Isidro Fernández Rozada, del PP, tenía una tía. Nemesia. Una tía que hablaba asturiano, pero que no entendía el asturiano escrito, lo que servía a Isidro Fernández Rozada para atizar a la Academia de la Llingua. Jaque mate, asturianistas: mi tía no alfabetizada en asturiano no entiende el asturiano. Dixebra le dedicaría una canción: La tía Nemesia. Corrían los años noventa y tiempos halagüeños para la reivindicación lingüística asturiana: parecía por fin cerca la ansiada oficialidad, apoyada mayoritariamente por los asturianos en las encuestas, y cuya demanda llenaba año a año las calles de Oviedo de manifestaciones muy concurridas. Izquierda Unida la apoyaba; la apoyaba, por supuesto, el en aquel momento boyante Partíu Asturianista; el PP no se negaba a apoyarla; en el PSOE un esforzado sector asturianista ganaba enteros y forzaba una votación interna, aunque la perdía contra el Júpiter todopoderoso del socialismo astur, José Ángel Fernández Villa, un asturfalante reluctante a la dignificación de su propio idioma.
En un momento dado, hace unos años, en Rusia, los opositores a Vladímir Putin comenzaron a publicar una revista llamada Aktsiya («Acción»); y el propio Putin lanzó rápida réplica patrocinando otro llamado Reaktsiya («Reacción»). Aktsiya-Reaktsiya. Esta lógica elemental también se dio en aquella Asturias. La Aktsiya asturianista encontraba réplica en una Reaktsiya iracunda y a la postre exitosa: no se consiguió entonces la cooficialidad del idioma vernáculo de Asturias; triunfaron Fernández Villa, Fernández Rozada y toda otra bandera de oficinistas del español entre los cuales se contaba también, era de algún modo su caudillo, un filósofo de nombre Gustavo Bueno.
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