MÓNICA ARRIZABALAGA ARRIZABALAGA
La decisión del Gobierno asturiano de obligar desde este curso a los alumnos de Primaria a escoger como asignatura de libre configuración autónomica entre Lengua Asturiana o Cultura Asturiana, desoyendo a las familias que reclamaban la posibilidad de cursar una segunda lengua extranjera como francés o alemán, ha colocado el bable en el centro de una discusión en la que la misma lengua se ve perjudicada. «En las polémicas el asturiano siempre sale perdiendo», asegura Ramón de Andrés Díaz, profesor de Filología Española de la Universidad de Oviedo.
En Asturias hablan bable unas 200.000 personas, el 20% de la población. Es una lengua minoritaria que, a juicio de este investigador de Filología asturiana, se va diluyendo en el castellano. Su porvenir dependerá de si los ciudadanos de Asturias creen en ella, «si no es así, no tendrá futuro, aunque los políticos y las leyes digan otra cosa», asegura. Y la sociedad asturiana, a su juicio, «no parece apostar por un uso instrumental y vehicular» de esta lengua romance de la que se tienen noticias desde el siglo XVII.
¿Cuáles son las primeras referencias al «bable»? ¿Se hablaba entonces más o menos que ahora?
El historiador benedictino Luis Alfonso de Carvallo ya habla de la «lengua asturiana» a comienzos del siglo XVII. Ahora bien, la primera mención del término bable es del intelectual ilustrado Carlos González de Posada, amigo y colaborador de Gaspar Melchor de Jovellanos. Posada escribe en 1794: «Idioma asturiano que allí dicen vable» (aparece escrito con «v», vable, en una época sin regularización ortográfica, pero inmediatamente las menciones aparecen como bable). A partir de Posada, y ya en su misma época -comenzando por el propio Jovellanos-, el uso de bable es bastante común. Ahora bien: hay que precisar que bable siempre ha sido una denominación confinada al uso erudito, académico, intelectual, literario. El pueblo llano siempre se ha referido a su habla o lengua como asturianu o asturiano (según las zonas geográficas); esto se ve perfectamente en el mapa correspondiente del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, confeccionado en los años 30 del s. XX. De esto doy plena fe en el uso doméstico en el que me crié: siempre dijimos asturianu. En un estudio que hice en 1985, comprobé lo que era una sospecha: que asturianu es el nombre que la gente da a su habla, y bable (que es una denominación también conocida) se reserva más bien para el uso elaborado, escrito o académico de la lengua: algo así como «yo hablo asturianu y me gusta la poesía en bable».
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