PABLO BATALLA CUETO
Antón García (Tuña, Tineo, 1960) es uno de esos hombres del Renacimiento bable que lo han sido absolutamente todo en el asturianismo lingüístico. No sólo es uno de los novelistas más señeros y vendidos de la literatura en asturiano, con títulos como El viaxe o la exitosísima Díes de muncho, sino también el fundador de la emblemática editorial Trabe y un hombre inquieto y culto que también ha ejercido como poeta, traductor, crítico y el —dicen por ahí— mejor responsable de la Oficina de Protección Lingüística. Esto último lo fue durante el último Gobierno de Pedro de Silva y ello le costó aciagos enfrentamientos con la Academia de la Llingua, inmersa por aquellos años de presidencia de Xosé Lluis García Arias en un combate implacable contra el colaboracionismo con los gobiernos socialistas de la región. Siempre ha entendido, nos cuenta en una mesa del mítico Café Dólar, que mucho es mejor que un poco aunque peor que todo y que un poco es mejor que nada aunque peor que mucho. Que ese espíritu pragmático haya brillado por su ausencia en el desempeño táctico y estratégico del asturianismo mayoritario explica para él lo desolador que resulta el panorama de la normalización y la dignificación lingüísticas en Asturias cuando se lo compara con el de la vecina y muy envidiable Galicia, donde sí existió una conciencia acusada de los males del maximalismo y en consecuencia los gustavos buenos y los alarcos de allá, que alguno había también en aquellos pagos, no ganaron la partida. No todo es un erial para este flemático tinetense, en todo caso: en las tres horas que dura esta conversación, también hay tiempo para congratularse de la extraordinaria salud de la literatura asturiana y celebrar los hitos de sus sucesivos surdimientos, que Antón García conoce bien.
Nace en Tuña en 1960. ¿En qué familia? ¿Cómo era aquella Tuña?
Un pueblo campesino. Mi familia era campesina en todas sus ramas, y mi padre, que nació campesino, siempre tuvo claro que no quería serlo, e hizo todo lo posible por escapar de ese mundo que él veía con muy poco futuro; empobrecedor y empobrecido. Emigró, estuvo en la Argentina, no le fueron las cosas y volvió justo antes del estallido de la guerra civil. Volvió con la idea de marcharse otra vez, pero ya no se volvió a marchar. Se quedó y trabajó en todo lo que pudo para no ser campesino: desde relojero hasta fotógrafo. Al final se jubiló en una central eléctrica. En cuanto a mi madre, era una ama de casa como tantas de aquella época. Por otro lado tengo un hermano que es cinco años mayor que yo y que fue, en nuestra familia, seguramente el primero que entró en la Universidad. Él abrió camino y yo fui detrás: me vine a Oviedo a estudiar y aquí me quedé; como tanta gente, ya no volví al pueblo.