E. GANCEDO
Alan Lomax fue algo así como el Orson Welles del folclore. Un auténtico coloso de la música tradicional que recorrió el mundo entero, grabadora a cuestas —no eran precisamente portátiles, de aquella—, a la caza de temas que venían circulando de generación en generación desde tiempos antiquísimos y rescatando para la posteridad algunos que nunca más volverían a surgir de una garganta humana. Desde el profundo blues del delta del Mississippi a los cantos de las kasbas marroquíes, desde el enérgico folk de las tabernas irlandesas a los romances ibéricos de hondura medieval, el norteamericano grabó canciones en plazas, callejones, lavaderos, cocinas… y hasta en la cárcel.
Ahora, la asociación cultural Equity acaba de colgar en la red 17.400 grabaciones del archivo de Lomax (1915-2002), todo un tesoro para los estudiosos y aficionados a lo que ahora llaman músicas de raíz. Lomax, que además del mayor recopilador de canciones populares del siglo XX fue también intérprete, promotor de bandas y el gran impulsor del renacimiento del folk anglosajón de los años cincuenta y sesenta, se había empeñado, cierto día, en acudir a la verdadera raíz de la música.