PABLO BATALLA CUETO
Antón García (Tuña, Tineo, 1960) es uno de esos hombres del Renacimiento bable que lo han sido absolutamente todo en el asturianismo lingüístico. No sólo es uno de los novelistas más señeros y vendidos de la literatura en asturiano, con títulos como El viaxe o la exitosísima Díes de muncho, sino también el fundador de la emblemática editorial Trabe y un hombre inquieto y culto que también ha ejercido como poeta, traductor, crítico y el —dicen por ahí— mejor responsable de la Oficina de Protección Lingüística. Esto último lo fue durante el último Gobierno de Pedro de Silva y ello le costó aciagos enfrentamientos con la Academia de la Llingua, inmersa por aquellos años de presidencia de Xosé Lluis García Arias en un combate implacable contra el colaboracionismo con los gobiernos socialistas de la región. Siempre ha entendido, nos cuenta en una mesa del mítico Café Dólar, que mucho es mejor que un poco aunque peor que todo y que un poco es mejor que nada aunque peor que mucho. Que ese espíritu pragmático haya brillado por su ausencia en el desempeño táctico y estratégico del asturianismo mayoritario explica para él lo desolador que resulta el panorama de la normalización y la dignificación lingüísticas en Asturias cuando se lo compara con el de la vecina y muy envidiable Galicia, donde sí existió una conciencia acusada de los males del maximalismo y en consecuencia los gustavos buenos y los alarcos de allá, que alguno había también en aquellos pagos, no ganaron la partida. No todo es un erial para este flemático tinetense, en todo caso: en las tres horas que dura esta conversación, también hay tiempo para congratularse de la extraordinaria salud de la literatura asturiana y celebrar los hitos de sus sucesivos surdimientos, que Antón García conoce bien.
Nace en Tuña en 1960. ¿En qué familia? ¿Cómo era aquella Tuña?
Un pueblo campesino. Mi familia era campesina en todas sus ramas, y mi padre, que nació campesino, siempre tuvo claro que no quería serlo, e hizo todo lo posible por escapar de ese mundo que él veía con muy poco futuro; empobrecedor y empobrecido. Emigró, estuvo en la Argentina, no le fueron las cosas y volvió justo antes del estallido de la guerra civil. Volvió con la idea de marcharse otra vez, pero ya no se volvió a marchar. Se quedó y trabajó en todo lo que pudo para no ser campesino: desde relojero hasta fotógrafo. Al final se jubiló en una central eléctrica. En cuanto a mi madre, era una ama de casa como tantas de aquella época. Por otro lado tengo un hermano que es cinco años mayor que yo y que fue, en nuestra familia, seguramente el primero que entró en la Universidad. Él abrió camino y yo fui detrás: me vine a Oviedo a estudiar y aquí me quedé; como tanta gente, ya no volví al pueblo.
Alguna vez ha recordado a Alfredo, el maestro que tuvo cuando era pequeño en Tuña y un hombre muy influenciado por el movimiento krausista y la Institución Libre de Enseñanza y que impulsó la creación de una biblioteca en el pueblo.
Alfredo, sí. Fue mi maestro de primeras letras, y todos le recordamos mucho porque se nos murió en clase cuando teníamos seis o siete años, allá por 1967 ó 1968. Le dio un derrame cerebral en plena clase y allí se nos quedó. El caso es que más tarde, pensando un poco en quién era aquél hombre, nos dimos cuenta que había sido un maestro muy poco típico del franquismo, incluso del último franquismo, que es el que yo viví. Él, por ejemplo, había creado una biblioteca pública en la escuela de Tuña. Cualquier persona podía ir allí a sacar y a leer libros y los bibliotecarios éramos los críos. Yo no llegué a ejercer porque era muy pequeño, pero los que tenían dos o tres años más sí. También formaba parte de un programa que registraba el clima, las precipitaciones, las temperaturas, etcétera, del pueblo y las enviaba al ministerio correspondiente de Madrid. En general hacía una serie de cosas que a mí a posteriori me llamaron la atención. Él había sido republicano y había sido represaliado después de la guerra, y después, con gran esfuerzo de la familia, había conseguido reengancharse. Y había vuelto con la lección muy bien aprendida para ciertas cosas: por ejemplo, a los críos de Tuña nos tuvo cantando el Cara al sol hasta el último día, cuando ya nadie en las escuelas de alrededor lo cantaba. En cualquier caso, pese a eso, sí que había quedado en él mucho de la formación krausista que había recibido y de los principios de la Institución Libre de Enseñanza. Por ejemplo, también recuerdo —yo tenía seis o siete años, ya te digo, pero lo recuerdo muy bien— que antes de empezar cada clase nos leía las noticias de actualidad del mundo, y recuerdo perfectamente verlo comentar la guerra de los Seis Días, aquélla de Israel contra el mundo árabe; cosas que ningún otro maestro de los que tuve y tendría después hizo nunca, ni en el colegio ni en la Universidad.
Hábleme de su despertar político. ¿Cómo adquiere primeramente sus ideas de izquierda? ¿Cómo la conciencia asturianista?
El asturianismo me llegó ya en la edad adulta. Las ideas de izquierda, no; ésas nacen en el propio pueblo y vinculadas a la agrupación socialista que se forma allí a finales de los años sesenta y por influencia de Lalo López, el padre de Patxi López. Veraneaban allí en Tuña desde principios de los sesenta o incluso antes, y yo crecí jugando por allí con Patxi. Lalo, aparte de descansar y esas cosas, aprovechaba para hacer proselitismo, y en los años sesenta ya funcionaba de manera clandestina —virtualmente, diríamos hoy— la que seguramente fuera la primera agrupación socialista que se crea después de la guerra en el Occidente de Asturias. Muchos familiares míos formaban parte de aquella agrupación, y yo me incorporo a ella de una manera natural, participando en las reuniones y en todo lo que se hacía. La posición era claramente socialista y claramente antifranquista, pero no se definía, que yo recuerde, ningún tipo de política para Asturias. Yo eso lo busco, sobre todo, como lector de la revista Asturias Semanal, que no llegaba a Tuña pero que yo encargaba a la gente que viajaba a Oviedo o compraba yo mismo cuando iba allí con mis padres. Siempre procuraba hacerme con cada ejemplar y era un seguidor de las páginas aquellas de Conceyu Bable. De todas maneras, por esa vía voy creándome una conciencia más lingüística que política. Me preocupo por el asturiano pero siempre desde fuera. Yo, en algún momento, me defino como asturianista ilustrado, es decir, todo por el asturiano pero sin el asturiano. Recojo vocabulario en el entorno en el que vivo y demás pero no tengo, digamos, una conciencia de que el asturiano es mi lengua y de que eso tiene una consecuencia política. Hablaba y conocía perfectamente el asturiano, pero no pensaba que eso pudiera o debiera servir para otra cosa que para la comunicación inmediata con la gente de mi entorno.
¿Cuándo da el salto a una conciencia política asturianista más sólida?
Fundamentalmente, cuando vengo a Oviedo y conecto con Amelia Valcárcel y Luis Texuca. En aquellos años, Amelia preside Conceyu Bable durante unos pocos meses e intenta algo que no sale bien, que es abrir Conceyu Bable a la sociedad asturiana; llegar más allá de los militantes y los activistas y atraer a gente como yo, que simpatizaba de manera difusa. Ella me llama para que participe y aquello no va muy lejos, pero yo me quedo ahí enganchado y participo en el congreso que organizan, ella y Ramón Cavanilles, en Covadonga, en el que se intenta definir por primera vez el covadonguismo no como la raíz de la nación española sino como la raíz de la nación asturiana. Allí conozco a Ramón Piñeiro, el galleguista del Grupo Galaxia, y a partir de ese momento mantengo correspondencia con él y nos vemos siempre que él viene a Asturias. Con él tengo muchas conversaciones en torno a lo que significan el galleguismo y por ende el asturianismo, la cuestión lingüística, el nacionalismo, etcétera, y a través de ellas me convenzo de la importancia que tienen las señas de identidad y trabajar por una causa que de alguna manera intente rescatar esas señas, que para mí eran esas patas campesinas que conforman mi familia paterna y mi familia materna.
¿Es Asturias una nación?
Sin duda ninguna. El término nación no define necesariamente un instrumento político. No hay que ser independiente para ser una nación: basta con querer ser una nación, con que los miembros de esa comunidad se vean a sí mismos como tal, para serlo. Si esa nación se constituye en Estado o no es otra historia.
En 1993 publicó al alimón con su mujer Consuelo Vega un ensayo hoy inencontrable, Del centru a la periferia, en el que reflexionaban sobre el paso de Asturias de la condición de centro de sí misma a la de provincia periférica de un imperio. La idea que se transmite es que Asturias escogió ser provincia y tener la mentalidad de tal que hoy lastra su progreso.
Sí, efectivamente, un ensayo que hicimos mi mujer y yo para resumir el punto de vista que teníamos sobre estas realidades. Yo creo que el título responde bien a lo que recoge el libro: cómo Asturias va perdiendo capacidad autogobierno y pasa de ser el centro de sí misma, una comunidad independiente, a formar parte de la periferia de un Estado.
¿Por qué se pierde esa capacidad? ¿Por voluntad de los asturianos o por sometimiento?
La perdemos porque la historia caminó en esa dirección centralizadora y Asturias caminó en ella como tantos otros sitios. No hay ninguna circunstancia particular asturiana en esa pérdida de autogobierno. Lo que sí hubo, al menos en mi opinión, fue una decisión de seguir caminando en esa dirección, supongo que por inercia, incluso después de que se abriera la opción de caminar en otra, cuando España, en la Transición, corrige o intenta corregir el rumbo marcado desde los siglos XVIII y XIX. Concretamente, a principios de los ochenta a mí me parecía que la decisión de Asturias de acceder a la autonomía por la vía lenta era un error. Seguramente se hiciera así porque en aquel momento muy pocas personas creían en la España de las autonomías y aún menos en una Asturias autónoma, pero para mí aquello representó y sigue representando casi una traición a nuestra historia y a nuestras raíces. En aquel momento lo vi así y hoy creo lo mismo pero creo además que la vía lenta nos impidió tener los instrumentos que podrían habernos permitido enfrentar las sucesivas crisis que sufrimos en los ochenta, en los noventa y en los dos mil, cuando tuvimos que pedir al Estado y a Europa esos instrumentos para reconvertirnos, crear tejido y demás. Con una autonomía por el 151 y un peso específico dentro de España, eso podríamos haberlo hecho nosotros con otros instrumentos muy distintos.
¿A qué Asturias aspira? ¿A qué relación de Asturias con España?
Pues no lo tengo muy pensado, realmente. No soy un especialista en modelos de descentralización, así que no sé cómo puede ser esa relación. Yo, cuando era más joven y pensaba en este tipo de cosas, creía en el iberismo; en una Iberia de la que formase parte también Portugal. Ahora no le dedico mucho tiempo a esta cuestión.
¿Por qué, pese a que los asturianos poseemos una aguda conciencia de identidad separada, no ha triunfado históricamente el asturianismo político?
Pues tampoco lo sé. Sólo se hacer el diagnóstico. Efectivamente, siempre que se hace alguna encuesta sobre el particular los asturianos estamos por encima de los catalanes y de los vascos en conciencia identitaria; sin embargo, no sabemos traducir esa conciencia en una aplicación práctica. Cuando, después, preguntas a los encuestados para qué se sienten asturianos, no saben responder. Somos asturianos porque somos asturianos y ahí se acaba el discurso. Tampoco es nada nuevo: lleva siendo así doscientos o trescientos años.
Se le suele vincular al PSOE, pero no sé si milita o sólo simpatiza.
No, no, no. Yo llegué a pedir la entrada en el PSOE en los setenta, pero era menor de edad y me dijeron que mientras lo fuera no podía. Después ya no volví a intentarlo. Nunca llegué a tener el carné del PSOE. El único partido en el que llegué a militar, y tampoco milito ya, fue el PAS, en los años noventa.
¿Cuándo dejó el PAS, y por qué?
Pues no me acuerdo muy bien de cuándo lo dejé… Probablemente hacia el año 2000 o una cosa así. Fue una desconexión paulatina y que se debió al acercamiento del PAS a Sergio Marqués cuando rompe con el PP y cuando después monta URAS. A mí me pareció entender que ahí había una derechización real de un partido que hasta entonces yo no había visto nunca que fuese de derechas. La gente que venía de URAS tenía un perfil muy distinto del que tenía la gente del PAS de toda la vida y a mí, en consecuencia, me dejó de interesar el PAS completamente. No se han hecho muchos análisis sobre por qué fracasó el PAS, pero mi opinión es que el PAS, como todas las iniciativas que nacen sin una militancia numerosa de la sociedad asturiana, acaban compartiendo el voto o por lo menos la intención de voto con el PSOE. Cuando el PAS y la URAS se acercan, lo que hace el PAS es espantar el voto de izquierdas que tenía y que no estaba dispuesto a apoyar esas aventuras, y del asturianismo de derechas yo creo que no se puede vivir. Siempre se dijo que hay un sitio para el asturianismo de derechas, pero yo creo que realmente no lo hay. Por lo menos, yo no lo veo.
¿Cómo valora globalmente el legado del PAS?
Pues como un legado interesante. Yo, cuando [Xuan Xosé] Sánchez Vicente dejó de ser diputado al no ser reelegido en las elecciones de 1999, dije —creo que lo dije públicamente— que él era el único diputado que no sobraba en el Parlamento asturiano. La sociedad asturiana, y el propio asturianismo, no supieron valorar la importancia que tenía esa presencia pequeñita del asturianismo sociológico en la Junta. El legado ahí está: hay muchas cosas hechas por el PAS de las que seguramente la más visible, aunque no la única, sea la ley de Uso que se pacta con Marqués y que en aquel momento generó un gran rechazo del asturianismo. Hoy, sin embargo, todo el mundo se aferra a ella como a un clavo ardiendo, porque la verdad es que si en aquel momento se pudo hacer fue de carambola. Se hizo de milagro. Seguramente ni hoy en día se podría sacar una ley como ésa.
El PSOE es frecuentemente acusado desde la trinchera asturianista de ser el principal enemigo de la lengua asturiana. ¿Cree que se merece esa etiqueta?
No, creo sinceramente que no. Sí que es verdad que el PSOE podría haber hecho mucho más por el asturiano y por, en general, una manera de entender la cultura asturiana en todos estos años que llevamos de gobiernos democráticos que casi siempre fueron socialistas. Pero también es verdad que lo que se hizo lo hizo el PSOE, ya fuera por convicción propia o a regañadientes. Yo recuerdo que en los años ochenta, en una de esas reuniones federales o estatales que hace el PSOE, alguien que llevaba los temas culturales dentro de la Federación Socialista Asturiana planteó el problema lingüístico que había aquí y que desde Madrid aconsejaron una política de subvenciones. Se le dijo que en el actual estado sociopolítico asturiano no merecía la pena declarar la oficialidad pero que se podía avanzar hacia ella implementando subvenciones que fomentaran la creatividad, la edición y demás. Ésa es la política que se lleva aplicando estos treinta años y seguramente el PSOE la aplicara en algún momento sin creer mucho en ella o creyendo en ella pero sin valor para llevarla a cabo. Y esa política yo creo que ya no sirve y que sería bueno para Asturias y para la cultura en general cambiarla y establecer las bases para otros veinticinco o treinta años de trabajar de una manera muy distinta, pero tampoco hay que menospreciar los frutos que ha dado ni olvidar que si los ha dado los ha dado gracias también a los gobiernos socialistas que los impulsaron.
Sí que es verdad que en el PSOE siempre ha habido un pequeño sector asturianista, siempre minoritario y arrinconado por el aparato pero siempre presente en todo caso.
Yo no conozco mucho cómo funciona el PSOE por dentro en estos momentos, pero sí, yo también entiendo que siempre hubo una corriente partidaria de una política asturianista más ambiciosa e incluso de la oficialidad. Siempre que la Federación Socialista Asturiana convoca un congreso hay un grupo de personas que presenta una moción, o como se llame eso, pidiendo la oficialidad del asturiano. Y es una moción, ésa, que curiosamente nunca se llegó a votar, y por lo tanto nunca se perdió. Lo que en general pasa es que los dirigentes de la FSA ofrecen es un pacto por el cual ellos ofrecen algo a cambio de que esa cuestión no se vote y que generalmente se acepta, seguramente porque los que piden esto saben muy bien con qué fuerzas cuentan dentro del propio PSOE. Pero realmente no se sabe lo que podría pasar si se llevara a cabo esa votación hasta las últimas consecuencias. Todas las puertas están abiertas. No hay ningún documento oficial del PSOE que diga «no a la oficialidad»; sólo declaraciones de determinados dirigentes a título personal o en función de la responsabilidad que tienen en ese momento.
¿Dónde se ubica políticamente ahora mismo?
Ahora mismo, en casa (risas). La política me gusta y me interesa mucho, pero en este momento estoy más ocupado y preocupado por el trabajo profesional y creativo que por desarrollar ninguna actividad política. Pero bueno, es algo que no descarto hacer en el futuro. Concretamente, la política cultural es algo que me apasiona.
Se lo recuerda como el mejor responsable de la Oficina de Política Lingüística. ¿Lo cree justo?
No, yo creo que no. Agradezco el cumplido, pero sólo estuve tres años y en un momento muy duro en el que la mayor parte del asturianismo organizado se posicionó en contra de mi persona, con lo cual estuve muy limitado. Tres años dentro de la Administración no permiten hacer grandes cosas ni aunque seas el presidente: la Administración tiene unos plazos y una manera de funcionar y, cuando uno entra en ella, el primer año no tiene ni idea de cómo se mueve un papel, el segundo ya lo sabe y se prepara, el tercero es cuando haces algo y el cuarto te vas. Años útiles, realmente, sólo hay uno de cada cuatro. Yo estuve tres y en un momento muy embrionario de la política lingüística, así que lo único que pude hacer fue intentar sentar las bases de futuros desarrollos. Eso sí, mi caso no es en absoluto anormal: creo que ningún responsable de la Oficina de Política Lingüística ha estado más de cuatro años al frente de ella. El gran problema de ese departamento es ése: la falta de continuidad. Los responsables deberían estar ocho años, y desde luego recibir un apoyo social y político más decidido no sólo del partido que gobierna, sino de todos los partidos o al menos de todos los que creen que se puede y que se debe hacer algo por el asturiano. Hasta ahora, eso no se ha conseguido.
¿Por qué duran tan poco en el cargo los responsables de la Oficina de Política Lingüística?
Por eso que comento: la falta de tranquilidad en la gestión. Yo, desde mi etapa como coordinador, siempre he entendido que la Oficina de Política Lingüística debería ser algo parecido al Instituto de la Mujer, que recibe el apoyo de todas las asociaciones feministas porque, sean esas asociaciones más o menos radicales, todas entienden que de ese instituto salen políticas positivas en favor de la mujer, por más que algunas crean que se puede hacer mucho más. En el caso de la política lingüística pasa exactamente lo contrario: generalmente, por muy buena voluntad que tenga la persona que llega a la Oficina, lo que esa persona se encuentra es el posicionamiento en contra de muchísimos sectores del asturianismo. No entiendo por qué. ¿Que desde ahí puedes hacer un diez por ciento de lo que tú quisieras que se hiciese? Bueno, ¡pues bienvenido sea! Mejor ese diez por ciento que un cinco o que nada, ¿no? Mi posición personal desde hace treinta años es ésa: cualquier iniciativa positiva para el asturiano tiene mi apoyo la haga quien la haga. Si la posición del asturianismo hubiera sido ésa, creo que en este momento estaríamos bastante mejor. Pero no ha sido ésa, al contrario: el asturianismo siempre ha sido supercrítico con todo lo salido de la Oficina de Política Lingüística.
¿Cómo surgió para usted la posibilidad de dirigir la Oficina de Política Lingüística? ¿Cómo y por qué se lo ofrecieron?
Pues como suelen ser estas cosas: de casualidad. Yo viví tres años en Cataluña, en Barcelona, y volví para Asturias muy interesado en el proceso cultural del asturiano. Hablé con distintos sectores y me puse a su disposición para cualquier cosa en la que pudiera ayudar. Entre otros, hablé con la Academia de la Llingua y también con la Oficina, que es quien me acaba llamando en un momento dado. Estaba al frente Faustino Álvarez, y fue el propio Faustino quien me llamó para comentarme que quería hacer, y que yo coordinase, lo que luego fue la primera Junta de Escritores Asturianos, que se organizó en Villamayor en 1987 y que yo creo que sentó las bases del sistema literario asturiano posterior. Esa junta contaba con la posición en contra de la Academia de la Llingua, que ya en aquel momento estaba enfrentada con la Oficina, pero a mi me dio exactamente igual. Me hicieron un encargo que consideraba positivo y lo cumplí lo mejor que supe. El caso es que se armó un gran escándalo que provocó que a partir de aquel momento la literatura asturiana se dividiera en dos: los vamos a decir colaboracionistas y los no colaboracionistas. Yo, desde luego, soy colaboracionista con cualquier sector que quiera hacer algo positivo, y en consecuencia más tarde, en un momento dado, Manolo de la Cera me propuso ponerme al frente de la Oficina. Yo le pregunté: «¿Para hacer qué?», él me dijo que hiciera un plan de lo que quería hacer, lo hice, me dijo que sí y así fue.
¿Cómo recuerda su relación con el Gobierno en aquella etapa? ¿Era fluida? ¿Acogía bien el Gobierno lo que proponía?
Pues… Te explico. Yo, según llegué, envié una carta a la Academia de la Llingua proponiendo una reunión para charlar sobre qué necesidades tenía la Academia que se pudieran atender desde la Oficina y ver qué se podía. La Academia jamás me contestó esa carta, pero lo que sí me puso fue una querella criminal por usurpación de cargo público. Ese asunto tardó prácticamente un año en resolverse, ocho o nueve meses, y mi sensación entonces y ahora es que el Gobierno esperó a que se resolviese ese tema para depositar su confianza en mi persona. La querella, por supuesto, se archivó: no le dieron ninguna credibilidad a la demanda y a partir de ese momento yo sí noté que el Gobierno me empezaba a hacer caso y a facilitarme el trabajo. Yo, entonces, comencé a trabajar muy a gusto. De hecho, el Gobierno de Pedro de Silva llegó a presentar a iniciativa nuestra un proyecto de ley de desarrollo del artículo 4 del estatuto de autonomía muy parecido al que diez años después presentó el PAS, pero el asturianismo, que en aquel momento estaba también muy enfrentado a la Oficina de Política Lingüística, lo rechazó de plano. ¿Qué pasó entonces? Pues lo lógico, porque si el Gobierno asturiano hace un proyecto de ley para contentar al asturianismo pero el asturianismo lo rechaza, lo lógico es que el Gobierno no lo saque adelante y punto. Por otro lado, para más inri, aquel proyecto de ley también sirvió para que el antiasturianismo, la famosa Asturias sensata y pensante, saliera a la palestra y clamase que a dónde íbamos, que ése era no el camino adecuado y que mucho cuidado con lo que estábamos haciendo, con bastante éxito.
«Sensatos y pensantes, sois unos mangantes».
Sí (risas). ¿Qué pasaba con aquella gente? Pues que no querían que al pastel económico de la cultura le aparecieran nuevos comensales. Basta ver quiénes eran los firmantes de aquel manifiesto para darse cuenta de que quienes se pusieron a combatir la normalización lingüística fueron los grandes perceptores de subvenciones culturales de Asturias: la Fundación Gustavo Bueno, por ejemplo.
Abominaban de los chiringuitos porque no querían competencia para los suyos.
Yo lo veo así. Lo explicaba muy bien Sánchez Vicente hace unos años con el ejemplo de la pota del cocido: tenemos delante la pota del cocido, toda para nosotros, y, de pronto, ¡huy, huy, huy, que nos la quitan! Efectivamente, lo que hacía esta gente era defender su pota de garbanzos. Pero la defendieron con una inteligencia que jamás ha tenido el asturianismo para entender de qué estábamos hablando cuando hablábamos de todas estas cosas. Al final, la cerrazón de unos y el ataque organizado de otros hicieron que perdiéramos diez años a lo tonto, si es que no más. Por más que nos queramos engañar a nosotros mismos, fueron los sensatos y pensantes los que ganaron la partida, y siguen ganándola. Cumplieron muy bien los objetivos que tenían, que se resumían básicamente en desactivar cualquier iniciativa del Gobierno hacia la oficialidad, fuera la oficialidad en sí o aquello de la oficialidad diferida. El asunto del asturiano se resolvió con unes migayines y lo importante siguió en sus manos. Por cierto, hay otra cosa sobre la que veo que nunca se hace mucho hincapié pero que me parece muy interesante: ¿por qué fracasa la enseñanza del asturiano en las enseñanzas medias? Así como en la enseñanza primaria el asturiano entra con una facilidad extraordinaria, los maestros se vuelcan y los de asturiano encuentran todas o prácticamente todas las puertas abiertas, en secundaria no. En secundaria uno no se encuentra más que dificultades y rechazos. Bueno, pues si uno repasa los mil o dos mil o cinco mil o no sé cuantos firmantes del manifiesto de los sensatos y pensantes, se encuentra con que casi todas esas firmas salen de la Universidad y de la enseñanza media. Ahí está, yo creo, una de las claves fundamentales para entender por qué el asturiano se encontró en un momento dado con ese rechazo frontal. No sé si el rechazo surge ahí, pero desde luego es ahí donde cuaja y toma forma.
Repasemos sus proyectos y logros más notables al frente de la Oficina de Política Lingüística, empezando por los cursos para adultos.
Bueno, como la mayor parte de lo que se hizo en aquella época, aquello estuvo bien en la medida en que era muy difícil crear cualquier tipo de infraestructura de política lingüística alrededor del asturiano. La idea era poner en marcha la enseñanza de adultos pero también crear una estructura básica para canalizarla. Una de las ideas que teníamos era poner en marcha unas oficinas de normalización lingüística a través de los concejos y de las mancomunidades en los casos en que los concejos fueran muy pequeños, y que fuesen esas oficinas las que se ocupasen de los cursos de adultos. Sentamos las bases para que así fuera, pero como esas oficinas no se crearon hasta diez años o más después de que estuviese yo, la idea se perdió de alguna manera. Y fue una pena, porque yo creo que la enseñanza de adultos es una pieza fundamental. Es una pena que no haya creada una infraestructura para impartirlos, porque yo sé que hay una demanda social. Mucha gente me pregunta: «Oye, ¿dónde puedo aprender asturiano?». Hay mucha gente a la que le gustaría aprender asturiano. No acercarse a lo que representa el asturiano sociolingüísticamente, no: simplemente aprender asturiano; dedicar un año de su vida a aprender asturiano para luego tener un conocimiento suficiente para leer libros en asturiano y demás. Hoy lo que hay es más esos acercamientos sociolingüísticos que puramente cursos.
Bajo su gestión comenzaron a concederse ayudas a la edición y becas de traducción e investigación. Las subvenciones, como comentábamos antes, son una parte de la política lingüística muy demonizada por sus enemigos. ¿Por qué son necesarias?
Pues mira, a los hechos me remito: en 1982 se publicaron, si no recuerdo mal, cuatro libros en asturiano. Desde los años noventa hasta hoy, cada año se publican cien, y eso es así porque crecieron exponencialmente los creadores pero también porque se dio salida a esa producción literaria o ensayística a través de ayudas. Sin esas ayudas, seguiríamos editando cuatro o cinco libros al año. Las subvenciones son imprescindibles. Vamos a ver, ¿qué pasa por que el asturiano reciba las mismas subvenciones que reciben los creadores, los editores, los músicos, los actores y hasta los campesinos por dejar de trabajar y no plantar arbeyos? El mercado del libro no ya en asturiano, sino en español, no se sostendría sin ayudas en forma de compras para bibliotecas, colegios y demás. ¿Por qué aceptamos las subvenciones para el libro en castellano y sin embargo son tan problemáticas las ayudas al libro en asturiano? Es una polémica que no entiendo. Otra cosa es que las subvenciones se convoquen de una manera o se convoquen de otra, que se den de una manera o que se den de otra. Eso forma parte del proceso administrativo. Si se detecta que una subvención no está cumpliendo los objetivos por los que se da, pues que se retire o que se cambien los criterios; no pasa nada. Lo que no se puede hacer es eliminar las subvenciones de raíz.
Otro logro asociado a su gestión son las campañas públicas de normalización. ¿Han servido de algo esas campañas? ¿Habla alguien asturiano porque se lo sugiera un cartel que le diga: «Usa la llingua, fala n’asturianu»?
Seguramente no. Pero la función de esas campañas no es ésa. Es evidente que nadie va a cambiar el chip porque una campaña le diga que lo cambie, pero si tú ves, y lo ves de una manera sostenida en el tiempo, que las instituciones y responsables políticos y las personas de cultura y de prestigio hablan y defienden el asturiano con normalidad, al menos no te vas a cortar de utilizar el asturiano si lo sabes, y quizá te animes a leer un libro en asturiano si no tienes la costumbre de hacerlo. Quizá te preguntes: «Vaya, ¿qué es esto que tenemos aquí? Vamos a ver qué es». Yo creo que el asturiano tiene la suficiente entidad cultural como para que una vez te asomes te interese. El problema es que no ha habido esa continuidad necesaria. En 1990 ó 1991 se hizo una campaña que tuvo bastante impacto y se mantuvo durante mucho tiempo en la memoria colectiva de los asturianos, aquélla de «Dilo n’asturianu, ¿o vas dicime que non?». La idea era sacar una nueva un par de años después, y se llegó a poner en marcha a hacer se hizo algún anuncio de televisión, pero en cuanto yo me fui aquello se abortó y los anuncios ni siquiera llegaron a emitirse. Una campaña no tiene sentido si la haces una vez y en treinta años no lo repites. Yo creo que debería haber una nueva cada dos años.
Bajo su gestión se hicieron también encuestas sociolingüísticas, como el informe Llera Ramo.
Aquella encuesta nos permitió vislumbrar un panorama que desconocíamos: el de qué piensan los asturianos de su lengua. ¿Qué piensan los asturianos de una televisión en asturiano, de unos libros en asturiano, de…? No lo sabíamos, y en ese sentido la encuesta fue un documento valiosísimo y un instrumento de trabajo muy útil. Hombre, yo creo que, después de tantos años, merecería la pena hacer una nueva encuesta para ver cómo ha evolucionado todo en este tiempo. Han pasado ya veinticinco años y seguramente sigamos repitiendo algunos datos, pero yo creo que Asturias debe de ser sociolingüísticamente bastante diferente a entonces.
¿Mejor o peor en lo que respecta al cariño de los asturianos hacia su lengua?
Es difícil saberlo. Está claro que perdemos hablantes patrimoniales, que es una pérdida irreparable porque esos hablantes son una fuente inagotable de conocimiento lingüístico, pero yo también creo que, así como hemos perdido a esos hablantes, también hemos ganado una conciencia lingüística que no teníamos en 1990. Esos hablantes tradicionales no tenían, pese a serlo, ninguna conciencia lingüística, mientras que entre las generaciones nuevas hay muchos asturianos para los que el asturiano es una realidad completamente ajena, pero también muchos que sí tienen esa conciencia, ese decir «el asturiano es mi lengua y la quiero utilizar en cualquier circunstancia de la vida». Creo que lo que perdemos por un lado lo ganamos por otro. Pero no deja de ser una impresión que sería bueno corroborar o desmontar con una nueva encuesta.
En general, ¿qué valoración hace de la trayectoria global de la Oficina de Política Lingüística? ¿Se ha hecho por el asturiano todo lo que se podía desde esa atalaya?
Hombre, pues no. Yo creo que nadie, ni a nivel colectivo ni a nivel individual, ha hecho por el asturiano todo lo que podía hacer. La Oficina ha tenido siempre ese problema de la renovación constante, del aprendizaje continuo, y que eso hace que no se haya diseñado y consolidado todavía una verdadera política cultural y lingüística para Asturias y para el asturiano. No la tiene el Gobierno y no la tiene el PSOE, pero es que no la tiene nadie. Yo no veo que la tenga absolutamente ningún partido, ni siquiera los que llevan la bandera de la oficialidad como enseña principal, más allá de las generalidades de manual de sociolingüística que todos conocemos y aplicamos.
¿Y de la Academia de la Llingua? ¿Qué balance hace de la trayectoria de esa institución que tanto se le opuso durante su etapa al frente de la Oficina de Política Lingüística?
Hago un balance positivo. El papel de la Academia de la Llingua es esencial. Yo, en el primer artículo que escribo sobre el asturiano, en 1983, digo de ella que, con una lamentable falta de imaginación mayor aún que sus escasos recursos, no había logrado reunir en torno a sí a todo el movimiento recuperador, y lo mantengo: me parece que la Academia debió integrar en su seno todas las tendencias que habían ido surgiendo en estas décadas alrededor de la lengua y su literatura; hubieran enriquecido mucho el debate, los puntos de vista. Sin embargo, bajo la presidencia de [Xosé Lluis] García Arias se optó por una política de combate corrosiva, desintegradora y muy poco inteligente. Es inexplicable la actitud que mostró a aquel grupo de escritores jóvenes que en los ochenta nos reuníamos alrededor de la revista Adréi, o que no entendiese que cualquier política lingüística iba a pasar necesariamente por un departamento administrativo a cuyo frente figurase alguien de la confianza del Gobierno de turno, o que sigan fuera de ella lingüistas valiosísimos. Creo que esa etapa se va superando felizmente bajo la presidencia de Ana Cano, por lo menos en las formas. Ahora estamos en una etapa más académica que política y yo creo que más positiva. Desde luego, hoy la Academia sigue teniendo un papel muy importante que cumplir y yo sigo con mucho interés sus trabajos y sus publicaciones.
De la Academia suele criticar su falta de conexión con los hablantes patrimoniales.
Es una critica más antigua que actual. Yo, en los ochenta, veía que la Academia fomentaba, o por lo menos veía con buenos ojos, un estándar excesivamente creativo y muy empobrecedor. Los escritores que empezábamos a escribir en esos años intentábamos conectar la creatividad literaria con un registro oral del asturiano muy depurado. Cuestionábamos abiertamente, y en aquel momento no se entendió muy bien, la deriva lingüística que habían tenido los escritores de los setenta: los de Conceyu Bable. Yo dije en algún momento que estaban empeñados en ponerle nombre a lo que ya lo tenía: se estaba creando una especie de idiolecto particular de la literatura, de los artículos que sacaban los partidos políticos y las asociaciones y de la enseñanza del asturiano en las escuelas que tenía muy poco que ver con el asturiano que hablaba la gente en la calle; una cosa paupérrima que, sin embargo, la Academia no veía mal. Hombre, es verdad que la gente en la calle, sobre todo en los núcleos urbanos, hablaba y habla un asturiano, digamos, contaminado por el castellano, pero cualquier hablante patrimonial tiene en la cabeza un modelo, es decir, sabe lo que es asturiano y lo que no lo es. Lo que no se puede hacer es escribir algo que el hablante patrimonial vaya a interpretar que no es asturiano. Nosotros decíamos que había que escribir como hablaba la gente. Fíjate, en aquellos años de la Oficina de Política Lingüística, uno de los problemas con los que me encontré fue cuando puse a los escritores que había entonces —Xuan Bello, Berta Piñán, Humberto Gonzali, Lourdes Álvarez…— a escribir libros de texto para las escuelas. Hubo un rechazo frontal por parte de los maestros a que ese asturiano que estaban escribiendo los escritores sirviese para los libros. Había un divorcio tremendo entre lo que enseñaba el enseñante formado por la Academia, que era ese asturiano que nosotros llamábamos tapecíu, con el de raíz oral que proponían estos escritores.
En 2007 publicó Xeneraciones y dexeneraciones, una historia de la literatura asturiana. En ella lanza algunos juicios de valor sobre la normalización lingüística. Crítica, por ejemplo, el carácter a su juicio castellanizante de la ortografía adoptada.
Sí. En los años setenta, cuando Conceyu Bable comenzó a utilizar esa ortografía basada en la del castellano que al final acabó sancionando la Academia —y que es verdad que era la de la tradición literaria—, hubo por lo menos otra propuesta, ésta del Conceyu d’Asturies de Madrid, cuya ortografía era distinta, más pensada para las particularidades del asturiano. ¿Era discutible esa ortografía? Seguramente sí, pero era una ortografía que buscaba soluciones autóctonas para los problemas ortográficos del asturiano. A mí me gustaba más. Lo que pasaba con la otra, con la castellanizante, era que a los fallos técnicos que los especialistas ven en la ortografía del castellano se sumaban los que surgen al aplicar esa ortografía al asturiano.
Póngame algún ejemplo concreto.
Mira, por ejemplo, acentuar los verbos es algo que casi nadie sabe hacer en asturiano. Es muy complicado. Veamos [Antón García extrae una servilleta del servilletero que tiene al lado y me pide el bolígrafo con el que voy tachando las preguntas ya respondidas]: tú por ejemplo escribes canten. Es una palabra grave y por lo tanto no lleva tilde, pero si quieres decir que le cantan una canción a alguien pones cánten-y, o sea, le añades una tilde a canten porque el añadido hace que la palabra pase a ser esdrújula. Y si quieres decir «se lo cantan», pones cánten-ylo, porque la palabra es sobresdrújula. Sin embargo, si lo que quieres es escribir «que se lo canten», escribes que-ylo canten. Al canten se le añade una tilde cuando pasa a ser palabra esdrújula al añadirle pronombres enclíticos, pero a ese que no se le añade una tilde cuando pasa a ser palabra esdrújula al escribir que-ylo. Debería ser qué-ylo, ¿no? No hay nadie que sepa hacer eso bien, igual que nadie sabe hacer bien otra cosa: en asturiano escribes nesti, pero escribes n’otru. ¿Por qué nesti apocopa pero n’otru apostrofa? De hecho, en cualquier libro que lees ves que si ponen nesti ponen notru y que si ponen n’otru ponen n’esti.
Es una ortografía poco intuitiva, digamos.
Es poco intuitiva, sí. Está pensada para antes de los ordenadores. Hoy es muy difícil hacer un corrector informático de asturiano, porque secuenciar el asturiano es muy complicado: hay más excepciones que normas.
En la ortografía del Conceyu d’Asturies se proponía no adoptar la eñe castellana sino escribir ese fonema como doble ene: penna, nennu en lugar de peña, neñu.
Sí, es verdad.
¿Cuál era el argumento? Parece claro que, en este caso, lo intuitivo es la eñe. ¿No obedecía esa propuesta a una voluntad de marcar toda la distancia posible con el castellano que al final acababa creándole al asturiano nuevos problemas?
Yo no creo que sea más intuitiva la eñe que la doble ene; creo que es exactamente igual de intuitivo. Ahora la eñe ya está consolidada y no pasa nada, pero la doble ene era desde luego una opción. La cuestión es que el asturiano es una lengua diferente del castellano y por lo tanto debería tener una ortografía propia distinta y pensada para resolver sus problemas. Pero bueno, yo me pasé diez años discutiendo de ortografía y es algo que no pienso volver a discutir nunca más en la vida (risas). La ortografía que hay está bien, aunque hay algunas cosas que sí que se podrían corregir. En todo caso, es a la Academia a quien le corresponde corregirlas.
En Xeneraciones y dexeneraciones también criticaba a Conceyu Bable por su rechazo radical a toda la literatura anterior.
Sí. Los más inteligentes de los bablistas de la vieja escuela, que alguno había; gente que tenía sesenta o setenta años cuando los de Conceyu Bable tenían veinte o treinta, se dieron cuenta de que, por ley de vida, si se iba a conseguir algo lo iban a conseguir los de Conceyu Bable y que por lo tanto había que acercarse a ellos, pero fueron rechazados radicalmente. Conceyu Bable dijo: «Nosotros no tenemos nada que ver con éstos», seguramente porque la mayor parte de esos bablistas mayores venían del franquismo. Pero no se distinguió: entre esos escritores también los había que habían sido represaliados por el franquismo, y sin embargo se los rechazó igual. Hubo un corte radical.
Aunque fuera injusto, ¿no fue ese rechazo un acicate para trabajar y no tuvo ello consecuencias muy positivas?
Seguramente tuviera algo de acicate o de aldabonazo ese carácter rupturista y esa llamada de atención brusca que hicieron, sí. Seguramente fuera necesario en ese sentido. Pero también tuvo consecuencias negativas. Ese corte radical no fue sólo un corte radical entre escritores, sino también entre lectores. Había, también, unos lectores tradicionales de literatura en asturiano a los que también se rechazó, y eso obligó a crear nuevos lectores que leyeran a los nuevos creadores. Lo lógico, entiendo yo, hubiera sido salvar por lo menos lo más salvable, lo más valioso, del lector tradicional y enganchado a lo nuevo. Seguramente no todo el mundo se fuera a enganchar, pero lo que hizo ese rechazo frontal fue que no se enganchara nadie. Eso, curiosamente, no pasó en el teatro en asturiano, que sigue vivo hoy en día con nuevos creadores, actores y textos que sin embargo supieron mantener el público tradicional a la vez que atraer a nuevos espectadores, y que no atacaron a los creadores viejos. El viejo espectador que antes iba a ver las obras de Eladio Verde va ahora a las de José Ramón Oliva y el nuevo espectador que descubre el teatro por José Ramón Oliva se interesa después por Eladio Verde. Eso no se supo hacer en la literatura asturiana y yo creo que fue un error.
¿Cómo se posiciona en el debate, por momentos candente, sobre el eonaviego? ¿Es un dialecto del asturiano o uno del gallego?
Es gallego. Es gallego. Yo creo que ése es un debate artificial e interesado. Yo no tengo ninguna duda de que esa parte de la comunidad asturiana es asturiana. Ellos se sienten y se identifican como asturiano y hablan gallego por razones históricas. ¡Y no pasa nada! Querer inventarse a estas alturas, con las dificultades que tiene el asturiano para conseguir presencia en el mundo, con las dificultades que tiene el propio gallego para tener presencia en el mundo, una lengua más entre las dos que se llame eonaviego me parece un despropósito que estoy seguro de que no va a tener mucho recorrido. Yo creo que en esa zona se habla una variedad de gallego y que el proceso de recuperación que se haga se tiene que hacer desde Asturias. Y creo que esa parte de Asturias debería servir para unir la cultura de expresión gallega con la cultura de expresión asturiana. Debería ser un punto de encuentro. La universidad asturiana debería estar aprovechando esa franja lingüística para tender puentes con las universidades gallegas y entre los creadores gallegos y los asturianos. Sin embargo, en vez de para aprovechar esa oportunidad de oro, para lo único que nos vale esa franja ahora mismo es para enfrentarnos con Galicia y para que la mayor parte de los escritores asturianos no se quieran pronunciar sobre esa realidad por miedo a que los acusen de yo qué se qué. A mí me da exactamente igual, yo lo tengo muy claro. Y creo que los hablantes de esa zona lo tienen igual de claro que yo y que les da exactamente igual que llamen a su lengua eonaviego o gallego-asturiano o gallego de Asturias o gallego a secas.
De todas maneras, ¿no es bidireccional el problema? Del mismo modo que hay quien en Asturias que niega la galleguidad de esa lengua, ¿no hay quien en Galicia niega la asturianidad de esa gente, y no hace eso que aquí se provoque un enroque?
Bueno, hai xente pa too. Seguramente que de la misma manera que hay gente en Asturias que niega lo evidente haya gente en Galicia que niegue lo evidente también. Pero yo creo que las instituciones gallegas, y la universidad gallega, y la gente gallega que tiene dos dedos de frente y pinta algo en este proceso, tiene tan clara la asturianidad de esa gente y de ese territorio como la galleguidad de su manera de hablar. Siempre habrá quien diga cualquier cosa, pero hay que fijarse en quién es el que lo dice, para qué y por qué.
Es fundador de tres editoriales: Tsibros de Frou, Saltadera y la más conocida, Trabe. Esta última se funda en 1992 y pronto se convierte en la gran referencia de la edición en asturiano. ¿Cómo se gestó el proyecto?
Bueno, yo edito libros desde que tengo memoria. Ya cuando tenía catorce o quince años hacía el periódico de mi casa con una máquina de escribir que tenía. Todavía hace poco me topé con un ejemplar haciendo limpieza. Para mí editar es casi un hecho natural. Cuando tenía diecisiete años trabajé un verano en una constructora y me pagaron un sueldo con el que lo primero que hice fue sacar una revista que se llamaba Criterios y de la que llegaron a salir cinco o seis números. Después saqué otra que se llamaba Gávula, después participé en la aventura de Adréi, después en la de Tsibros de Frou… El caso fue que, en 1992, después de dejar Política Lingüística, me puse a pensar qué podía hacer y me decidí a editar libros en asturiano. Fue un proyecto muy personal, y muy personalista, que fue creciendo a lo largo de los años hasta 2007, cuando me desprendí de la editorial.
¿Por qué lo hizo?
Porque, al cabo de quince años, todo lo que yo podía aportar a Trabe ya estaba sobradamente cumplido. Ya no tenía ideas nuevas; estaba simplemente repitiendo el trabajo y además llegó un momento en que sólo éramos ocho personas trabajando, por lo que yo ya no hacía libros sino que hacía nóminas, presupuestos, facturas… Es decir, un trabajo imprescindible, pero que no me gustaba. Por otra parte, a Consuelo [Vega], mi mujer, le proponen ser directora de Política Lingüística y entonces entendemos que ahí puede haber una incompatibilidad. Yo le dije: «Bueno, no te preocupes, me desprendo de Trabe, que seguramente lo hubiera hecho igualmente dentro de un año». Así se cerró esa etapa que para mí supuso un aprendizaje maravilloso. Yo, cuando en el año 92 empiezo a sacar los primeros libros, no tengo ni idea de cómo se hace un libro. Lo sé de manera difusa, pero no sé nada de cómo es una empresa, de cómo se lleva, de qué se necesita… No tenía ninguna formación teórica, así que tuve que ir aprendiendo a medida que iba sacando libros. Y eso en un momento en el que, además, llegar con un libro en asturiano a una librería asturiana era toda una aventura, porque ya no era que el librero se sorprendiera del producto —que se sorprendía—, sino que te discutía hasta el título del libro. Si en el título del libro ponía cuintu, te decía que allí se decía cuentu y que a ver qué asturiano era ése. Nuestro distribuidor, que en aquella etapa era Xicu [Díaz], el de la librería Alborá, nos contaba anécdotas muy simpáticas de ese tipo. Con Trabe hubo que inventar, si no todo, casi todo. Los escritores que había en aquel momento, si pensaban en editar algo, pensaban en editarlo con la Academia de la Llingua o en presentarse al Xosefa Xovellanos o a alguna cosa de estas. Ninguno pensaba en producir para que un editor editase. Contribuir a cambiar eso fue una experiencia muy guapa, la verdad.
¿Es rentable montar una editorial en asturiano, o ello forma parte del conjunto de cosas que sólo pueden hacerse, como se suele decir, por amor al arte?
Yo creo que montar una editorial se hace más que nada por amor al arte. Yo tengo algunos familiares que son del mundo de la economía y no se explican cómo una empresa así puede sobrevivir en el mercado. Pero en aquellos años podían más el compromiso y las ganas de tener presencia que el volumen económico. Ojo, también tengo que decir que hubo libros que se vendieron muy, muy bien. Eso fue lo que mantuvo viva la editorial. Del diccionario de Sánchez Vicente, por ejemplo, vendimos miles y miles de ejemplares, y eso que no conseguimos que recibiese subvención de ningún tipo. Aquello fue un riesgo editorial considerable: lo editamos en tapa dura y nos gastamos mucho dinero. Si salía mal, cerrabas la editorial; si salía bien, te mantenías vivo por ahí unos cuantos años, que fue lo que pasó.
¿Hay lectores para los libros en asturiano?
Bueno, por desgracia el asturianismo nos salió más musical que literario. Hay pocos. Mi experiencia es que los que leen leen tanto en castellano como en asturiano. El lector asturianista es muy, muy minoritario y la gran masa de lectores que tenemos la compartimos con los que escriben en castellano.
Uno de los mayores éxitos económicos de Trabe fue la colección «Maestros del humor», que recopilaba monólogos humorísticos. Aquellos libros alcanzaron tiradas de hasta tres mil ejemplares y siguen viéndose por ahí. Más allá de la alegría que les causase ese éxito, ¿no fue un poco desolador comprobar que, dos o tres décadas después del inicio del Surdimientu y de la ampliación de la literatura en asturiano hacia facetas más serias y propuestas de mayor calado, lo que la gente seguía premiando era el monólogu de toda la vida y el arrinconamiento del asturiano en lo festivo?
No, porque fue una colección pensada precisamente para intentar enlazar con aquel público al que había renunciado Conceyu Bable y que habíamos perdido en los años setenta; ese público del humor tradicional. Yo creo que lo conseguimos en buena medida, aunque seguramente esa iniciativa saliera un poco tarde. Si en lugar de en el 2000 hubiéramos llevado a cabo esa iniciativa en los ochenta, seguramente hubiera tenido más éxito todavía. Pero que saliera en el 2000 nos permitió comprobar con cierta sorpresa una cosa: que funcionaban muy bien los clásicos —Anxelu, [José León] Delestal…— pero también los autores nuevos: Pin de la Cotolla, Adolfo Camilo Díaz… Alcanzamos un nivel de ventas curioso, pero lo alcanzamos con todos los libros de la colección.
Imagino que no lo sabrán a ciencia cierta, pero, ¿tienen alguna pista acerca de si quienes compraron aquellos libros después se acercaron a otros libros en asturiano, digamos, más serios?
Ni idea.
Alguna vez ha aludido a la cierta tendencia existente en Asturias a minusvalorar las obras literarias publicadas por editoriales asturianas, derivada de la idea de que, si un autor no ha logrado ser publicado por una editorial nacional, es que tan bueno no será. ¿Es así? ¿Existe ese fenómeno?
Sí, sí. Es una idea muy, muy, muy arraigada en el lector asturiano. Forma parte de cómo somos los asturianos, como tantas otras cosas. Casi con seguridad, para que cualquier iniciativa triunfe en Asturias tiene que pasar antes por Madrid. Si se crea aquí, todo el mundo la mira con un cierto recelo. Si vas a Madrid y vuelves, ya es otro nivel. Es algo que indica un poco esa mentalidad colonialista que tenemos. La literatura que se expresa en asturiano tiene muchas y muy conocidas dificultades, pero es que la literatura asturiana que se expresa en castellano también las tiene, y eso es más triste todavía.
Y sin embargo, es curioso: según recogen los informes existentes, en Asturias se lee más que en el resto de España. No se lee lo propio, pero leerse, se lee.
Sí, sí. Somos una población que lee mucho. Leemos, por ejemplo, más periódicos que casi ninguna otra comunidad española. Los seguimos leyendo en papel, que seguramente tenga algo que ver con que somos una población muy envejecida y que mantiene los ritos heredados y consolidados a lo largo de los años. Y leemos muchos libros también, pero si tú te acercas a cualquier librería profesional y echas un vistazo a lo que hay, vas a ver que prácticamente todo lo que tienes encima de la mesa del escaparate es lo que viene de fuera. No sé si es porque es más rentable hacerlo así, seguramente lo sea, pero desde luego lo de fuera es lo que tiene prestigio, lo que tiene glamour, y lo tiene también para el vendedor. ¿Se venden menos ejemplares de un diccionario de asturiano que de un diccionario de japonés? En absoluto. En cambio, el diccionario de japonés es algo que tiene glamour y por lo tanto está a la vista, mientras que para encontrar el diccionario de asturiano tienes que preguntar y que te digan: vete abajo, vete arriba, vete a no sé donde. Siempre hay una seccionina de cosas asturianas, pero siempre está escondida en algún sitio. El diccionario de japonés está en el escaparate y el de asturiano está en el cielo de los libros. Volvemos a lo de antes, a la consideración que tenemos de nuestra propia cultura. Los asturianos nos vemos como los más grandes, sí, pero, ¿para qué?
En concreto, Asturias parece tener una masa crítica de lectores de producciones propias mucho menor que otras regiones, particularmente la vecina y siempre objeto de comparación Galicia. Más allá de ese cierto complejo de inferioridad, ¿qué factores explican ese particularismo asturiano?
Eso forma parte de eso de lo que hablábamos antes, lo de para qué sirve tener conciencia de uno mismo y ese asturianismo disparado y disparatado que sale en las encuestas cuando se pregunta a los asturianos qué se sienten. Se sienten asturianos pero no saben para qué. En otros sitios sí saben para qué se sienten gallegos o vascos. Los gallegos se sienten gallegos porque se identifican con sus producciones culturales, con una televisión que habla en la lengua propia, con un cine gallego, con toda una serie de cosas que aquí no existen. Que a los asturianos no les importe su lengua propia no es una excepcionalidad. ¿Por qué el prerrománico asturiano está como está? Está como está porque somos como somos, nada más. No hay vuelta de hoja. Para que Asturias como país empiece a funcionar en todos los aspectos —el económico, el social y por supuesto el cultural— hay que cambiar la mentalidad.
El diagnóstico está claro, pero, ¿cuáles cree que son las causas de que Galicia consiguiera entre sus gentes ese grado de apego a las cosas propias que se fueron creando?
Bueno, en primer lugar un proceso político y de toma de conciencia previo que se dio allí en el siglo XIX y principios del XX y en Asturias no. Mientras que en Asturias los movimientos obreristas, los campesinos e incluso la burguesía sólo tenían intereses economicistas, en otros sitios, entre ellos Galicia, aparte de esos intereses economicistas también incluían en sus reivindicaciones y en sus visiones políticas la cuestión cultural y nacional. Yo siempre digo una cosa que tengo escrita por ahí: en Asturias no nos faltó Rosalía de Castro, nos faltó [Manuel] Murguía, el marido de Rosalía de Castro, alguien que supiera estructurar o traducir a un lenguaje entendible por todos la reivindicación política que podía haber. Frente a Murguía, ¿qué tenemos en Asturias? Tenemos a Fermín Canella, que lo fue prácticamente todo en la Asturias de la Restauración borbónica pero que yo creo que, aparte de un trabajo cultural y de recopilador muy importante, tiene una gran responsabilidad en que las posibilidades que había de estructurar un discurso político en aquellos años no salieran adelante. Él es quien se carga el grupo de La Quintana en aquellos años con su ambición personalista frente a las ideas más colectivas de la mayor parte de los que conformaban La Quintana. Era gente que trabajaba por amor al arte y parece que Fermín Canella tenía ese amor al arte pero tenía también otros intereses personales que fueron los que al final triunfaron en esto. Después, cuando muere Franco, se inicia la Transición en Asturias y aparece Conceyu Bable, nosotros tenemos que inventarlo todo partiendo prácticamente de cero, mientras que en Galicia los luchadores antifranquistas tienen un compromiso lingüístico firme y el grupo Galaxia está activo ya desde la posguerra y se suma a lo que quedaba del galleguismo de antes de la guerra, con el trabajo del grupo Nós y aun antes de los provincialistas. En los años ochenta, a los galleguistas del momento les bastó con recoger los frutos de lo que se había estado sembrando con anterioridad. Y hay una cosa curiosa que a mí me sigue maravillando: el grupo Galaxia, cuyo núcleo duro debían de ser unas trece o catorce personas, de pronto, cuando llega la Transición, se reparte. Se hace una especie de entrismo y unos entran en el PSOE, otros se meten en Alianza Popular y otros con Beiras. Y eso les da un prestigio y un peso específicos en la política gallega muy por encima de lo que tenían realmente detrás de ellos. Por eso consiguen poner en marcha la televisión o que en un momento determinado todo el mundo hable gallego en el Parlamento menos uno que era la oveja negra y que terminó saliendo del Parlamento.
¿Quién era?
No me acuerdo, fue ya en los años ochenta, pero sí recuerdo eso: que llegó a haber un momento en que el único parlamentario que no hablaba gallego acabó saliendo por la presión social que recibió. Es decir, exactamente lo contrario que aquí. Aquí llama la atención que alguien se exprese en asturiano por más que haya parlamentarios que en su vida diaria hablan asturiano con normalidad. Pero no era imposible que pasase aquí lo de Galicia si se hubieran dado las condiciones previas de trabajo político serio que no se dieron y que incluso a la altura de 1980 se podrían haber hecho aquí en alguna medida, porque si comparas los números sociolingüísticos, literarios, etcétera de un sitio y de otro ves que la diferencia cultural que había entonces entre Asturias y Galicia era muy pequeña. La diferenciación empieza en los ochenta, cuando Galicia apuesta por una autonomía del 151 e invierte miles de millones de pesetas en la cultura propia mientras que en Asturias esa circunstancia no se da. Hubo un despegue de lo gallego que llega hasta hoy y que tiene sus dificultades, sus contradicciones y sus lagunas, pero que no tiene parangón posible con el caso asturiano. Lo que ellos consideran una laguna, nosotros mataríamos por tenerlo.
En resumen: los gallegos tuvieron menos personalismo y más inteligencia táctica y estratégica.
Sí, yo creo que al final, realmente, el asturianismo se puede definir a partir del personalismo. Si uno echa un vistazo a todo lo que se lleva hecho en estos treinta o cuarenta años de asturianismo, ve que casi todo se debe a la iniciativa personal de gente con nombres y apellidos. Hay muy pocas cosas que podamos decir que funcionan como sociedad, como asociación, como grupo de personas. Hay un individualismo extremo y hay gente con un compromiso personal muy fuerte, pero muy individualista y que en cuanto se junta con otras personas con un compromiso personal muy fuerte echa chispas. Aparece el sectarismo. No se puede decir que haya un gran movimiento estructurado. Nunca cuajó y no lleva camino de cuajar.
En una entrevista de 2007 para Biblioasturias.com con otros dos editores asturianos lamentaba que los medios de comunicación destinan mucha más atención al disco asturiano que al libro asturiano. ¿Sigue siendo así?
Sí, yo creo que sí. Hombre, con la crisis económica los periódicos han reducido considerablemente lo que invierten en cultura en general. Pero es interesante ver cómo muchos medios de comunicación no tienen ningún problema en ofrecer a los lectores un disco de regalo con un precio especial, mientras que es mucho más raro que ofrezcan un libro no ya en asturiano, sino en castellano. De todas formas, quizás éste sí que no sea un problema sólo de Asturias. En general, en los tiempos modernos el libro se está convirtiendo en un objeto cada vez menos cotidiano y en el que los que pueden invertir invierten cada vez menos.
El libro exige un esfuerzo que no exige el disco.
Exactamente.
Ha escrito tres novelas, cuatro poemarios, ocho ensayos sobre literatura y uno político. También ha sido y es traductor, editor y crítico. Repasemos su bibliografía. Su primera novela, El viaxe (1987), le valió el Premio Xosefa Xovellanos y supuso una cierta novedad en el panorama literario en asturiano por estar ambientada en el ámbito urbano —concretamente, los suburbios de Oviedo— y echar mano de un registro lingüístico también urbano. Usted se integraba así en una cierta tendencia que hay quien ha tipificado como «obsesión antirruralista» y que buscaba renovar la narrativa en asturiano no escogiendo como escenarios las Arcadias idílicas que la literatura anterior tendía a pintar. ¿Es ése un análisis correcto?
Sí, es un análisis acertado de aquellos momentos en los que yo empezaba a escribir en asturiano y me acercaba al asturiano con la influencia de lo que se oía alrededor que tenía que ser la literatura en asturiano. Ya mi primer libro de poemas, frente a la poesía social que se venía haciendo, es un libro minimalista que no tiene referentes temporales de ningún tipo, es decir, una cosa un poco extraña en el panorama literario de aquel momento. Con El viaxe pasó un poco lo mismo: no había una narrativa propiamente urbana, y a mí, que venía de un pueblo, me parecía que era muy importante conectar esa literatura que estábamos escribiendo no con las referencias campestres, sino con las modernas de una ciudad: la noche, coches, prostíbulos, esos ambientes un poco calaveras de los años ochenta; hacer una literatura que reflexionara sobre la gente que vivía en las ciudades. El viaxe fue una novela que llamó mucho la atención en aquel momento por eso, porque paseaba a los personajes por futbolines, por máquinas recreativas, por unos paisajes a los que no estaba acostumbrada la literatura asturiana. También rompía un poco con el asturiano que se había empleado hasta entonces, y utilizaba uno más apegado a la oralidad. Curiosamente, esa novela urbana que transcurre, sin que se diga claramente, en un sitio como Oviedo, está escrita en el asturiano de Tineo, lo cual no deja de ser una peculiaridad que yo entonces no veía como tal y que ahora me choca un poco más.
Álvaro Ruiz de la Peña alaba de El viaxe ese carácter novedoso en cuanto al escenario y el argumento, pero califica la novela de literariamente pobre. Dice, concretamente, que se trata de «un borrador esperimental d’otros proyectos de mayor aliendu», como Díes de muncho. ¿Es una apreciación que usted apruebe?
Sí, estoy bastante de acuerdo. Lo que pasa es que Álvaro Ruiz de la Peña proponía como gran novela de aquel tiempo El trunfu prietu de Miguel Solís Santos, que a mí me parece que es una buena novela argumental pero equivocadamente escrita, que forma parte de ese asturiano casi impenetrable que se proponía desde algunos sitios en aquella época. El viaxe era exactamente lo contrario: una narración muy sencilla en la que casi no hay peripecias, pasan muy pocas cosas y tiene una gran importancia el soporte lingüístico: cómo se explican los personajes, cómo se escribe la novela… De todas maneras, seguramente al cabo de los años la apreciación de Álvaro sea acertada. Hoy no se me ocurriría escribir una novela así, ni mucho menos.
¿Escribió El viaxe porque fue la historia que le salió y nada más o por una voluntad consciente de cubrir una laguna, de hacer una especie de manifiesto literario?
Sí, sí, había una voluntad consciente.
En general, ¿había en los escritores del Surdimientu una cierta falta de libertad creativa, en cuanto a que primaba el deber colectivo autoimpuesto de cubrir lagunas sobre el derecho individual de contar lo que a uno le diera la gana?
Bueno, hay que distinguir entre el escritor que llega a la escritura por militancia y el vocacional. Hubo de los dos. En un momento determinado, sí que desde el asturianismo se lanzó la consigna de que había que escribir, y esa consigna se lanzaba explicando qué había que escribir. Se decía: «No hay que escribir poesía, sino narrativa, que es de lo que ahora mismo no tenemos». Pero yo no vengo de la militancia, así que siempre escribí un poco lo que quise. Cuando hice cada una de mis novelas, la hice pensando más en mi mismo que en lo que podía representar para el asturianismo, hasta el punto de que una de las primeras cosas que hice fue traducir a Eugénio de Andrade en un momento en el que nadie estaba traduciendo. A mí me parecía que traducir a los clásicos e incorporar a un poeta como Eugénio de Andrade a la tradición asturiana era muy importante y saqué un par de libros en dos o tres años. Lo hice sin atender a consignas: iba por libre y hacía lo que me parecía, tuviera mayor o menor repercusión (casi con toda seguridad menor).
Otro de los rasgos novedosos que caracterizaron el segundo Surdimientu fue la extensión. Hasta entonces se habían escrito en asturiano, sobre todo, cuentos, relatos y novelas cortas, y con ustedes la literatura en asturiano da el salto a novelas de mayor calado.
Bueno, El viaxe no es exactamente una novela larga: es una obra escrita para el Xosefa Xovellanos cuando era un premio que no se convocaba para novelas sino sólo para narraciones en el sentido de esa distinción que hacen los franceses entre nouvelle y roman. Es una novela corta incluso en su estructura, con ese final abierto que es más propio de la novela corta o el cuento largo que de la novela propiamente dicha. Yo creo que el Xosefa Xovellanos fue lo que marcó la pauta de cómo se escribía la narrativa en Asturias, porque mientras se convocó sólo para narraciones recibió novelas pequeñas, relatos largos, y fue cuando se empezó a convocar para novelas cuando los escritores empezaron a esforzarse más para escribir una mayor cantidad de páginas. Durante mucho tiempo, el Xosefa Xovellanos fue prácticamente sinónimo de novela en asturiano y marcó el camino para bien y para mal: tanto las novelas que llevaban premio como las que no pasaban por el Xosefa Xovellanos.
De la literatura del segundo Surdimientu también se suele decir que fue una literatura menos reivindicativa que la del primero. La idea, en palabras de Martín López Vega, era que «la búsqueda estética no debía estar supeditada en ningún caso a la búsqueda lingüística». ¿Era así?
Bueno, yo creo que hubo de todo en esa segunda promoción. Si acaso, creo que una de las cosas que puede definir como grupo a los escritores que empezamos a escribir en los ochenta es el interés de crear una literatura sin adjetivos, es decir, ni literatura comprometida, ni literatura esteticista. Creo que a la mayor parte de los que escribíamos entonces nos interesaba, como lectores, la buena literatura sin más, y que lo que intentamos como asturianistas fue escribir buena literatura sin más. Por lo demás, en el segundo Surdimientu hay buenos ejemplos de literatura social igual que los hay de literatura menos reivindicativa. Pensábamos en el valor de la obra como obra literaria y nada más.
¿Cómo surdió el segundo Surdimientu? ¿Como un conjunto de iniciativas particulares a las que más tarde se pone nombre, o como algo con conciencia de grupo ya desde el principio?
Sí, sí que había conciencia de grupo. Éramos una serie de personas que nos reuníamos en la Facultad de Filología a principios de los ochenta y que en un momento dado sacamos la revista Adréi, y después participamos en aquella Junta de Escritores de Villamayor en 1987. Sí que hubo una planificación consciente de lo que queríamos hacer con la literatura asturiana, de cómo queríamos que fuera y cómo queríamos que se construyera la literatura asturiana. Fuimos una especie de confabulación de amigos que dedicó muchas horas a hacer esa planificación, y, en buena medida, lo que ha sido la literatura asturiana en todos estos años tiene mucho que ver con lo que se programó entonces. Yo siempre reivindico mucho aquella junta de Villamayor como un momento clave: en ella, por ejemplo, Xuan Bello hace una ponencia sobre la narrativa explicando exactamente qué salva de la narrativa asturiana tradicional y cómo quiere que sea la nueva, y Berta Piñán hace lo mismo con la poesía, pero es que allí también se sientan las bases de cómo tiene que ser la edición en el futuro y poco después nace Alvízoras Llibros, que es la primera apuesta editorial por la poesía en asturiano, y nace Llibros del Pexe. Todo lo que vino después se planificó en Villamayor. Y después se fueron haciendo ampliaciones, cambios e incorporaciones, pero las bases se sentaron allí en 1987.
¿Se puede decir que dos figuras que han desaparecido en la literatura en castellano, la generación y la tertulia, sí que siguen existiendo en asturiano?
No, yo creo que no. En estos tiempos en que casi toda la comunicación que establecemos es virtual y a través de Internet, los encuentros literarios ya son muchas veces más virtuales que presenciales. Y la generación es un instrumento muy útil para establecer períodos literarios, pero no significa nada más. A la literatura asturiana se le puede aplicar y es muy útil para ordenar lo que de otro modo se nos podría presentar como un barullo: por ejemplo, yo recuerdo que cuando me empecé a interesar por la literatura en asturiano Marcos del Torniello aparecía en las mismas páginas que Antonio García Oliveros en las historias que se escribían, cuando había casi cincuenta años entre el nacimiento de uno y el nacimiento de otro. Una cosa que a mí me hace mucha gracia es que hay mucha gente en contra del criterio generacional pero cuando se sienta a hacer algún trabajo casi siempre termina aplicándolo, porque estar en contra de él es como estar en contra del orden alfabético. Si quieres lo usas y si no, no, pero lo lógico es usarlo. En cualquier caso, como digo, el sentido del concepto de generación es ése: un instrumento para que los estudiosos ordenen, y nada más.
«Si la generación a ellos anterior pensó que la mejor forma de dotar a la lengua asturiana de una tradición era inventarla (y ahí están los ridículos romances de Xuan Xosé Sánchez Vicente, llenos de moros y cristianos, para demostrarlo) esta generación entendió que ya tenía esa tradición: la suya era la universal», escribe Martín López Vega. ¿Se siente identificado con esa apreciación sobre el segundo Surdimientu?
Sí, sí. Hombre, creo que Martín López Vega es un poco injusto ahí con los romances de Sánchez Vicente, que forman parte de una obra muy concreta y responden a una intención de Sánchez Vicente muy concreta. Pero sí, realmente nosotros no nos sentíamos ni inventando una tradición que partía de cero ni formando parte de una tradición literaria que sólo se expresara en asturiano. Nos interesaban mucho los mejores autores de la literatura asturiana por lo que nos enseñaban de cómo se puede escribir un buen asturiano, pero de la misma manera incorporábamos al asturiano todas las tradiciones que como lectores nos habían ayudado a formarnos. Yo creo que si algo define los ochenta, los noventa y los dos mil en la literatura asturiana es la gran cantidad de traducciones que se hacen. Dentro de aquella hoja de ruta que comentaba antes, también había la intención de traducir al asturiano los clásicos universales tanto de la novela como de la poesía y el teatro; además, con una circunstancia que yo creo que es muy interesante y es que generalmente los traductores de esas obras son los mejores escritores de la literatura asturiana. Yo creo que la traducción es una escuela insuperable para la literatura asturiana, y que eso se ve muy bien en quién traduce y en cómo escribe.
Abordaremos dentro de un rato su faceta de traductor. Hablemos ahora de su segunda novela: Díes de muncho (1997), que sigue siendo una de las novelas en asturiano más vendidas y leídas. En ella aborda la decadencia del mundo rural a través de la historia de un protagonista que visita el pueblo en el que nació. Se la suele describir como una novela pesimista pero no tremendista.
Sí, sí, estoy totalmente de acuerdo. Recuerdo que me propuse escribir esa novela en una época en la que desde la literatura asturiana se estaba volviendo a revisar el concepto de lo rural como una idealización considerable con la que yo no estaba de acuerdo: esa idea de lo rural como una especie de Arcadia. No la Arcadia de la mala tradición asturiana, sino una nueva Arcadia, un sitio maravilloso en el que pasamos la infancia. Yo, que viví en un pueblo hasta los dieciocho, no tenía esa visión. «Pueblos pequeños, infiernos grandes»: al final, la gente vive con la misma intensidad en un pueblo que en una ciudad, sólo que sin el anonimato de la ciudad. Lo que yo pretendía reflejar en Díes de muncho, en ese momento en el que lo rural dejaba de ser el sustento vital de la gente que vivía en los pueblos y mucha gente tenía que emigrar por circunstancias casi siempre económicas, era la dureza del mundo rural. Quería escribir una novela contra esa visión idealizadora, y quería escribirla sin hacerlo de una manera tremendista, que era una opción. Mi idea era dejarle abierta la puerta al protagonista para, una vez que consiguiese recomponerse a sí mismo y hacer las paces con su pasado, pudiera regresar al pueblo tranquilamente.
El cuadro de Carlos Sierra que ilustró la portada del libro es precisamente una casona rural en ruinas, que usted considera una metáfora de Asturias. ¿Lo sigue siendo?
Yo creo que sí. Hace poco me decía Manolo de la Cera que con esa reflexión sobre la casa que hicimos en la literatura asturiana conseguimos que mucha gente volviera al pueblo y restaurara sus casas. Él hace ese vínculo; lo tiene escrito en algún sitio. Yo no sé si es exactamente así; si la poesía o la narrativa pueden llegar a ser tan útiles, pero sí que creo que el despoblamiento de las zonas rurales sigue siendo una constante y que aunque ahora es verdad que existe una especie de revival y que la gente restaura sus casas, realmente las restaura para los fines de semana y para el verano: no hay una repoblación real del mundo rural; no hay una intervención real de la gente en el entorno rural. Los montes cada vez están más abandonados, las casas que no se restauran caen y no sabemos muy bien para qué nos va a servir en el futuro esa parte rural de Asturias. No hay nada escrito ni teorizado sobre ello y mucho me temo que el abandono va a seguir creciendo.
¿Por qué tuvo tanto éxito Díes de muncho?
Bueno, yo creo que es una novela que habla a un montón de gente y a varias generaciones. El protagonista es un poco mayor que yo, pero yo veo que esa novela la leen hombres y mujeres quince o veinte años por encima de mi edad y quince o veinte años por debajo, y que a todos les habla de algo que conocieron. Es una novela que sigue muy viva. Yo sigo yendo a clubes de lectura y la gente se sigue identificando y reconociendo en los personajes: el abuelo, la abuela, los vecinos… Todos ven algo de su vivencia personal, y ésa es una parte muy importante del éxito que tuvo la novela. Es curioso: es una novela que cuando se publica se vende como casi todo lo que se publica en Asturias, es decir, discretamente, pero que luego, de pronto, empieza a funcionar gracias al boca a oreja y a venderse más y más y más. Todavía hoy se siguen vendiendo todos los años unos pocos ejemplares porque alguien la lee y la recomienda.
En 2015 ha publicado Crónica de la lluz y la solombra, una novela basada en un crimen real sucedido en un pueblo de Tineo en 1897 y en el juicio y la condena a garrote vil consiguientes. Vicente García Oliva la alaba encomiásticamente pero la describe como «afogante» y claustrofóbica. ¿Fue ése su propósito al escribirla?
Pues no exactamente… Sí que me han dicho quienes la han leído que es una novela muy dura, y yo sí pensaba que por el tema y por el enfoque que podía ser una novela dura, pero afogante no me lo parecía. Pero bueno, seguramente ese mundo tan pobre y tan miserable y ese contraste entre la miseria física y moral sin salida en la que viven algunos en el pueblo y la opulencia urbana que es la encargada después de juzgar y ejecutar al asesino sean más desasosegantes de lo que yo preveía que fuesen, sí.
¿Por qué le interesó esa historia concreta?
Lo explico un poco en el epílogo: yo me crío en Tuña, a ocho kilómetros de donde suceden los asesinatos y a quince de donde se ejecuta a este hombre, por lo que conozco la historia desde siempre. La primera aproximación la tengo a través del relato oral sobre todo de mi padre, que había conocido a algunos de los protagonistas. Imagina lo que es para un crío como yo, que tendría doce o trece años, que te hablen de verdugo, de garrote vil, de ejecución pública, etcétera: toda una serie de cosas que a mí me parecían alucinantes porque los únicos verdugos que conocía en aquel momento eran los que salían en las películas americanas. El tema me interesó desde siempre, y por suerte eso me hizo ir recogiendo toda la información que iba pudiendo recopilar: prensa, papeles, documentos, etcétera. Llegó un momento en que tenía más información de la que uno puede manejar cabalmente poniéndose a pensar en ello, así que pensé que era ya hora de darle forma, pero sin saber si aquello acabaría siendo un reportaje para un periódico, una novela o qué. Cuando me senté a escribir, vi que me iba saliendo una crónica: podía secuenciar lo que había pasado cada día del suceso. Escribí un par de capítulos, me pareció que había conseguido dar con el tono y decidí que iba a ser una novela. Lo difícil fue decidir qué dejar fuera, porque tenía tanta información acumulada que sobraba muchísimo. Curiosamente, lo que no tenía era casi ninguna información, o la tenía muy parcial, sobre las principales protagonistas: las femeninas, que como casi siempre sucede con las mujeres habían sido relegadas por la historia a un segundo plano muy injusto, porque al final esas tres mujeres principales tenían una importancia superior incluso a la del asesino. Sus vidas eran vidas muy ricas sobre las que no había ninguna documentación. Incluso las crónicas periodísticas del momento hacen más hincapié en el juez, el fiscal, el verdugo y el asesino que en las mujeres que son realmente las protagonistas.
La novela también arroja luz sobre el mundo rural asturiano, pero esta vez no precisamente para añorarlo. La aldea que pinta como escenario es un lugar opresivo.
Es que las condiciones de vida de los habitantes de una braña como La Zorera a finales del siglo XIX eran durísimas. Yo creo que ellos mismos no eran conscientes de la dureza en la que vivían. Era una sociedad que vivía para autoabastecerse y que si tenía cualquier tipo de excedente era para pagar las rentas de los dueños de las tierras. En las épocas de crisis en que no había ni excedentes lo que había era que detraer del sustento de cada día lo que fuese para cumplir esas rentas. La única salida que había a eso era la emigración, pero la emigración era muy cara y costaba mucho trabajo. Para emigrar tienes que decidirte a romper con tus raíces, y eso es muy duro. De hecho, quien lo quiere hacer es la mujer que muere, y el que no quiere marchar es el asesino, que termina matando para poder seguir viviendo en el pueblo. En fin, yo creo que seguramente se pueda hacer una novela agradable sobre la vida en ese tiempo, pero hay que esforzarse mucho. Las condiciones de vida eran suficientemente duras como para que a poco que uno se esfuerce queden reflejadas en cualquier relato que haga de ese tiempo.
Ha escogido para escribir el dialecto central pese a ser un asturiano occidental. ¿Por qué?
Empecé escribiendo en occidental: de hecho, El viaxe está escrito en occidental, igual que mis primeras traducciones. Escribo en occidental hasta 1988. Lo que me hace cambiar de opinión es una reflexión teórica que se hace, una vez más, en la junta de Villamayor. Allí se habla de que se está escribiendo literatura en dos soportes lingüísticos asturianos distintos y que quizás sea bueno, y así lo hacemos algunos escritores del occidente pero también otros del oriente, abandonar los rasgos occidentales u orientales de nuestra escritura para contribuir a la construcción de un estándar asturiano de base central, como el de la tradición literaria asturiana, pero al que se incorporen léxico y construcciones occidentales y orientales. También algunos escritores del centro empiezan a abandonar el registro dialectal central, que aunque se disimule más porque coincide con el estándar también tiene sus particularidades, para incorporar léxico y construcciones del Oriente y del Occidente, que es ese asturiano común que hoy es la norma. La idea era que no importaba tanto el asturiano de casa como la lengua asturiana, es decir, que ya que no podemos salvar casa a casa el asturiano de nuestros abuelos, lo que debemos hacer es salvar el asturiano como conjunto, porque de otra manera no vamos a tener nada que hacer.
¿Cómo es su proceso creativo? ¿Cincela la novela en la cabeza y luego escribe del tirón, o va haciendo sucesivas reescrituras?
Es distinto el proceso creativo de la poesía del de la narración. Cuando una historia me interesa, voy acumulando datos hasta que veo si eso va a ser un cuento, una novela o solamente un poema y sólo cuando veo que va a ser una novela abro una carpeta y voy metiendo en ella todo lo que se me va ocurriendo. Generalmente escribo un título que es el que después llevará la novela y cuando me parece que ya tengo el diseño en la cabeza me siento a escribir y procuro escribir de un tirón o, como mucho, de dos. Una vez que inicio la escritura, estoy dos, tres, cuatro meses escribiendo hasta que completo la primera versión y luego la dejo reposar para más tarde volver sobre ella y completarla. En el caso de los cuentos y los relatos cortos —aunque tengo que reconocer que los cuentos cada vez me interesan menos, y cada vez escribo menos—, lo que hago cuando tengo una idea es escribir el cuento completo de un tirón y después hacer retoques que no suelen ser muchos. El proceso poético es distinto: es casi un estado de ánimo, una manera de ver el mundo. Yo, generalmente, escribo poesía como consecuencia de que leo o traduzco poesía, y lo que suelo tener es una idea general, un arranque, que escribo y a partir del cual voy construyendo el poema, con una primera versión que generalmente es más larga que el resultado final y a la que voy quitando, quitando, depurando, depurando hasta que yo creo que ya no queda nada más que quitar. Eso se deja reposar y con el tiempo vuelvo a ello y quito y pongo otra vez, pero la variación final es muy pequeña. A veces hay excepciones: por ejemplo, el poema con el que recibí el Premio Xuan María Acebal el año pasado, que es un largo poema en el que, al contrario de lo normal, en vez de ir quitando fui añadiendo cada vez que revisaba. Al final me quedó un poema largo muy distinto de lo que venía haciendo y que es una excepción dentro de mi obra poética. Pero es un poema que me interesó mucho y cuya construcción formal y cuyo resultado me parecen interesantes.
¿Escribe ya en perfecto asturiano, o hay también un proceso de depuración de la lengua?
Bueno, me gustaría pensar que ya escribo en perfecto asturiano. A mí me resulta más fácil escribir en asturiano que en castellano. Domino más o menos las dos lenguas, pero mi lengua literaria es el asturiano: tengo mejor dominadas esas estructuras que te salen solas cuando te sientas a escribir en asturiano que en castellano. Eso sí, por supuesto, siempre hay un proceso posterior de revisión y depuración de castellanismos. Vivimos en un entorno en el que el castellano está mucho más vivo que el asturiano y hay que hacer un esfuerzo consciente para corregir esos castellanismos que se te van incrustando en el proceso de escritura en asturiano.
Ha traducido a Eugenio de Andrade, a García Lorca, a Clarice Lispector y a Álvaro Cunqueiro. Hablemos de esa faceta. ¿Cómo de fácil o de difícil es traducir al asturiano una obra escrita en otra lengua?
A mí el proceso de traducción me parece apasionante. A mí me hubiera gustado dedicarme profesionalmente a la traducción o a la teoría de la traducción. Me interesa muchísimo. Las primeras traducciones que yo hice fueron de Memória doutro rio, de Eugénio de Andrade. Conservo los primeros borradores de traducción que hice y por su puesto la versión final, y para las cincuenta y pocas prosas breves que componen ese libro estuve un año entero ocupado prácticamente ocho o diez horas al día traduciendo. Yo aprendí más de lo que iba a ser mi asturiano literario, el asturiano en el que yo quería escribir, traduciendo ese libro que en todo lo que yo había escrito antes y seguramente que en todo lo que llevo escrito después. Realmente, si te pones a describir el mundo que conoces seguramente te baste con ciento cincuenta o doscientas palabras, pero cuando traduces, esas ciento cincuenta palabras te sirven de muy poco, porque lo que tienes que hacer es explicar en las palabras de tu lengua lo que el autor escribió con las palabras de la suya, y no te vale aproximar: tienes que ser muy preciso, muy concreto. En 1984, cuando yo me puse a traducir ese libro, no es que no hubiera diccionarios portugués-asturiano, es que no los había ni castellano-asturiano ni asturiano-asturiano. ¡No había diccionarios de ningún tipo! ¿Cómo averiguas entonces cómo se dice el nombre de no sé qué pájaro del desierto, o de no sé qué árbol? Pues lanzándote a una aventura de rastreo que te hace aprender muchísimo por el camino. Yo quedé más contento de esa traducción que de ninguna obra mía posterior, y ese proceso tan intenso, tan duro, de reflexión continua sobre cada palabra que apliqué en ese libro me sirvió como entrenamiento para el resto de traducciones que hice. No es sólo traducir cada palabra: también tienes que procurar ajustarte al patrón métrico original del poeta. Es un proceso apasionante. Yo, si tengo la oportunidad de traducir, hago eso antes que ponerme a escribir obra propia.
¿Qué sentido tiene traducir al asturiano obras ya traducidas al castellano u otras escritas en castellano ellas mismas? ¿No es una cuestión más de fetichismo que de utilidad real? ¿Tienen público esas traducciones?
Tienen un público muy reducido, muy exquisito. Son lectores extraordinarios. Yo creo que un síntoma de hasta qué punto la literatura asturiana está supeditada a la literatura castellana es que las traducciones que se publican en asturiano tienen un público muchísimo más reducido que cualquier libro de cualquier autor asturiano que publica una obra original propia. El lector asturiano demanda más originales de autores asturianos que hablen de su visión del mundo que de conocer la visión de Faulkner o de Peter Handke o de Cunqueiro en asturiano.
¿Por qué es importante hacer traducciones al asturiano?
El puro ejercicio de aprendizaje para quien traduce que comentaba antes. El mejor ejercicio para un escritor es traducir, porque traduciendo consigue una precisión lingüística del asturiano como herramienta literaria que es fundamental. Quien quiera aprender a escribir, que traduzca, y si no, que lea traducciones. En los buenos traductores y en las buenas traducciones está todo lo que se necesita para aprender a manejar bien esa herramienta lingüística en la que uno se quiere expresar. De hecho, de cualquier autor joven que surge se ve clarísimamente si surge espontáneamente o si es un lector de la tradición literaria propia asturiana o si es un lector de la tradición universal leída en asturiano. Yo lo detecto perfectamente.
¿Qué le interesa como poeta?
Me interesan muchas cosas… Me interesa la poesía en sí; me interesa esa idea por la que un creador se sienta a escribir y decide hacerlo en verso y no en prosa. Yo soy un lector ecléctico en el sentido de que me gustan muchos tipos de poesía. Me gusta la poesía comunicativa, pero yo nací a la poesía desde la poesía de experimentación, la poesía del lenguaje que se dice ahora. Siempre procuro saltar como un lector de una poesía a otra y creo que como creador por etapas también me interesa tanto una como otra. Quizás lo que echo de menos como creador es que en esta vida hay más cosas que me interesan que tiempo y energía que tengo para dedicarles. En particular, me gustaría poder dedicarle más tiempo y energía al proceso creativo poético. Seguramente porque no lo tengo tenga una obra poética dispersa y cambiante en lugar de haber construido una voz y de haberme mantenido fiel a ella a lo largo del tiempo, que es lo que hace la mayor parte de los poetas memorables. Yo pico aquí, pico allá, me interesa esto, me interesa aquello… Y me interesa bastante la poesía como juego, como experimentación, como reflexión, y eso se nota en los bandazos e incoherencias que va dando mi poesía. Algunos amigos críticos que se ocupan de ella ven coherencia en todo ese proceso, pero a mí me parece que podría ser más coherente de lo que es.
Pasemos a su faceta de crítico. ¿Qué características detecta en el tercer Surdimientu, el de los noventa y los dos mil, si es que hay algunas comunes? ¿Cuáles en los creadores actuales?
Yo creo que en este momento la novela joven, la novela escrita por autores jóvenes, y en general la narrativa está pasando por una crisis muy seria, seguramente porque la narrativa necesita una infraestructura, o sea, una industria cultural que el asturiano no tiene. Si te fijas, no están saliendo novelistas de veintipocos años. Los escritores de veintipocos años en asturiano que salen se incorporan directamente al mundo de la poesía, que tiene una extraordinaria vitalidad. Mucha de la gente joven que escribe poesía escribe también en castellano y entiende la escritura de poesía en asturiano como un homenaje a una tradición que le interesa: Xuan Bello, Berta Piñán, Pablo Antón Marín Estrada…; todos esos autores que tienen una obra poderosa que llama mucho la atención. Escriben en asturiano como homenaje a ellos. Yo echo de menos el escritor joven monolingüe, el escritor joven que apuesta por crear un sistema literario en asturiano tal como hicimos nosotros en los ochenta y en los noventa. Pero bueno, seguramente esta apreciación mía sea una apreciación de la que dentro de dos o tres meses tenga que desdecirme porque la realidad de las publicaciones me diga que estoy confundido y que no es así. Éste es un mundo muy cambiante en el que sufrimos crisis periódicas y hasta ahora, en estos cuarenta años de proceso de recuperación, creo que los asturianistas nos hemos conseguido recuperar de todas con bastante éxito.
Sánchez Vicente suele decir que ya no debemos hablar de surdimientu; que o se consolida uno o se muere, pero no se va a estar surdiendo toda la vida.
Estoy de acuerdo. Yo, en una antología que preparé hace poco de poesía joven, digo que efectivamente ya no cabe incluir a esos autores en el Surdimientu, porque algo no puede estar permanentemente surdiendo. O surde o deja de surdir, pero no puede estar surdiendo siempre. Entiendo que es difícil cerrar este proceso cuando desde la propia creación literaria de estos autores más jóvenes no se cierra. Los autores jóvenes no dicen: «Nosotros no tenemos nada que ver con lo que escribieron los anteriores» y tampoco sociolingüística o sociopolíticamente hay nada que invite a decir: aquí empieza una nueva etapa, como sería, tal como dice José Luis Argüelles, la oficialidad del asturiano si se declarase. Parece que seguimos todavía en la misma rueda del Surdimientu, pero yo creo que no. Yo creo que el Surdimientu, propiamente, es la generación de los setenta, la de los ochenta y si acaso la de los noventa, pero hasta ahí.
Tres surdimientos.
Tres surdimientos, sí. Yo creo que más de tres no puede haber.
¿Qué jóvenes valores de la literatura asturiana le gustan más? ¿A quién hay que seguir?
Hay mucha gente muy interesante. Uno del que a mí me interesa particularmente todo el proceso creativo y su obra, que considero potentísima y exportable fuera de Asturias, es Xandru Fernández, que empieza a publicar con diecinueve años y por lo tanto nos da la impresión de que lleva toda la vida en esto, pero que al fin y al cabo tiene cuarenta y cinco años en este momento. También me interesa mucho todo lo que escribe Pablo Texón, un autor muy interesante al que le echo de menos una mayor involucración en la creación: creo que escribe poco para lo que debería estar escribiendo. También me interesó mucho la novela La bufanda, de David Artime, que es un autor que no volvió a publicar nada de entonces para acá. Me interesa mucho Pablo X. Suárez, que me parece un autor fabuloso. Me interesa Sergio Camblor, me interesa Laura Marcos, que es una escritora de la que todo lo que leo me parece de primer nivel, me interesa María García, una chica muy joven que saca un libro muy, muy interesante este año… En fin, hay un montón de escritores a los que les falta, sobre todo, que la sociedad asturiana les haga caso. Al final, en asturiano escribes por vocación, ésa es la parte fundamental, pero yo creo que cierta respuesta en la sociedad asturiana animaría muchísimo más el panorama literario asturiano.
¿Es difícil resistirse a la tentación, cuando se es un escritor de fuste como Xandru Fernández o usted mismo, de escribir en castellano y tener un público potencial mayor?
Yo sólo puedo hablar de mi experiencia personal. Desde mi experiencia personal, no es complicado resistirse, porque todo lo más que he llegado a tener han sido ofertas para traducir libros míos al castellano. Hasta ahora nadie me ha pedido que escriba ni una novela ni un libro de poemas ni nada en castellano. Y estoy seguro de que sería una oferta a la que no me negaría si la parte económica compensase, pero no es el caso. De los autores que conozco que han dado el paso a escribir en castellano, sé que lo han hecho sobre todo defraudados por el poco eco en número de lectores que reciben del público asturiano. Hay autores, como es mi caso, que escribimos por vocación y a los que por supuesto nos gustaría mucho llegar a los lectores, pero para los que eso no es condición indispensable para seguir escribiendo. Pero hay autores que necesitan la comunicación, la respuesta del público, y para los que esa respuesta en asturiano es muy, muy pobre. Ésos suelen ser generalmente los autores que terminan dando el salto al español y publicando directamente en español.
¿Cuáles son sus escritores en asturiano preferidos de siempre?
Hay un canon mayor que me interesa mucho y en el que está gente como Antón de Marirreguera, que me interesa tanto como creador como como persona histórica, o como, en poesía, Xuan María Acebal, que creo que es también un poeta extraordinario y raro: condensa en unos pocos años una obra valiosísima y luego no sabemos si escribió más o no. No sabemos lo que hizo. También me interesa muchísimo todo lo que se refiere al padre Galo, Fernán Coronas, el creador con el que yo entiendo que arranca la poesía asturiana del siglo XX y que en mi opinión fue un creador y un traductor más de nuestro tiempo que del tiempo que le tocó vivir. Creo que el padre Galo todavía nos va a dar muchas y muy agradables sorpresas. Me interesa Pepín de Pría, un bohemio y un creador que no le dio ninguna importancia a la obra creativa hasta los tres o cuatro últimos años de su vida, cuando crea La Fonte’l Cai y Nel y Flor, que son dos obras extraordinarias de la literatura asturiana. También me interesa muchísimo Enriqueta González Rubín, la primera novelista asturiana: una mujer de la que lo desconocemos absolutamente todo pero que me parece extraordinaria tanto como creadora como en tanto protofeminista. Es alguien a quien me gustaría dedicar más atención crítica. Merecería la pena dedicar una vida a investigar a esta mujer como escritora. En general, me interesan mucho las escritoras femeninas en asturiano. La presencia de la mujer escribiendo es la gran novedad de la literatura asturiana a partir de los años ochenta. En etapas anteriores hay mujeres muy destacadas, como Xosefa Xovellanos, Nené Losada o la propia González Rubín, pero son pocas, la excepción. En los años ochenta, sin embargo, aparecen mujeres escritoras de extraordinaria calidad, imprescindibles en cualquier estudio de esta literatura: Concha Quintana, María Teresa González, Berta Piñán, Esther Prieto, Consuelo Vega, Marta Mori, Maite Iglesias, Paquita Suárez Coalla, Ángeles Carbajal… Y ahora las más jóvenes: Laura Marcos, Sofía Castañón, María García… Me interesan las mujeres y me interesa la obra de mis contemporáneos: Xuan Bello…
En general, ¿qué diagnóstico hace de la situación de la literatura en asturiano en la actualidad? ¿Qué lagunas sigue teniendo la literatura en asturiano? Si en 1987 faltaba lo urbano, ¿qué le falta hoy?
Yo creo que realmente se puede decir que le falta casi todo. Falta, por una parte, investigación de nuestro pasado medieval, que creo que todavía nos puede dar muy agradables sorpresas. Y no sólo el pasado medieval: no conocemos casi nada, en realidad, del proceso histórico que siguió la tradición literatura asturiana desde Antón de Marirreguera hasta nuestros días. No conocemos nada de las biografías de los personajes, de sus correspondencias, de sus archivos personales… Conocemos las obras que llevan toda la vida en los repertorios clásicos: la antología de Caveda, la de Canella, la de Rendueles y un poquitín más, pero no conocemos nada del proceso sociolingüístico que los llevó a escribir en asturiano. ¿Escribía tal autor a la mujer en asturiano, o en castellano? ¿Qué relaciones establecieron los escritores en asturiano entre ellos? Nos falta responder a ese tipo de preguntas. Por otra parte, la literatura asturiana está fuera de la Universidad. No hay una cátedra de literatura asturiana, no se fomentan investigaciones, está todo por decir. Lo que está dicho es lo que ya estaba dicho y un poquitín más: muy poco más. En cuanto a la creación de hoy en día, lo que yo echo de menos, básicamente, es mayor industria cultural y más responsabilidad de la sociedad. Estoy seguro de que los creadores estarían creando como locos lo que se les pidiese si hubiera una industria cultural que hiciera obras de encargo. Hoy eso es impensable. No hay suficiente potencia para que una editorial le pida a un escritor un ensayo sobre, una novela sobre, un libro de poemas de… No puedes pagar, no hay manera de que alguien libere a alguien un año para que esté investigando, creando o pensando. Todo lo que tenemos es lo que el escritor en su casa escribe por voluntad propia, por militancia, por compromiso, por lo que quieras y se lo entrega a un editor o lo presenta a un premio. Todo lo que existe alrededor de cualquier otra literatura normalizada en nuestro entorno, en Asturias es impensable. No hay. A ningún empresario se le ocurre, y mira que hay empresarios en Asturias, decir: «Mira, te voy a liberar. Quiero que dediques un año entero, ocho horas al día, a crear y que al final de ese año me presentes un original con una biografía en asturiano sobre o un libro en asturiano de o una novela que quieres escribir. Y en algún momento llegó a haber becas de creación para escritores en asturiano, pero todo eso poco a poco fue desapareciendo y hoy en día el creador asturiano, si quiere conseguir un euro, a lo más que puede aspirar es a obtener un premio.
Aparte de esos problemas estructurales, ¿falta algún género, algún registro, algún argumentario por cubrir?
No, yo creo que el creador individual ya ha escrito de todo. Ya hemos tenido novela negra, ya hemos tenido novela de ciencia-ficción, ya ha habido novela histórica…
Es decir, los problemas son exclusivamente externos, no internos.
Sí, sí. Yo creo que en este momento hay gente preparada, y muy bien preparada, para escribir en cualquier género. La pregunta que tiene que responderse la sociedad asturiana es qué estamos dispuestos a poner para que los creadores sigan escribiendo y publicando. Una de las reivindicaciones que hacía aquella junta de Villamayor en su manifiesto final era la profesionalización del escritor. Hoy no sólo no avanzamos hacia la profesionalización, sino que los escritores retrocedemos. Durante quince años hubo gente viviendo de escribir en asturiano en el periódico Les Noticies, pero eso desapareció y seguramente no vaya a volver nunca. Difícilmente va a volver. No siempre caminamos en línea recta hacia delante: a veces vamos para atrás.
¿Se puede decir que la salud de la literatura en asturiano es mucho mejor que la de la propia lengua asturiana?
Sí, sin ninguna duda. Como te digo, el proceso creativo es un proceso individual y siempre ha habido, y seguramente todavía habrá durante mucho tiempo, creadores que se sienten a escribir en asturiano y que lo hagan con dignidad e incluso con excelencia en muchos casos. La lengua, la supervivencia de la lengua, es diferente: no depende del individualismo de los hablantes. Es algo que tiene que acometer la sociedad asturiana en su conjunto, pero asociarnos es algo que a los asturianos nos cuesta mucho.
¿Cómo se compagina la faceta de crítico con la de editor cuando prácticamente toda la literatura que uno critica sale de la editorial que uno dirige?
No, no, yo cuando ejercía como editor no ejercí como crítico.
Ah, ¿no? ¿La de crítico es una faceta posterior?
Sí, sí. Yo empecé a escribir como crítico después de dejar Trabe. Dejé Trabe en 2007 y en 2008 me invitó La Nueva España a escribir ahí. En la etapa de Trabe, toda la crítica que hice fue crítica de solapa: durante muchos años yo fui el único que redactaba las solapas de los libros que publicábamos. Luego, cuando entró a trabajar Esther Prieto, también empezó a redactar algunas. El de redactor de solapas es un trabajo muy difícil y muy absorbente: te quita de hacer cualquier otra cosa.
Tiene dicho que la de crítico es la faceta en la que más inseguro se siente. ¿Por qué?
Porque yo no tengo vocación de juez. Yo leo un libro y me causa determinada impresión, y como crítico, a lo que más aspiro es a comunicar al futuro lector esa impresión. Ni tengo unas herramientas teóricas muy profundas de las que echar mano, ni me interesa otra cosa que ver cuáles son los aciertos y los defectos que pueda tener esa obra, pero siempre desde el respeto hacia quien se sienta a escribir. Hay quien dice que soy un crítico blando, pero yo creo que, más que blando, lo que soy es un crítico respetuoso. Yo conozco y tengo amistad con mucha gente que se dedica también a la crítica y que lee los libros buscando el defecto o el fallo sobre el que va a girar toda la armazón de la reseña o crítica que va a hacer, aunque muchas veces ese fallo sea una parte mínima o anecdótica del conjunto de la obra de ese autor. Yo tiendo a lo contrario: a buscar qué virtudes tiene el trabajo, qué taller hay detrás de lo que crea un autor, y si algo me parece que no estuvo acertado lo señalo, pero nunca como lo más importante de lo que yo quiero comentar de ese libro.
¿Qué proyectos tiene ahora entre manos?
Yo, en este momento vital, espero poder seguir haciendo lo que vengo haciendo desde hace tiempo. Ahora produzco programas de televisión para la TPA con mi empresa y con esa empresa estoy volviendo poco a poco al mundo de la edición, no con el volumen de trabajo que llegué a desarrollar cuando estaba en Trabe pero sí cuatro o cinco libros al año; cosas que me gustan a mí, bien editadas y curiosas. También espero seguir desarrollando el trabajo creativo que retomé como autor una vez dejé Trabe. Trabe prácticamente no me permitía hacer nada: me absorbía de tal manera que me obligó a abandonar la parte creativa. Este año, 2016, publicaré Ferralla, ese largo poema que comentaba antes y con el que he ganado el Premio Xuan María Acebal. Y en 2017 espero publicar un libro de historia de mi pueblo que se va a llamar Memoria de Tuña. Es un libro bastante ambicioso y bastante gordo en el que llevo mucho tiempo trabajando: dos mil años de historia del pueblo a través de algunos de los protagonistas que he ido rescatando de la memoria de la gente. A corto plazo, eso es lo que tengo entre manos.
¿Hay futuro para la lengua asturiana?
Te digo lo mismo que llevo diciendo treinta años: el asturiano será lo que la sociedad asturiana quiera que sea. Si la sociedad quiere que tenga futuro, lo tendrá; si no, difícilmente lo va a tener. Lo que está claro es que hay un compromiso personal de mucha gente que va a obligar a que esta reivindicación siga activa por mucho tiempo. Algo tendrán que hacer con nosotros. Yo espero que la sociedad política y la sociedad que dice algo en la cultura de Asturias recapacite, se dé cuenta del valor que tiene el asturiano como herramienta de unión de los asturianos y termine haciendo algo de verdad por el futuro de la lengua.
No le he preguntado qué opina de la oficialidad, que algunos asturianistas, como el mismísimo Sánchez Vicente, ven evidentemente con simpatía pero también con cierto recelo.
Es la gran pregunta, sí. Me extrañaba que no me la hicieras. Yo soy, por supuesto, partidario de la oficialidad, pero creo que se puede tener la oficialidad y que no sirva para nada, como conocemos de muchas experiencias europeas de lenguas que son oficiales y que aun así se están muriendo. Por el contrario, existe la posibilidad de que el asturiano no sea oficial y que sin embargo se consiga que la lengua sea una lengua viva y de comunicación, es decir, que sirva para lo que tienen que servir las lenguas. Yo creo que el asturianismo perdió mucho tiempo en la batalla de o todo o nada. Hay muchos caminos intermedios y a mí me gustaría, y le propondría al asturianismo, una reivindicación pragmática, que es de lo que ha carecido históricamente el asturianismo. ¿Cooficialidad? Sí, pero, mientras tanto, que las autoridades públicas y privadas asturianas inviertan el uno por ciento del dinero asturiano en política lingüística. Sólo pido el uno por ciento. Creo que ese uno por ciento permitiría cambiar completamente la percepción que tiene la sociedad asturiana del asturiano. El uno por ciento de la sociedad asturiana son diez mil personas. ¿Hay diez mil hablantes de asturiano? Seguramente haya diez mil hablantes de asturiano, así que no es ninguna locura dedicar el uno por ciento del dinero de los asturianos a proteger y promocionar esa lengua.
(d’Asturias24, 21-02-2016)
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