BELÉN G. HIDALGO
Tal y como exige la tradición, las imágenes de los santos fueron llevadas hasta Ribera para escuchar L’Amuravela. Pasaban unos quince minutos de la una de la tarde. Apenas una hora antes, pixuetos y visitantes, armados con paraguas, pedían al cielo una tregua. «Por lo menos que deje pasar L’Amuravela», imploraban. Y la lluvia esperó. «San Pedro nos mandó un clarín», agradecían. Pero si algo no dejó de caer durante media hora fueron críticas.
La sátira mordaz de L’Amuravela no dejó títere con cabeza: desde el Ayuntamiento de Cudillero hasta la Moncloa, pasando por la Casa Blanca y Corea del Norte.