al lado te ponen nécoras, porque el dueño piensa que si pone andariques la gente no va a entrar a comer. ¿No ye verdá? Y si tú vas a Cantabria —o a Soria, me da igual— y te ponen una botella de agua, te ponen una botella de agua de Cantabria. Para que aquí te pongan una botella de aquí, puedes esperar sentado. Volvemos a nuestro problema de identidad social, de incapacidad para cuidar el interés social propio. No es sólo una cuestión lingüística; es: «Pero hombre, compre lo de aquí, que lo hace el vecino, y así se beneficia él y nos beneficiamos todos». En cualquier dirección que mires, y salvo en el caso de Murcia, todo lo que te encuentras son pueblos que cuidan lo suyo: Cantabria, pero también Aragón, por ejemplo. Ya no digo Galicia, ya no digo Cataluña, ya no digo Euskadi. Digo Aragón. Digo León, donde los partidos leonesistas también tienen más representación en Cortes y en los municipios de la que nunca tuvo aquí ningún partido asturianista. En Andalucía, el Partido Andalucista está a punto de disolverse, pero durante años también tuvo éxito. Mira, tengo un ejemplo mejor, con el que además volvemos a por qué el PRC tiene éxito: cuando aquí se monta la exposición «Orígenes», en Cantabria se monta otra exactamente igual con las piedras de allí. La llaman «Cántabros. El origen de un pueblo». ¿Cómo la llamamos aquí? «Ástures. Pueblos bárbaros en la frontera del Imperio». Era exactamente el mismo contenido, pero en la Cantabria de Revilla tienen el orgullo de decir que aquello es el origen de un pueblo y aquí decimos que los ástures eran pueblos bárbaros por civilizar, por que vinieran de fuera a convertirlos. Es la misma idea que está detrás de ponerle una estatua a Octavio Augusto en Gijón. Oiga, ese señor, ¿no vino a Asturias a sodomizar, violar y llevar les perres? «No, ye que era muy importante». Pues vale. Muy asturiano, eso. Asturianaes, como digo yo a veces. En fin, no sé. No sé cuál es el misterio asturiano.
¿No le ha faltado al asturianismo un líder carismático como Revilla?
Es posible. De todas maneras, hay una cosa importante que no se suele decir. Después de morir Franco, una cosa que pasó en muchos sitios fue que determinadas redes de amistades, recursos, etcétera, forjadas en el seno del franquismo; determinadas estructuras previas ya de poder no necesariamente franquistas, pero sí montadas desde las diputaciones y demás instituciones regionales del régimen de Franco, pasaron a la democracia como partidos regionalistas. De izquierdas, de derechas o de centro, pero regionalistas. En Aragón, en Baleares, en Canarias, en lo que respecta al regionalismo ya estaba todo puesto cuando llegó la democracia. Aquí no. Aquí la derecha social y económica se diluyó por completo, no quedó nada de ella, y quienes organizaron y vertebraron Asturias fueron fundamentalmente el PCE y el PSOE.
Mencionaba antes las diferentes candidaturas en las que se integró el PAS en las sucesivas elecciones europeas. Es curioso y no sé si significativo que, pese a que el partido se presentó siempre como interclasista, en sus primeros tiempos concurrió a las elecciones europeas con formaciones nacionalistas de izquierda, mientras que en los últimos, ya antes del abrazo con URAS, lo hizo con partidos regionalistas conservadores.
Es que eso es un partido interclasista. La sociedad es interclasista desde hace muchos años. Las discusiones basadas en banderas ideológicas son muy ficticias. En Europa, en el mundo, hay desde hace ya muchos años un consenso de tipo socialdemócrata, en el que están de acuerdo la derecha y la izquierda. Se discute sobre matices. Nadie pone en duda la sanidad y la enseñanza públicas. Se discute sobre si pública del todo o pública pero gestionada por una empresa privada, pero yo creo que eso son temas menores. Además, lo que se discute muchas veces no es tanto una cuestión ideológica como una de interés. Muchas veces, lo que está detrás de la defensa de la sanidad sólo pública es que tú tienes unos sindicatos que, si están bien allugaos en la sanidad pública, te garantizan unos votos. El interclasismo es un consenso universal, y lo que nosotros hicimos fue decir lo evidente. Es verdad que todavía hay partidos que se preconizan de… Bueno, yo no sé si sigue habiendo partidos que se preconizan de clase. Yo no sé si Podemos se preconiza de clase.
Se preconiza de los de abajo.
Sí, dice eso, y al mismo tiempo no dice que es interclasista, pero dice que es transversal. Ciudadanos, más de lo mismo. Yo creo que ésa es la realidad social. Puede haber algún grupo que se proclame partidario del comunismo, pero la realidad general es el interclasismo. Nosotros decíamos que éramos un partido «asturianista, interclasista y de progreso». Una cosa matizaba la otra y así apelábamos a la realidad social.
En cualquier caso, hay una apreciable Larga Marcha de muchos asturianistas de su generación desde la izquierda radical hasta la derecha. Muchos de quienes hoy son ilustres miembros de Foro empezaron en partidos que se presentaban a sí mismos como la versión asturiana de Herri Batasuna. ¿Por qué esa evolución?
Yo no creo que los asturianistas que están en Foro estén en Foro por el corte de derechas del partido. Yo creo que están porque pensaban que era por fin la hora. «¡Ahora, ahora, ahora Quini, ahora!», ¿no? (risas). Era por fin la hora de conseguir algo de lo que pretendías desde el asturianismo. Luego, Foro salió como salió, y era absolutamente patente desde el primer momento que iba a ser así, y te puedes preguntar cómo puede engañarse tanto la gente, pero la gente vive de ilusiones, y la gente que cree en proyectos minoritarios vive de correr detrás de una nueva ilusión en cada elección. Es como el votante que ayer votó a UPyD y mañana votará a Ciudadanos. «Ahora, éstos son los buenos». Hay una esmolición permanente por conseguir lo que no se algama, por conseguir aquello a lo que nunca se llega —entre otras cosas porque las apuestas son malas, pero bueno, ésa es otra historia—. Vivimos de ilusiones, es así, ¿qué le vamos a hacer?
¿Cómo valora a Podemos en tanto partido, al menos en parte, asturianista?
Pues bueno, es verdad que algunos hablan asturiano. Eso hay que reconocerlo, porque es así. Por lo demás, no hay más que ver que la elaboración de las listas se hace en Madrid para toda España. Y hay dos cosas que yo entiendo como muy negativas de Podemos: desconocimiento de la realidad e inocencia. Pongo dos ejemplos. El otro día presentaban en Villaviciosa una ley de buen trato a animales que prohíbe tenerlos a la intemperie, amarrados, etcétera. Oiga, ¿usted en qué mundo vive? ¿Va a decirle a la gente que no puede tener les vaques en prau por la noche? ¿Va a decirle que el perro de aldea que tiene que estar ahí tiene que tenerlo suelto? Usted no sabe de lo que está hablando. Lo que hace Podemos en Villaviciosa es copiar una ley de protección de animales general y plantarla aquí sin conocer la realidad específica del concejo. Aplican un discurso universal en un sitio y creen que eso tiene algo que ver con la realidad. Por otro lado, estoy pensando en algunas propuestas del Ayuntamiento de Oviedo, como ésa de les sestaferies, que es una cosa de una inocencia… Ves claramente que piensan: «Claro, esto de la sestaferia era un comunismo primitivo». Una cosa muy fantasiosa, muy infantil. ¿Qué te van a decir los paisanos en cuanto se lo propongas? Pues que por aquí [Sánchez Vicente hace un corte de manga], que a ver qué va a ser eso de trabajar gratis.
En 2007, el PAS traba una alianza con el URAS de Sergio Marqués. ¿Por qué?
Pues por algo que en teoría era una postura inteligente: éramos dos fuerzas que estaban ya fuera del parlamento y no teníamos más remedio que sumar si queríamos conseguir algo, porque, por pocos votos que sacáramos, si nos presentábamos cada uno por nuestro lado íbamos a sacar todavía menos. Nosotros teníamos unos seis mil votos, y entendíamos que quien vota algo quiere que ese voto suyo sea después efectivo, que valga para obligar a los gobiernos a hacer cosas como las que nosotros hicimos en los ocho años que estuvimos en la Junta, y que si no se puede entrar en el parlamento en solitario siempre será mejor entrar de la mano de otros que no entrar; siempre será mejor conseguir la mitad de algo que no conseguir nada. Evidentemente, nos salió mal. Salió mal para nosotros y salió mal para ellos: ellos perdieron sus votantes y nosotros perdimos los nuestros. Ése es otro de los misterios del asturianismo.
La paradoja de que, a veces, la suma resta.
La suma restó para ellos y para nosotros. ¿Por qué? Pues porque a nuestros votantes les pareció mal que fuésemos con la derecha y a los suyos les pareció mal que URAS se acercase a posturas asturianistas. En URAS hubo una peñera enorme. La gente que sólo estaba en URAS por ser del PP de otra forma fue volviendo al PP en cuanto URAS fue dejando de ser lo que era al principio, una especie de Foro asturianista a medias o asturianista de mentira. Y a nosotros nos pasó un poco lo mismo, de tal manera que se juntaron unos que siempre habían sido asturianistas y otros que estaban llegando al asturianismo de otra forma y los asturianistas no quisieron a ninguno. Marqués estaba convencido de que sacaríamos dos escaños, y yo le decía: «Mira, Sergio, yo creo que no vamos a sacar ninguno (risas), pero vamos a matarnos a muerte por sacarlos». Fue un fracaso absoluto, pero en realidad las dos fuerzas estábamos fracasadas ya. También tuvimos, creo, algún error estratégico.
¿Como cuál?
Pues como no haber cerrado el acuerdo tres meses antes antes de las elecciones. Lo cerramos en 2004, tres años antes de las elecciones de 2007, y en política todo lo que no sea del día anterior muere. Si hubiéramos cerrado el acuerdo justo antes de las elecciones, para poco más nos hubiera valido, seguramente, pero a lo mejor nos hubiera valido para tener presencia parlamentaria. Fue un pequeño error, o un gran error, en el que tuvo cierta responsabilidad la personalidad de Marqués. Marqués era una persona seria, firme, de orden, y entendía que era poco serio, poco de paisanos, andar dándonos hostias de cara a la galería mientras estábamos negociando. La idea de Marqués era: «Si vamos a acordar, acordamos ya y fuera». ¿Qué pasó? Que hubo un afoguín, un fervorín social cuando nos juntamos que en los tres años que pasaron hasta las elecciones de 2007 se fue diluyendo.
¿Era sincero el asturianismo de Marqués, o Marqués, como Cascos después, agarró la bandera del asturianismo por interés para hacerse con un nicho de mercado político tras su salida del PP?
Es verdad que siempre que Marqués dio pasos en esa dirección se tomaron con desconfianza. «¡Eso ye mentira!» y tal. Bueno, será tan de verdad como lo otro, ¿no? No, era sincero. Ya te contaba antes que cuando hablaba conmigo hablaba en asturiano. Él tenía un sentimiento asturiano profundo y estaba molesto con que la llingua estuviera secuestrada por la izquierda, porque él entendía que la llingua debía ser una cosa de todo el mundo. Era sincero en su asturianismo, sí. A lo mejor no era el mismo asturianismo que el nuestro o que el de Andecha o que el de no sé quién, pero estaba ahí.
¿Cómo valora globalmente la figura de Sergio Marqués?
Yo, como le tuve afecto personal, pues bien. En los cuatro años que fue presidente —en los siguientes ya no, porque fue una fuerza parlamentaria pequeña y que no tuvo posibilidades de influir sobre la realidad— se crearon un montón de cosas en Asturias y se caminó económicamente en la buena dirección. Creo que lo hizo bastante bien y creo que en la calle se le tenía en vida y se le sigue teniendo en muerte un gran aprecio. Yo, al menos, lo constato hablando con la gente, y no sólo con gente que le votó.
La idea generalizada que parece haber es que, más allá de sus ideas políticas, era un hombre honrado que respondió a los ataques de su propio partido con un gran sentido de la decencia.
Voy a darte una anécdota relacionada con una persona que es del PSOE de toda la vida, Marcela Martínez Zapico, la madre de Laura Ponte, la modelo. Ella estuvo en el edificio de Asturias en Madrid desde Pedro de Silva, y yo tengo relación con ella. Tiene casa en Colunga, donde pasa el verano, y a veces me acerco por allí a saludarla. Un día, tomando algo con ella en su casa, me cuenta: «A mí la figura de Marqués me impresionó, porque cuando fue a visitarnos a Madrid yo esperaba que nos echase a todos. Éramos todos del PSOE, y yo esperaba que llegase allí y nos dijera que estábamos todos en la calle. Bueno, pues no sólo no nos despidió sino que fue la persona que más exquisitamente me trató mientras estuve allí». Me lo decía una persona que es del PSOE de toda la vida, ¿eh?, una votante muy enfotada. Y me dice: «Ese trato no lo hubiese tenido ninguno de nosotros con ellos». Creo que es una anécdota muy representativa de quién era Sergio Marqués. Yo creo que era un hombre honrado. Fue un hombre muy honrado y fue valiente en ese sentido que comentas, sí. Y creo que lo fue en contra de su propio interés personal: a él le ofrecieron ir de eurodiputado y se negó. Por otra parte, tenía una idea de lo que debía ser la Administración que también le salió cara. Yo no sé si te acuerdas de una famosa escena de cuando Marqués toma posesión…
Yo tenía ocho años en 1995, así que difícilmente (risas).
Marqués llama a la prensa y va abriendo los despachos de Trevín, que tenía cincuenta o sesenta asesores, y dice que van a quedar vacíos todos. Quedaron todos vacíos y él se arregló nada más que con un par de asesores. Tenía esa idea de que había que abaratar la Administración y por otra parte en los cargos que no podía suprimir, en general, dejó a toda la gente del PSOE. Eso nunca se lo perdonó el PP. Ya sabes: cuando ganas tienes que colocar a los tuyos. ¿Hizo Marqués bien? Desde el punto de vista ético, desde luego: lo hizo perfecto. ¿Lo hizo bien desde el punto de vista político? Pues bueno, tengo mis dudas (risas). Los enemigos reconocen el mérito que tienes pero no te votan, y a los amigos los defraudaste.
¿Fue él, a su juicio, el mejor presidente de Asturias? ¿Cómo valora las presidencias de Rafael Fernández, Pedro de Silva, Juan Luis Rodríguez-Vigil, Antonio Trevín, Vicente Álvarez Areces, Francisco Álvarez-Cascos y Javier Fernández?
Yo creo que fueron todos malucos. A lo mejor Pedro de Silva se salva un poco, aunque también tuvo la ventaja de ser el primero.
Desde el asturianismo cultural se suele hablar bien de un presidente del que por lo demás no ha quedado buen recuerdo: Antonio Trevín. Se dice que tuvo y que tiene una sensibilidad hacia la llingua mucho mayor que la demostrada por sus predecesores y sucesores.
Trevín, que es amigo mío —más o menos: no es que nos veamos nunca, pero nos saludamos cuando nos vemos, nos abrazamos e intercambiamos lotería por Navidad (risas)—, sí, manifiesta esa simpatía, peeeero… Lo de antes, ¿no? «Sí, sí, oye, esto estaría bien, yo lo veo bien», pero, ¿qué cosas concretas hizo Trevín por el asturiano? Ninguna. Hombre, sí, por lo menos no te pegan patadas, no te miran mal, no te dan voces como Villa cuando presentas una moción en asturiano. Pero…
El puesto de peores presidentes en lo que respecta al asturiano se suele adjudicar a Rodríguez-Vigil y Areces.
Sí, sin duda. Ellos eran fanáticos en contra. Sí, sí. Bueno, la ley de Uso y Promoción quedó ocho años sin poner en marcha pese a los acuerdos con Izquierda Unida. Es una ley que tiene muchas posibilidades pero que sigue prácticamente sin tocar.
¿En qué situación se halla ahora el PAS? ¿Mantiene las constantes vitales?
Bueno, estamos, por así decir, como el oso en invierno en su cueva. Hibernando.
¿Se despertará ese oso algún día? ¿Cabe la posibilidad de un resurgimiento?
Hombre, siempre la hay. Hay gente muy entusiasta. Pero el problema está en la realidad. No es sólo que no haya dinero, es que si mandas cosas a los medios no te las publican nunca, salvo que hables del asturiano o de aquella ciclista a la que sancionaron por sacar la bandera de Asturias. Esas cosas exóticas sí nos dan entradas, pero por lo demás no existimos periodísticamente. Es algo que tiene un poco que ver con la comodidad periodística: los partidos son éste, éste y éste, y se acabó. Todo lo que se salga de ese esquema no existe, salvo, como digo, alguna cosa exótica muy de vez en cuando. En la calle, sin embargo, yo veo que me saluda mucha gente, que me grita mucha gente. Positivamente digo, ¿eh? En la última semana, dos: uno en moto en un semáforo y otro en bici en un parque. «¡Xuan Xosé, presidente!», y tal. ¿Pero a santo de qué se acuerdan de mí? Están fuera del mundo (risas). Y bueno, hubo gente que nos animó a presentarnos a estas últimas elecciones, pero es que al final son tres mil votos. Si no estás visible para la opinión pública, no hay nada que hacer, y por otro lado, así como hay gente muy entusiasta, también a una parte que ya carece de entusiasmo. Va avanzando la edad, van sumándose los fracasos y es inevitable perderlo. De modo que estamos como el oso: hibernando. Donde uno se puede meter, nos metemos.
¿Y refundarse como un nuevo partido asturianista que, con los mismos principios que el PAS, se presente con otro nombre, otra imagen y otras caras, liberándose así del lastre de una marca agotada? ¿Cómo ve esa posibilidad?
No lo sé. Desde luego, no seré yo quien lo haga. No me corresponde ni por edad, ni por ánimo. Tampoco veo que nadie esté por esa labor. Mantenemos una solidaridad grande, grandes afectos, y tenemos comidas de xermandía de vez en cuando, pero yo tengo muchas dudas de que eso que planteas sea viable. Y no lo digo sólo por la gente del PAS. A nosotros el asturianismo de izquierda siempre nos acusó de ser los culpables de que no espoxigase el asturianismo, pero desapareció el PAS y, ¿qué pasó? ¿Dónde está alguien? ¿Hay algo? No hay nada. Sacan mil y pico votos y si los sacan. Una vez eliminado el supuesto estorbo que éramos nosotros, deberían haber surgido una fuerza o dos poderosas, pero no surgió nada y lo que ocurrió y sigue ocurriendo es que de vez en cuando esta gente asturianista corre a un sitio o a otro: a URAS, a Foro, ahora a Podemos, a Izquierda Unida… Soy pesimista, y no digo que no me condicione la edad, pero sobre todo me condiciona la historia. Salvo que de repente aparezca por aquí un multimillonario que empiece a invertir y pague una campaña de publicidad carísima en televisión, en la radio, en las revistas del corazón, etcétera… Que ni siquiera eso garantizaría nada, porque en la Operación Roca echaron ochocientos millones de pesetas y ya ves lo que salió. [Sánchez Vicente se refiere al Partido Reformista Democrático, liderado por Miquel Roca, fundado en 1984 con el propósito de que emergiese como partido bisagra entre el PSOE y Alianza Popular y que acabó siendo un rotundo fracaso]
Usted suele clamar contra la «variable misteriosa» de que una comunidad que lleva treinta años yendo a peor esté contenta con lo que hay y siga votando a los mismos partidos que la castigan, pero, más allá de lo que los ciudadanos podamos merecernos que nos llamen estúpidos, más allá de lo que les bombardearan sus enemigos asturianistas y antiasturianistas, más allá del tsunami Areces, más allá del sambenito de los del bable, más allá de lo que les perjudicaran titulares periodísticos capciosos, ¿no hay alguna autocrítica que hacer? ¿No hay factores internos que expliquen también su fracaso?
Yo creo que no. Creo que lo único que hicimos mal fue hacer bien las cosas. Hicimos mal en ayudar a crear veinte mil empleos y reducir el número de desempleados a cincuenta mil, que es una cosa que no se ha vuelto a repetir en las últimas décadas. A mí hubo gente, conocidos, que vinieron prácticamente a insultarme por haber pactado con el PP. Tengo, en concreto, tres anécdotas de tres personas que vinieron a echármelo en cara y con las que tuve esta conversación: «Dime una cosa, ¿tú estás trabajando ahora?»; «Sí, sí, salí por fin del paro después de unos años.»; «¿Dónde trabajas? ¿Para qué empresa?»; «En tal empresa.»; «Bueno, pues en esa empresa en la que estás trabajando tienes trabajo gracias a que firmamos los presupuestos con el PP.»; «¡¡Ye igual!! ¡¡No tenías que haber firmado con la derecha!!». Como esa conversación, tres con otros tantos conocidos. Los tres siguen trabajando en las empresas que los contrataron gracias a nosotros. Es muy triste decir que lo que hiciste bien fue lo que te hizo daño, pero es así. Crear veinte mil empleos nos hizo daño y la ley de Uso también.
«En muchas ocasiones, el nacionalismo asturiano no ha entendido al pueblo asturiano», nos decía David M. Rivas hace unos meses. ¿Comparte esa opinión?
Yo creo que los que entienden al pueblo asturiano son los que se llevan sus votos, los que consiguen que, con mayor o menor entusiasmo, el pueblo asturiano los vote. No hay más. Yo no sé si hay un pueblo asturiano distinto al que vota, pero creo que no.
¿Cuáles son los problemas más acuciantes de la Asturias de hoy?
El primero, el identitario. No sólo la lengua, sino la concepción de Asturias como un todo con identidad política y con vocación de permanencia en el tiempo. Lo segundo, la falta de un tejido empresarial más potente. Yo estoy cansado de leer programas en los que se dice: «Traeremos a los mozos que están fuera». ¿Cómo los vas a traer? Pagarás-yos un sueldo, digo yo, ¿no?, porque si aquí las empresas no tienen sitio y si lo tienen pagan menos que las de fuera, ¿cómo vas a traer a los mozos? ¡No me cuentes cuentos chinos! Hay que crear empleo, y yo sé que es muy complicado, pero hay que caminar en la buena dirección económica para que eso vaya funcionando. Hay que hacer que la economía marche de tal manera que se cree empleo, y no se trata de traer a los rapazos de fuera, sino de que vengan ellos porque aquí las condiciones y el salario sean buenos. Y luego tenemos un gran problema demográfico que no sé qué solución tendrá. Yo, por suerte, ya estoy fuera de la política y de tener que proponer una solución; ya cumplí con lo mío (risas). No sé que solución tendrá. Pasa en toda España, pero aquí es más acuciante, y si acabamos con seiscientos mil habitantes nuestras opciones para lo que sea serán muchas menos.
Literatura
El cierto fracaso histórico del programa político y lingüístico del asturianismo contrasta con el aparente éxito del Surdimientu literario. La literatura asturiana goza, al menos aparentemente, de buena salud. ¿Cuál es su diagnóstico al respecto?
Sí, efectivamente goza de buena salud. El Surdimientu cambió completamente la historia. La literatura de después del Surdimientu no tiene nada que ver con la anterior; es como si dijéramos que antes siempre era de noche y ahora siempre es de día. Es una cosa monstruosa e innegable. Y no sólo la literatura, hay más cosas, estudios de filología y así, que también son de una gran calidad. La perspectiva es muy buena. Eso sí, si no miramos el número de lectores. Estamos hablando de una cosa reducida a minorías muy minoritarias. Las cosas en asturiano, si tienen éxito, lo tienen una vez se las traduce al castellano. La Historia universal de Paniceiros de Xuan Bello tuvo mucho éxito, pero lo tuvo cuando fue traducida al castellano.
¿Cuáles son sus escritores preferidos en asturiano?
Para empezar, casi todos los clásicos. Aunque en muchos casos lo que hay son caxigalines, dos o tres poemas, ahí hay mucha llingua y mucha identidad. Y después, de lo contemporáneo… Ahí me fastidia más contártelo, porque son casi todos amigos y se van a enfadar si cito a uno y no al otro, y no quiero mentir, así que si me permites no te lo voy a decir (risas).
¿Por qué escribe en asturiano un escritor en asturiano? Hay quien piensa que hay quien prefiere ser cabeza de ratón que cola de león, es decir, ser un titán de la literatura en asturiano mejor que ser un escritor mediocre en castellano más. ¿Existe esa pulsión?
No, yo no creo que sea así. Pasa lo mismo que pasaba en Conceyu Bable: la gente, al apuntarse a Conceyu Bable, encontraba su identidad. En casi todos los escritores en asturiano hay una raíz identitaria profunda; se agarran a la única raíz de identidad que les queda, que es la lengua. De hecho, hay un estudio, no recuerdo de quién, sobre la casa en la literatura asturiana; la casa de barrio o de aldea, la casa de cada uno, como una seña de identidad, como último abellugu. No, no creo que exista esa pulsión, y mucho menos otra que se suele apuntar: la de que la gente escribe en asturiano por hacer perres, por negocio. Estos días sacaba yo precisamente un artículo en La Nueva España que titulé «Soi un poco tochín». ¿Te lo leo?
Soy todo oídos.
[Sánchez Vicente abre su ordenador portátil, que ha tenido delante durante toda la entrevista, y, después de un rato, comienza a leer]: «Hai unos cuantos díes acaben de sonar palabres de guerra contra l’asturianu y los que, además que querer a la nuestra tierra por munches coses, querémosla tamién pol asturianu, la llingua de nós y la de los nuestros mayores (ehí tan, ente ellos, Xovellanos o Marirreguera). Ún de los argumentos que siempre se remana nel ataque ye que los que tenemos esa postura facémoslo pol negociu, esto ye, por perres. Debo ser un daqué tochín yo. Dende que saqué la mio cátedra d’institutu a los venti mui pocos años nun sé que me tenga dao munchu negociu l’asturianu. Si acasu, quitando dalgunos premiucos, gastos (menudos, pero gastos, y frecuentes). Y, además, munchu tiempu y munchu esfuerzu empleaos, puertes abondes cerraes por esa dedicación, incomprensiones a esgaya y un balance final de tantu esfuerzu qu’asemeya un migayín al de dar voces en castañéu (pa los propios y pa los ayenos). Pero, agora que caigo, si tantu negociu ye esto de defender, falar y escribir n’asturianu, ¿por qué nun se meten ellos a esa estaya? Si tan estraes les perres pel suelu, ¿por qué nun vienen a pañales? Nun se m’ocurre por qué. Y agora que lo pienso, vo tener qu’andar con cuidáu: igual me cae un día una navayada de daquién que quiera apoderase del mio choyu. Nun m’estrañaría: yá dende Horacio sabemos qué dañible ye la auri sacra fames. Anque, nel fondu, yo creo que solo lo dicen por faltar. Porque si a dalgún negociu se paez esto ye, más bien, al de Ramonzón el de la Panera».
Sí que es un tópico no menos recurrente que el de los mil bables, ése de las cuantiosas subvenciones que supuestamente se percibe por ocuparse del asturiano.
Sí, sí. Somos todos ricos. ¡Pero si más bien te cierra puertas, esto!
Más allá de ese diagnóstico globalmente positivo en lo que respecta a la literatura en asturiano, ¿hay todavía alguna laguna por cubrir en ese terreno?
Yo creo que la única laguna que queda es llegar al público. En la medida en que se llegue al público, habrá más novelistas o novelas de mayor entidad.
Su contribución personal ha sido capital para que la literatura en asturiano goce de tan buena salud. Ha escrito decenas de ensayos, novelas, poesía, teatro y hasta tres diccionarios: el Diccionariu de la llingua asturiana, el asturiano-castellano y el castellano-asturiano. ¿Cómo diablos escribe un diccionario una sola persona? Me parece una cosa inconcebiblemente difícil.
No lo es tanto. Lo es, pero no lo es tanto. Mira, desde muy temprano yo fui haciéndome con todas las monografías que podía. Hubo una época en la que salían muchas: el bable de Lena, el bable de Somiedo, etcétera. Las compraba, iba a la parte de vocabulario, la recortaba y hacía fichas. Llegué a tener un armario enorme lleno nada más que de fichas. En un momento dado, llegué a la conclusión lógica: ahí había un diccionario. Ahora sigo alimentándolos: de vez en cuando publico arreyos en mi blog; términos que generalmente son literarios pero muchas veces son de la calle. Hay palabras que todavía no están recogidas y que basta con ir al chigre de debajo de casa a tomar un vaso de vino para escucharlas. No es que haya miles, pero las hay. El otro día, por ejemplo, una persona que siempre habla castellano menos cuando está conmigo, la hermana de mi mujer, hizo conmigo una cosa que suelen plantearse como reto los contrarios al asturiano, eso de: «¡A que no sabes cómo se dice…!». Me preguntó si sabía cómo se llamaba a las hojas del pino. Yo sólo tenía una recogida y no me acordaba de ella: cociayu. Bueno, pues no era cociayu, era guyeta. Busqué en todos los diccionarios habidos y por haber y no está recogida la palabra guyeta, que por otra parte es una metáfora bastante evidente: aguya, aguyeta, guyeta. ¿Qué pasa? Que mi cuñada tiene setenta y cinco años y vivió una época en la que el asturiano era lo de todos los días. Creció somorguiada en el asturiano. A través de gente de esa edad, incluso aunque no les importe el asturiano, si tienes la oreya sollerte aprendes palabras y acepciones que no están ni en los diccionarios.
¿Se conoce mejor el asturiano rural que el urbano?
Sí, quizás sí. Las primeras palabras asturianas que a mí me sorprendieron fueron en Gijón, con muy poca edad, a los veinte, veintiuno, cuando a lo mejor paraba a tomar algo cerca del Oasis y escuchaba a los paisanos decir: «Voi a desaverar no sé qué». Claro, hay que estar con la oreya arrecha. Si no, no te das cuenta.
Poemarios como Camín de señardaes, De reidores costes… o …Y de llastientes picos; obras de teatro como El Pelayu; libros de cuentos y relatos como Cuentos de llingua afilada y Lluna llena; ensayos como Teoría y práctica d’Asturies… ¿De qué parte de su obra se siente más orgulloso? ¿Qué cree haber aportado a la literatura asturiana?
Pues no lo sé, eso tienen que decirlo los demás. Mucho, eso sí puedo decirlo (risas). Y en todos los géneros, sí.
¿Escribió lo que en cada momento le apetecía escribir o se autoimpuso de algún modo la tarea de cubrir lagunas de la literatura en asturiano, de demostrar que en asturiano también se podía escribir una determinada cosa o en un determinado género? ¿Se debe a eso esa prolijidad de géneros suya?
Al principio, muy al principio, sí. «Voy a hacer un poema para publicar en esto del PSP»; «Voy a hacer un cuento, «La tartera», y a publicarlo en Asturias Semanal para demostrar que se puede hacer un cuento»; «Voy a escribir El Pelayo para demostrar que se puede hacer teatro», etcétera. Pero después ya no. Una vez ya había muestras de todo, pasé a escribir una u otra cosa porque me apetecía, porque me cansé de aquello y me apetecía aquello otro…
Se le ha criticado mucho las pocas veces que ha escrito en castellano. No por la calidad de la obra en cuestión, sino por cometer la herejía de escribir en la lengua imperial. A Serrat le pasó lo mismo cuando dejó de cantar en catalán.
Volvemos a lo que decía antes del número de lectores. A mí se me plantea un problema en este sentido: sí, de la poesía no tengo dudas, la escribiré siempre en asturiano, pero la novela, ¿voy a escribirla siempre para veinte personas? ¿Tiene algún sentido? Pues no lo sé. Estoy seguro, además, de que los que me critican por escribir en castellano no me leen en asturiano. Mira, mi última novela, Bajo el viaducto/Al pie del viaductu está escrita en castellano y en asturiano. De hecho, está escrita en asturiano en un esfuerzo ímprobo. No me refiero al esfuerzo de escribir en asturiano, sino el de escribir otra vez la misma novela que ya has escrito. Tengo ganas de ver, al final de año, cuántas compras hay en Internet. Igual hay diez. Oiga, entonces, ¿usted qué me critica? Yo entiendo que cuesta gastar perres, pero la novela más barata, ¿usted no es capaz de leerla tampoco?
El segundo Surdimientu acusó al primero de su excesiva atención a la cuestión política. Usted parece ser la demostración de que no había tal cosa: ha escrito de todo y ya lo escribía entonces.
Eso es una fantasía; yo lo tengo contado en varios sitios. Para empezar habría que matizar una cosa: el Surdimientu se acaba cuando gana el PSOE en el 82. Porque esto, ¿cómo ye? Si llegamos vivos al 2100, ¿va a seguir llamándose Surdimientu, esto? No, en el 82 se produce una normalización, y sí que es verdad que aparece una literatura no más individualista que la anterior, que eso creo que es mentira, sino más urbana, más de pequeñas cosas, más de ir a por el pan y tomar un vasu vino. Más de esa temática. Pero no, no es verdad que la primera literatura sea una literatura fundamentalmente militante. En Camín de señardaes hay alguno de aquellos poemas que publiqué en les fueyes del PSP que sí es más militante, pero la mayoría son poemas intimistas. Esto es como todo: creas un tópico y todo el mundo lo repite. No es verdad que hiciéramos literatura de bandera o de pancarta. Los textos lo demuestran. Del mismo [Manuel] Asur, que tiene algún poema como aquél de «Dios te llibre de Castiella», la mayor parte de la poesía no es poesía política, sino erótica y así.
¿Qué proyectos tiene ahora mismo entre manos?
Aparte de seguir dándole vueltas al diccionario, voy a ver si encuentro material para una cuarta novela sobre la que tengo dudas. Tengo un tema pero no acabo de decidir cómo abordarlo. A veces tardo años en decidirlo, ¿eh? Escribir es lo de menos: una vez te decides, escribir lleva muy poco tiempo. Pero no acabo de decidirme. La idea es hacer algo con una historia muy guapa: la de una enredadera endémica de Asturias, la Erinus hispanicus, que hay todavía en la muralla de Adriano —la que separa a los ingleses de los escoceses—, en Chesters en concreto, y que parece ser que fue plantada en el siglo I ó II por soldados asturianos destacados allí. Una cosa absolutamente sorprendente: qué amor a la patria, qué amor identitario llevar una jodía enredadera hasta allí, ¿no? Pero no acabo de ver la historia. Quizás conectar una novela histórica sobre la vida en los campamentos romanos con un triángulo amoroso o algo así de hoy, no sé. A lo mejor dentro de un año me decido. Por otra parte, lo que estoy haciendo mucho últimamente es estudios de literatura. Tengo ya tres o cuatro y acabo de presentar dos. Uno de ellos es sobre «El caballu», el poema de [Francisco Bernardo de Quirós] Benavides, que reinterpreto por completo y del creo que lo dejo todo aclarado. Casi todo, al menos. Por lo demás, sigo en el partido y vamos a seguir resistiendo, viéndonos y esperando a que se dé alguna coyuntura favorable. No creo que la vaya a haber, pero hay que seguir ahí. Y también seguiré dando la lata todas las semanas con una o dos cosas en La Nueva España mientras me dejen.
Luchar por la construcción de la identidad asturiana y en particular por la recuperación de la lengua asturiana, ¿no es luchar contra el tiempo?
Puede serlo, no digo que no lo sea, pero, ¿y qué? Es lo que nos toca y es lo que queremos, y lo hacemos con entusiasmo. También puedes, cuando naces y sabes que vas a morir, dejarte morir a los dos meses, pero no lo haces. Yo creo que esto es un poco lo mismo. Vives hasta donde puedes y hasta donde te toca con ilusión y entusiasmo y luego mueres. No hay más remedio que morirse, pero mientras vives vives con ilusión. ¿Que la perspectiva es un poco agónica? Pues sí, pero seguimos luchando con ilusión.
(d’Asturias24, 29-11-2015)
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